La muerte de un hijo puede recibir distintos términos dependiendo de la etapa en la que suceda. La muerte gestacional. por ejemplo, es aquella que se produce cuando el feto cuenta con más de 22 semanas en el vientre de su madre. Si el bebé alcanza las 28 semanas de gestación o nace y supera la primera semana de vida entonces hablamos de muerte perinatal. Son algunas de las pérdidas que conllevan un proceso de duelo más duro.
Este tipo de muertes está relacionada con causas multifactoriales y puede deberse a distintos factores tanto genéticos como medioambientales. También existen los llamados factores de riesgo, que pueden afectar a la madre, al feto o a la placenta.
Si extendemos dicha situación traumática a cualquier edad, la muerte de un hijo o hija representa una de las mayores y dolorosas pérdidas que una familia puede atravesar en su proceso vital. Tanto, que no existe una palabra aceptada que denomine a los padres que han perdido un hijo/a. Recientemente algunas asociaciones, como la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer, han solicitado a la RAE que se acepte la palabra huérfilo con el objetivo de dar visibilidad emocional a una situación dolorosa y difícil de asimilar para los padres.
Nuestra naturaleza biológica no parece dotarnos de habilidades para prepararse ante la muerte de un hijo. Se supone que los padres, en circunstancias normales, no van a vivir durante más tiempo que sus hijos. Pero al dolor ante la muerte de un hijo hay que ponerle nombre y hay que escucharlo; poner nombre a las situaciones dolorosas ayuda a transitar por ellas, el dolor no deja de existir ni disminuye porque uno lo evite.
Duelo: transitar ‘el vacío’
Cada menor fallecido, independientemente de la edad del niño, es una experiencia de inmenso dolor y cada pérdida es importante y única. Todas ellas merecen un espacio de escucha, de comprensión y acompañamiento. El acompañamiento, con respeto y amor, es una de las mayores herramientas con las que cuenta el ser humano para ayudar al otro en su dolor. No hay grandes palabras de consuelo ante la muerte de un ser tan querido como un hijo, solo hace falta ESTAR.
Respecto al abordaje psicológico de la pérdida, para elaborar o transitar el duelo es necesario “sentir la pérdida”, aunque cada persona lo expresará a su manera: llorar, gritar, luchar o decidir continuar el legado de su hijo/a son ejemplos de ello. Cualquier expresión puede ser válida si ayuda a sanar el dolor por la pérdida de su hijo/a.
En concreto, el proceso de duelo tras la muerte de un hijo puede suponer una reacción más intensa y larga en el tiempo; tanto es así, que algunas personas pueden experimentar la vivencia de falta o incapacidad de superación de la pérdida de su hijo. Es entonces cuando cobra sentido el significado de la aceptación o, en otras palabras, aprender a convivir con los sentimientos de vacío, dolor y tristeza o desesperanza. Existen algunos procesos o tareas que pueden ayudar a afrontar el luto:
– Experimentar el dolor del duelo alivia y canaliza los sentimientos asociados a la pérdida.
– Intentar adaptarse a vivir sin la presencia del hijo fallecido manteniendo activos los recuerdos con él o ella.
– Explorar nuevas formas de sentirse conectados al hijo/a que ha fallecido.
– Aceptar la realidad de la pérdida.
– Compartir el dolor con otras personas que han vivido una experiencia similar puede suponer un consuelo y una forma de “sentirse comprendidos y acompañados”.
– “Perdonarse” por los actos que generan sentimientos de culpa cuando se evocan determinados recuerdos de la relación con el hijo que se ha perdido.
En definitiva, cualquier afrontamiento que permita el abordaje del sufrimiento de la persona puede ser una buena forma de aceptar, aunque aceptar no nos lleve al difícil camino de la superación. Quisiera acabar con una pequeña reflexión sobre el significado de la pérdida de un ser querido y su lugar en nuestra existencia: la vida, al igual que una rosa, no deja de ser hermosa porque tenga espinas…