Carlos es un estudiante de segundo curso en Ciencias del Trabajo y Recursos Humanos. Para preparar sus exámenes , elaboró un programa determinando las materias que debe estudiar por las mañanas y por las tardes. Ayer pusieron en la Tele, su programa favorito. No pudo resistir y se supo a verlo. Se quedó toda la noche viendo la Tele hasta la madrugada (no estudió). Se levantó tarde, con el tiempo justo para ir a trabajar. Tampoco pudo estudiar. Juró que hoy por la tarde sin falta iba a intentar recuperar el tiempo perdido. Pero, después del trabajo, llevó a casa. Abrió su correo electrónico antes de ponerse a estudiar. ¡Sorpresa! Acababa de recibir una invitación en Facebook de su amiga de infancia que vive en Canadá. No pudo resistir. Entró el Facebook, aceptó su invitación; después de unos minutos ya estaba chateando con ella (hasta la madrugada, otra vez!). El día siguiente, se levó con tiempo justo para ir a trabajar. Por la tarde, recibió una llamada telefónica de sus colegas para que vayan al bar a ver el partido de su equipo favorito, con unas cervecitas… Carlos está dudando si ir al ver el partido o quedarse en casa para estudiar. Pero, viendo los antecedentes, Carlos empieza a ser pesimista y a tener remordimientos sobre su capacidad de organización y de gestión del tiempo…

Posponer, aplazar, postergar, dejar para mañana o procrastinar son sinónimos de un hábito que a todos nos ha afectado alguna vez  y que consiste en evitar conscientemente aquellas tareas que se perciben como desagradables o incómodas dilatándolas a veces sin límite en el tiempo con los consiguientes efectos negativos que ello conlleva. La procrastinación es la capacidad de posponer de forma innecesaria la realización de una tarea, actividad o decisión relevante, sustituyéndola por otra menos relevante pero que reporta una satisfacción inmediata. En algunas personas el grado de procrastinación alcanzan niveles preocupantes porque tienden a caer en remordimientos y estrés por no haber cumplido con los objetivos.  Podemos diferenciar dos tipos de hábito de posponer. El primer tipo hace referencia a los aspectos cotidianos que atenta contra la autovaloración en clave de eficacia y pasa factura al autocalificarse de ineficaz o desastre al percibirse que no es capaz de cumplir lo que ha planificado.

El segundo tipo de procrastinar repercute en el individuo paralizándolo al dilatar el tiempo de tomar una decisión importante (por ejemplo: finiquitar una relación de pareja tóxica, devolver unos libros a la biblioteca, moderar el consumo de tabaco, reciclar sus conocimientos profesiones con vistas a mejorar laboralmente, etc. En este segundo tipo, la procrastinación se hace realmente crítica cuando las relaciones con los demás se ven afectadas porque prometemos pero no cumplimos con la promesa. Como consecuencias, los demás empiezan a desconfiar de nosotros, a no tomarnos en serio: los jefes se sienten disgustados, la pareja se siente disgustada o frustrada, etc; pero a nivel individual, no hacer las cosas a su debido tiempo puede causarnos estrés, ansiedad y frustración. Hay que incluir en este segundo tipo de procrastinación, el nivel de exigencia que el individuo se marca a la hora de tomar decisiones: el exceso de perfeccionismo puede llevar a retrasar de manera innecesaria la toma de decisiones y posponer los resultados indefinidamente.

Una excelente forma de solucionar el problema de la procrastinación es no caer en la trampa de la autosuficiencia y reconocer las propias limitaciones; y después buscar ayuda trabajando en equipos pequeños con personas que tienen el mismo problema que tu. Durante el periodo de examen es importante automotivarse, tener presente los objetivos o las metas que pretende alcanzar y establecer un sistema de premios para que pueda centrarse en el estudio. El cumplimiento de la planificación del estudio aumenta la autoestima o la autorealización que es beneficioso para el esfuerzo del individuo.