Una de las causas de la frustración es el retraso en la satisfacción de algunos de nuestros deseos o, directamente, la imposibilidad de satisfacerlos. En la era de la inmediatez hemos desatendido el músculo de la tolerancia a la frustración.
Cada uno de nuestros días está lleno de pequeñas o no tan pequeñas frustraciones. Cuando casi cualquier cosa que deseamos tiene que ser concedida ya, ipso facto, se impone el fracaso y con él, la frustración. Pero es fácil imaginar que un nuevo deseo, igual de apremiante que el anterior, arrasará. Se superpondrá a la frustración sin darnos tiempo a aceptarla, a tolerarla, a aprender de ella.
La inmediatez nos hace impacientes y podría, en el largo plazo, hacernos incompetentes. Porque lo que antes requería por nuestra parte el esfuerzo de la búsqueda necesaria para conocer, contextualizar, comprender, viene ahora a golpe de click.
Es como si alguien pusiese en nuestra mano izquierda un delicioso libro de 200 páginas. Un libro maravillosamente escrito. Y nos explicara la grata experiencia de deleitarnos con las ideas expuestas, con las metáforas, con el ritmo. Y esa misma persona, al mismo tiempo, pusiera en nuestra mano derecha un librito de apenas 10 hojas y nos dijera: “Esto es un manual para poder leer mucho más rápido, que te enseña en 10 hojas, apenas en 20 minutos, a captar el significado general de una hoja dedicando tan sólo unos segundos a ella. No es necesario leer todas las palabras de una página. Si tienes el manual de 10 páginas podrás leerte el libro de 200 páginas en menos de la mitad del tiempo que lo harías sin él”.
“¿Qué estás pensando?” Cuando la vida solo vale en presente continuo, cuando todo caduca demasiado rápido, es difícil pensar. “Me siento…” Nos sentimos impelidos a estar en el aquí y en el ahora, pero ese mismo dictado, que en otro tiempo podría resultar orgánico, nos resuena dentro como una estrategia para poder irnos antes. Y ese irnos es hacia delante y hacia atrás.
Estoy aquí, ahora. Estoy para ser, para ser vista. Le hago una foto a mi aquí, un plato de comida (ventana de hotel, sombrilla recortada en el horizonte, mar en calma). En mi ahora (las dos de la tarde, las once de la noche, las siete de la mañana) le pongo un filtro (Clarendon, Moon, Lark…). Esto optimizará las luces y sombras de la imagen de forma automática y sin grandes esfuerzos. Mi aquí (perfectamente geolocalizado) ha pasado del plato a mi dispositivo móvil. Mi aquí ahora tiene un color más cálido, una saturación y un contraste mayores. Y mi ahora es 17 segundos más tarde (no se tarda casi nada en hacer la foto y ponerle el filtro). Infinitos fragmentos de vida digitalizada que se almacenan en la llamada “nube” (ese ente fuera de nuestros dispositivos y de nuestro control).
Me conecto a la red para com-partir-me y la red me devuelve como “recuerdo” mi aquí y ahora de hace 3 años. Dentro de otros 3 años “recordaré” en mi red una comida con un color más cálido, más saturado y con más contraste del que tengo aquí y ahora en mi plato. Ya está frío. Pero “me gusta”.
En la primacía contemporánea de la experiencia a través de la pantalla es primordial que nos pronunciemos sobre absolutamente todo.