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Cuando se plantea el tema de la innovación educativa es habitual obtener varias visiones sobre lo que, aparentemente, es un punto en común para la comunidad docente. Habrá quien tenga una lluvia de ideas sobre cómo introducir novedades en un campo ya trillado, quizá para muchos aparezca una tabula rasa en la que comenzar a escribir y para otros este tema suponga una moda más, un conjunto de acciones repetidas en el tiempo con nimios cambios y resultados. Mismo perro con distinto collar, dirían.

Desde el Observatorio de Innovación Educativa (OIE) de la UDIMA hemos emprendido una serie de estudios que nos permiten observar el estado actual de la innovación en los centros educativos españoles. Y tenemos la suerte de poder adentrarnos en el campo de batalla a través de las experiencias de nuestros estudiantes. Semestre tras semestre analizamos cómo la innovación educativa, efectivamente, es un tema de actualidad en las aulas y no solo un planteamiento más que se aborda desde las trincheras donde podríamos estar los profesores universitarios.

Durante el curso 2019-20, antes de la pandemia originada por la COVID-19, aproximadamente el 50% de los centros estudiados (n=165) empleaba alguna metodología que podía considerarse innovadora. Quizá no se llevaba a cabo en el total de las clases de un mismo centro y es posible que en algunos se estuviera comenzando a aplicar, pero había en donde eran ya herramientas consolidadas (>25%). Estos datos nos llevan a pensar que era una preocupación existente y creciente en las aulas españolas.

Innovación en pandemia y en el futuro

En el curso 2020-2021, sin embargo, nuestras hipótesis más pesimistas se están confirmando y las restricciones de movimiento y relación entre alumnos han provocado, entre otros perjuicios, que la innovación haya quedado en un segundo plano. En el primer semestre del curso, con 108 centros estudiados, no pasa del 23% la aplicación de metodologías o recursos innovadores. Estos datos parecen indicar que la pandemia nos ha hecho retroceder en algo que, en vista de las evidencias científicas existentes, podría mejorar la formación global del alumnado a través de un aprendizaje más vivencial y autónomo, una evaluación que valora en partes iguales las habilidades sociales y académicas y una metodología que invita a personalizar el aprendizaje según el ritmo y el estilo de cada uno.

Habrá quienes celebren estos datos, detractores que arañan el encerado afirmando que esto no es más que una nueva tendencia avalada por unos pocos, sobre todo de nueva hornada; que pasará con el tiempo y que terminará volviendo el aula plenaria y la sesión magistral como metodologías efectivas frente al fracaso escolar, ejerciendo de nuevo una docencia basada en la memorización y comprensión impuesta. Puede que achaquen a las metodologías activas que se está allanando el camino de la motivación a los alumnos y que la gamificación o la cooperación entre equipos no hace más que situarles en una posición cómoda, desde la que aprender a costa del esfuerzo del docente.

Desde el OIE de la UDIMA compartimos, sin embargo, una visión optimista y con líneas de futuro que, si bien se han visto truncadas en este curso, nos llevan a pensar que innovar en educación es el camino correcto. Es el que nos ayuda a reflexionar sobre cómo mejorar lo existente, acerca de cómo avanzar en un ámbito ya trabajado y cómo escribir una escena que, aunque ya había comenzado a escenificarse, todavía tiene hueco para varias líneas más.

Al fin y al cabo, aprender es innovar. Cada vez que aprendemos, introducimos algo nuevo y siendo que aprender es innato al ser humano y a todas sus estructuras, la historia no es más que, en sí misma, una sucesión de innovaciones para responder a los retos de cada momento. Los maestros siempre han buscado formas de enseñar a las nuevas generaciones y por tanto siempre han innovado. Los miembros del OIE observamos para comprender los inevitables y necesarios cambios. Y es que los resultados que vamos obteniendo nos empujan a afirmar con certeza que innovar en educación es lo que nos permite seguir enseñando y, en definitiva, nuestra meta no es otra que el fin último de la educación: un alumnado feliz, un alumnado entregado y por supuesto, un alumnado formado.