Fear-Graffiti FlickrSi vemos a alguien que está atemorizado y le preguntamos por la causa de su miedo, probablemente  en su respuesta se refiera al estímulo que «le pone de los nervios». Quizá, de manera ostensible, apunte al animal -un reptil, una araña-, al objeto -una jeringa-, a la situación -una tormenta- o a cualquier otra cosa que figure en su repertorio de temores. “Estoy así por culpa de los rayos y los truenos”-nos dirá. Pero a veces el lenguaje nos confunde. Sabemos qué nos da miedo, pero no sabemos identificar tan fácilmente el porqué. Aunque  recurramos a ellos como explicación del temor, el reptil, la araña, la jeringa o la tormenta, simplemente, son los estímulos que activan la respuesta de ansiedad; pero no su causa. En esto del miedo, la persona juega un papel activo.

El proceso a través del cual alguien adquiere miedo a algo, en muchas ocasiones, implica alguno de estos tres factores: haber tenido una mala experiencia en la que el objeto del temor estaba de alguna forma presente, haber visto cómo alguien sufría esa experiencia aversiva, o -más sencillo aún- haber tenido noticias de lo que le puede pasar a uno -nada bueno- si se encuentra con determinados estímulos (1). Si tengo miedo a que en el hospital me extraigan sangre, puede ser porque una vez lo intentaron, y tras un momento de tensión máxima, acabé por caer al suelo desmayado. O porque vi cómo le ocurría esto a mi hermano menor. O simplemente, porque me han contado que las inyecciones son dolorosas y que el momento de la extracción es muy desagradable.

Aún así, estas explicaciones tampoco han resultado ser muy satisfactorias. Afortunadamente, una mala experiencia directa o indirecta no garantiza que uno vaya a desarrollar una fobia, lo que ha hecho que la investigación psicológica se lanzase a buscar otras alternativas. Entre ellas, una con muy buena prensa es la hipótesis de la preparación biológica. El miedo -dentro de unos límites- es una respuesta adaptativa. Nos protege de aquellos elementos del entorno que pueden resultar peligrosos para nosotros y pueden comprometer la supervivencia de nuestra especie. Tener miedo a las alturas, a los fenómenos atmosféricos violentos, a los grandes animales salvajes, o a los pequeños insectos que podían transmitirnos enfermedades, sin duda ayudó a que en más de una ocasión nuestros ancestros se pusieran a salvo y hoy podamos estar contándolo. Quizá -pensaron los investigadores- generación tras generación, a lo largo de miles de años de evolución, hemos ido creando, heredando y legando, una especie de archivo de temores. Eso explicaría que ahora estemos más predispuestos a aprender y emitir la respuesta de miedo ante algunos estímulos -aquellos en los que está en juego la supervivencia de la especie- que ante otros (2, 3).

La hipótesis, aunque sugerente, no deja sin embargo de estar exenta de problemas. En primer lugar, no explica la alta variabilidad interpersonal que existe en la respuesta de miedo. No todos tenemos los mismos temores, ni con la misma intensidad, aunque seamos miembros de la misma especie. En segundo lugar, ¿cómo se explicaría el miedo ante estímulos recientes, que no existían en épocas anteriores? Y finalmente, el archivo de miedos, a pesar de ser fruto de años y años de evolución, estaría aún lejos de ser un seguro de vida. Poca gente tiene miedo a los hongos, aunque una seta venenosa pueda ser mucho más letal que algunos animales muy temidos, como la araña común.

En este contexto, los modelos cognitivos de la ansiedad han supuesto un notable avance en nuestra comprensión de las fobias y los miedos. Tal vez, una larga tradición dualista nos había ocultado las relaciones entre nuestros pensamientos y nuestras emociones. Sin embargo, la relación entre cogniciones y miedo era ya conocida desde los antiguos griegos. Para Aristóteles, el miedo era el dolor que sentimos al anticipar un mal. Y Epícteto ya afirmaba que, en realidad, nuestras preocupaciones no tienen su origen en las cosas, sino en lo que pensamos sobre las cosas. La psicología moderna les da la razón.

Por ejemplo, el Modelo de Vulnerabilidad Cognitiva, desarrollado por Jason Armfield, sostiene en este sentido que las situaciones ansiógenas activan, de manera automática, un esquema cognitivo compuesto de cuatro tipos de evaluaciones (4):

  • La percepción de que el estímulo o situación entraña algún peligro potencial o puede dañarnos.
  • La anticipación de que el encuentro con un estímulo determinado puede ocasionarnos una sensación de malestar, similar a la respuesta de asco o repugnancia, en la que aparezcan mareos, vómito, etc.
  • La idea de que el estímulo es impredecible y que uno no sabe bien cuándo va a aparecer, cómo, por cuanto tiempo, etc.
  • Finalmente, la creencia de que el estímulo o situación temidos son incontrolables y uno poco o nada puede hacer por cambiar el curso de los acontecimientos.

Desde este modelo teórico es fácil explicar algunos de los miedos más comunes, como el temor a determinados animales (5). Las arañas, por ejemplo, son percibidas como peligrosas y potencialmente dañinas por las personas con fobia a ellas, pero también es difícil saber cuáles van a ser sus movimientos, y por supuesto, conocer sus «intenciones». Por si fuera poco, las personas con miedo a las arañas las ven como animales especialmente repugnantes, no siendo raro que sientan náuseas ante la visión de sus cuatro pares de patas, el pelo que recubre su cuerpo, o su creación más conocida, las telarañas.

Otro ámbito dónde el Modelo de Vulnerabilidad Cognitiva se ha aplicado con éxito es el miedo a los tratamientos dentales (6,7). Muchas personas, tanto niños como adultos, temen visitar a su dentista. Y una vez más, se comprueba que los pacientes con mayores niveles de miedo dental son aquellos que atribuyen un mayor grado de peligrosidad a los tratamientos odontológicos, presentan un mayor desconocimiento y sensación de falta de control sobre lo que puede ocurrir en las consultas, y muestran un temor más acusado a experimentar sensaciones de mareo, náuseas, atragantamiento o asfixia durante las intervenciones. De manera significativa, las investigaciones recientes han puesto de manifiesto que los pensamientos que integran el esquema de vulnerabilidad cognitiva tienen mayor capacidad para explicar las puntuaciones de miedo dental de una persona, en comparación con otras variables como las experiencias aversivas previas, la afectividad negativa, o la presencia de familiares con miedo dental (8, 9) .

La importancia de los cuatro pensamientos que conforman el esquema de vulnerabilidad no es sólo teórica. De este modelo se derivan unos objetivos claros para la prevención y el tratamiento de los problemas de ansiedad, miedo y fobias. Seguramente, si somos capaces de diferenciar que una cosa es la realidad y otra lo que pensamos de ella, y rastreamos en las causas de nuestros temores, encontraremos que las arañas, las serpientes, las tormentas, las inyecciones, o los dentistas no son tan temibles como creemos. Son nuestros pensamientos los que nos hacen vulnerables al miedo. En este sentido, reducir la percepción de que determinados estímulos o situaciones son peligrosos, inciertos, incontrolables o causan malestar físico puede contribuir a disminuir el nivel de miedo que alguien siente ante ellos.

Referencias

  1. Rachman, S. (1990). The determinants and treatment of simple phobias. Advances in Behaviour Research and Therapy, 12, 1−30.
  2. Poulton, R., Davies, S., Menzies, R. G., Langley, J., & Silva, P. A. (1998). Evidence for a non-associative model of the acquisition of a fear of heights. Behaviour Research and Therapy, 35, 327−334.
  3. Öhman, A., & Mineka, S. (2001). Fears, phobias, and preparedness: Toward an evolved module of fear and fear learning. Psychological Review, 108, 483−522.
  4. Armfield, J. (2006). Cognitive vulnerability: A model of the etiology of fear. Clinical Psychology Review, 26,746–768.
  5. Armfield, J.M. (2007). Manipulating perceptions of spider characteristics and predicted spider fear: evidence for the Cognitive Vulnerability Model of the etiology of fear. Journal of Anxiety Disorders, 21, 691-703.
  6. Armfield, J.M.,Slade, G.D., & Spencer, A,J. (2008). Cognitive vulnerability and dental fear. BMC Oral Health, 8, 1-11.
  7. Crego, A., Carrillo-Díaz, M., Armfield, J.M, & Romero, M. (2013). Applying the cognitive vulnerability model to the analysis of cognitive and family influences on children’s dental fear. European Journal of Oral Sciences, 121, 194-203.
  8. Armfield, J,M. (2010). Towards a better understanding of dental anxiety and fear: cognitions vs. experiences. European Journal of Oral Sciences, 118, 259-264.
  9. Carrillo-Díaz, M., Crego, A., Armfield, J.M., & Romero, M. (2012) Assessing the relative efficacy of cognitive and non-cognitive factors as predictors of dental anxiety. European Journal of Oral Sciences, 120, 82-88.

Imagen: Fear-Graffiti (por Jimee, Jackie, Tom & Asha, Flickr.com)