En vez de por el juego de tronos, la Historia de Luxemburgo está marcada por el intercambio de castillos. La primera vez que este país centroeuropeo salta a un documento es en el año 963, cuando Sigfrido, conde de las Ardenas, compró la fortaleza. Después, en el siglo XV, la duquesa Isabel vendió Luxemburgo a los duques de Borgoña y, como a esta familia pertenecería María, la madre de Felipe el Hermoso, de manos de su abuela el territorio fue heredado por Carlos V.

Con una superficie similar a Vizcaya y una población equivalente en número a la de la provincia de Valladolid, Luxemburgo ha intentado en los últimos años no salir en las listas de paraísos fiscales, y lo ha conseguido. Despunta, sin embargo, como espacio de banca para no residentes, es la segunda nación del planeta con un PIB más alto después de Qatar y el país con mayor renta per cápita de la Unión Europea.

Enrique I y María Teresa Mestre, los actuales Grandes Duques de Luxemburgo, estacan por su cercanía con el pueblo y por el compromiso católico. No en vano, el 2 de diciembre de 2008 el Jefe del Estado tuvo que soportar el recorte de su poder, cuando se opuso a la aprobación de la ley de la eutanasia, viviendo una situación comparable a la de su tío Balduino de Bélgica, cuando en 1990 abdicó durante 36 horas para no firmar la ley del aborto. El Vaticano premió a Enrique y hoy Luxemburgo es un entorno cosmopolita con más de 160 nacionalidades, instituciones como el Tribunal de Cuentas de la UE, mosaicos romanos en su museo, fiestas del vino durante la primavera y un himno, «Nuestra tierra», en recuerdo del año 1839 en que consiguió su independencia.

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