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¿Cómo utilizar la perspectiva de género en la intervención en salud mental?

La salud es un estado de bienestar en el cual la persona es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su comunidad (OMS, 1962). De esta forma, la salud y la enfermedad son estados determinados por múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales y no hay una clara línea de demarcación entre ellos. Los acontecimientos a un nivel cualquiera de organización, desde el molecular al simbólico, repercuten en todos los demás niveles (Lipowski, 1988).

Por los tanto, la salud mental está directamente ligada a la salud física y la salud social, esta última entendida como la habilidad de interaccionar apropiadamente con la gente y el contexto, satisfaciendo las relaciones interpersonales; y no sería posible marcar unos límites exactos entre dichas áreas. Así pues, la promoción, mantenimiento y tratamiento de una de las facetas de la salud repercutirá siempre en las otras.

Los mecanismos de defensa y estrategias de afrontamiento, conceptualizados como una disposición conductual para hacer frente al estrés de la vida y las situaciones adversas, son importantes bloques de construcción de la personalidad adulta y son integrales para el funcionamiento social y emocional (Carver y Connor-Smith, 2010; McCrae y Costa, 2003). De esta manera, el afrontamiento y los mecanismos de defensa son críticos respecto a la manera en que las personas lidian con los retos de la vida diaria en la vida adulta y para el desarrollo de logros a largo plazo (Costa, Zonderman, y McCrae, 1991). Además, parece que el impacto del género en el proceso de estrés podría estar condicionado por los patrones de socialización tradicionales.

El rol femenino tradicional prescribe dependencia, afiliación, expresividad emocional, falta de asertividad y subordinación de las propias necesidades a las de los otros. El masculino prescribe atributos como autonomía, autoconfianza, asertividad, orientación al logro e instrumentalidad, lo que haría que los varones expresen y acepten con más dificultad sentimientos de debilidad, incompetencia y miedo, mientras que para la mujer será más difícil tomar una postura activa de solución de problemas (Aznar, Guerrero y Matías, 2006). De esta manera, las estrategias de afrontamiento masculinas serían predominantemente activas, no emotivas, y las de las mujeres de predominio emocional-afectivo.

Conviene tener esto en cuenta cuando sabemos que un estilo centrado en los problemas y su resolución, es decir, más activo suele ser más funcional y constituir incluso un factor protector respecto a las psicopatologías. En oposición, un estilo menos activo podría estar relacionado con la evitación y su consecuente patogénesis. Por otro lado, parece que los estilos más centrados en los problemas son más funcionales en las situaciones modificables y un estilo centrado en la emoción será más funcional en las situaciones que no pueden ser cambiadas. Cuando una persona envejece tiende a tener más recursos defensivos y de un tipo más maduro, lo que parece estar relacionado con una mejor salud y resiliencia.

La perspectiva de género en salud permite poner el foco en que el significado que la sociedad confiere al hecho de ser hombre y mujer influye diferencialmente en la salud de ambas poblaciones al originar comportamientos y actitudes que determinan diferentes grados de riesgo (Sánchez-López y Limiñana-Gras, 2016). Es conveniente tener esto en cuenta a la hora de abordar la intervención en salud, fortaleciendo nuevas estrategias que poner en marcha y los momentos más adecuados para su utilización.

De esta forma, la disposición de una gama más amplia de estrategias de afrontamiento y el ejercicio de su uso optimo según la situación tendrá un importante beneficio en la salud de las personas sobre las que intervienen los y las profesionales de la psicología. Por lo que las intervenciones que se hagan desde el ámbito sanitario, además de ser integrales deben tener en cuenta esto para favorecer el desarrollo de las características menos presentes en todas las personas incrementando su bienestar y calidad de vida.

Dime qué personalidad tienes y te diré a quién votas

Un momento de la intervención de Gian Vittorio Caprara

El pasado 21 de marzo visitó nuestra universidad el profesor Gian Vittorio Caprara, de la Università La Sapienza, de Roma, experto internacionalmente reconocido en psicología de la personalidad, que estos últimos años se dedica especialmente a la psicología de la economía y la política. En esta ocasión habló ante los profesores de la UDIMA sobre la relación entre los rasgos de personalidad y las ideas políticas, en una conferencia que despertó vivo interés y alguna que otra crítica.

La tesis fundamental del profesor Caprara era que la acción política (incluyendo tanto las ideas como la participación) depende más de variables de personalidad, como los rasgos  y los valores, que de las variables sociológicas que tradicionalmente venían teniéndose en cuenta a la hora de predecir la orientación política de la población: edad, sexo, educación, clase social, creencias religiosas, afiliación sindical, etc. Puso además de manifiesto, sobre la base de numerosos estudios, que la percepción que se tiene  del político (del personaje público en general) es extremadamente simplificada, reteniéndose por lo común solo dos de los cinco grandes rasgos en que se suele enmarcar la personalidad (extraversión, apertura, responsabilidad, amabilidad, estabilidad emocional), y que se vota según los valores con los que nos identificamos (apertura al cambio, transcencencia, autoafirmación, conservación), que reconocemos sumariamente en nuestro candidato preferido. Todo ello ilustrado con numerosos ejemplos de la política italiana y española.

Además de sus estudios estrictamente psicológicos, el prof. Caprara compartió con el profesorado de la UDIMA algunas reflexiones personales sobre la evolución de la democracia en los últimos años, afirmando que, en su opinión, había disminuido notablemente la distancia que antaño separaba (como tipos humanos) a los electores de los candidatos, y que, paradójicamente, la menor participación política que en muchos lugares podía observarse no significaba necesariamente falta de madurez democrática, ya que la abstención no suponía en muchos casos mera ignorancia o indiferencia, sino que era fruto del desengaño, y estaba por tanto cargada de intencionalidad y significación.

En la ronda de preguntas los participantes hicieron observaciones relativas a la importancia de la adscripción religiosa o sindical y otras variables sociológicas, la influencia ejercida por los líderes en sus propios partidos, e incluso la validez de ciertas estadísticas utilizadas.

El acto nos dejó con ganas de repetir. Esperamos volver a contar de nuevo con su presencia.

Al final de la sesión