Los balnearios han sido, desde siempre, lugares propicios para la literatura, no solamente como escenarios de historias maravillosas (por su evocador paisaje) sino también por haber sido tradicionalmente lugares de reposo de grandes literatos. Así, cabe citar -entre otros muchos ejemplos- a Doña Emilia Pardo Bazán, escritora universal, o el Premio Nóbel Echegaray. Este último, disfrutaba de largas temporadas en el Balneario de Mondariz, al que denominó «Palacio de las Augas».
Esta importancia que tienen los balnearios, como centros de salud y reposo, en la literatura viene dado, en parte, por la consideración de estos lugares como el repositorio de los usos y costumbres de cada tiempo. No es raro, por tanto, que estos lugares sean el epicentro de algunas de las grandes historias de la literatura española. Puede ponerse como uno de los múltiples ejemplos «El Balneario», de Carmen Martín Gaite, obra por la que obtuvo el prestigioso premio literario «Café de Gijón». Por su parte, el Premio Nóbel de Literatura, Herman Hesse, también emplaza en un balneario una de sus grandes obras, «En el balneario». Esta obra se desarrolla en concreto, en el de Balneario de Baden, lugar tradicional de recuperación de la salud y de estancias regias.
Sin duda, las obras literarias centradas o encuadradas en el seno de un balneario se configuran como relatos que ofrecen la fisonomía social de una época. Se trata, por tanto, de obras que ofrecen al lector, no sólo la posibilidad de pasar un rato agradable embebido dentro de una historia, sino también la manera de entender desde una perspectiva práctica los usos y costumbres de nuestro tiempo histórico.
Doctora en Sociología. Profesora en UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.