La resiliencia es una habilidad y competencia altamente demandada tanto en el ámbito personal como en los entornos laborales porque posibilita un afrontamiento adaptativo de las circunstancias adversas. Algo que se está convirtiendo en frecuente en el contexto actual. Primero vamos a definir y describir qué se entiende por resiliencia desde diferentes aproximaciones. La palabra resiliente se deriva del latín resilio que significa «rebotar», «volver hacia atrás».

Para la física es la medida de la habilidad de un material para absorber energía sin deformación plástica o permanente. Es un concepto relacionado es la tenacidad: habilidad de un material para absorber energía sin fracturarse.  Normalmente un material tenaz (se necesita mucha fuerza para romperlo) suele tener mucha resiliencia. ¿conoces a alguna persona tenaz? Posiblemente también será resiliente.

Desde la psicología, se entiende como la capacidad de una persona para afrontar con éxito, de manera socialmente aceptable, unas condiciones de vida adversas y superarlas, saliendo fortalecida y transformada positivamente. Algunos ejemplos de personas resilientes son Malala Yousafzau, Stephen Hawking , J. K. Rodwling, Nick Vujcic, Irene Villa, Rafael Nadal, Severiano Ballesteros y otros muchos más.

¿Qué características tienen estas personas? Su afrontamiento, sus conductas ante las situaciones adversas.

Resiliencia ¿Atacar o paralizarse?

Se estima que todas las personas pasamos por 2-3 episodios traumáticos o difíciles en nuestra vida (muerte de pareja o familiar cercano, pérdida de trabajo o vivienda, episodio violento como guerra o agresión física, etc.).

A los profesionales de la psicología siempre nos ha interesado investigar y conocer por qué hay personas que tienen una reacción muy negativa ante una situación de este tipo (por ejemplo, caen en un profunda depresión) y sin embargo otras salen fortalecidas.

Ante una situación estresante o dificultad reaccionamos con un determinado patrón de conducta, siendo los más frecuentes:

  • Atacar, rebelarse o mostrar enfado.
  • Huir o evitar porque sentimos miedo.
  • Quedarse paralizado, en ocasiones analizando en exceso la situación.
  • Victimismo: sensación de indefensión, de no poder influir en lo que ocurre.

¿Qué hacen las personas resilientes? Su estilo de afrontamiento tiene estas características:

  • Aceptación de la realidad como es.
  • Creen que la vida merece la pena: tienen un para qué.
  • Tienen capacidad para mejorar.

También me parece importante matizar qué no es la resiliencia: resistir, aguantar, ponerse corazas, negar o evadir lo que ocurre no son estrategias resilientes. Pueden ser eficaces a corto plazo para seguir adelante sin sufrir, pero si la persona no elabora adecuadamente lo que le ocurre, la reacción se puede posponer y desarrollar lo que se denomina estrés postraumático retardado.

De forma práctica, me gustaría sintetizar lo que realizan las personas resilientes ante una situación adversa que no tiene por qué ser esos 2-3 eventos traumáticos graves. Más bien es cómo podemos aplicar la resiliencia ante las situaciones adversas menos intensas pero tal vez más frecuentes en la situación actual (entorno VUCA, pandemia sanitaria, conflictos bélicos, crisis económicas, etc.).

Aceptación «ágil» del cambio

Ante un cambio, las personas nos encontramos con el reto de transitar por las siguientes fases emocionales, las fases habituales de un duelo y que son:

  1. Negación: rechazo de lo que ha ocurrido y las implicaciones que conlleva.
  2. Confusión: se produce una sensación de shock o aturdimiento.
  3. Enfado o rabia hacia el exterior.
  4. El enfado se dirige hacia nosotros mismos y aparecen sentimientos de dolor y culpa.
  5. Sentimientos de tristeza al ser consciente de la pérdida ocurrida.
  6. Con la aceptación de las nuevas circunstancias, la persona se permite afrontar adecuadamente el cambio y si es posible crecer.

Las personas resilientes realizan las primeras fases de una forma más sana, ágil y fluida; es decir no se enquistan o atascan en la negación, el enfado o la culpa, sino que realizan lo que se denomina “tareas del duelo”. Han aprendido a gestionar con agilidad los cambios y rápidamente aceptan los acontecimientos, llegando a la fase de aceptación y pasando a las siguientes fases:

1) Aceptación: recibir sin oposición o resistencia, es hacer las paces con la realidad y dejar ir con gratitud. No dedican su energía a luchar contra situaciones adversas o no deseadas que están fuera de su control. Un ejercicio importante que podemos hacer es diferenciar aquellas situaciones en las que tenemos el control de las que no (las acciones de los demás, por ejemplo) y poner la energía y el foco en mejorar las primeras. Teniendo en cuenta que también hay una zona de influencia, en la que podemos poner en marcha nuestras habilidades sociales. Es necesario diferenciar de aceptación (nos mueve a cambiar lo que sí depende de nosotros) de la resignación (pasividad o sensación de “tirar la toalla”).

2) Adaptación: con lo que tengo, ¿qué puedo hacer? Como indicó Stephen Hawking «la inteligencia es la capacidad de adaptarse al cambio». Kobasa identificó los tres rasgos de las personas resistentes al estrés: alto nivel de compromiso (creer que lo que hace es importe, implicación en las diferentes áreas de la vida), control interno (pensar que uno puede influir en los eventos de la vida) y desafío (interpretar los cambios como oportunidad, como retos; el cambio más que la estabilidad es la norma de la vida).

3) Generación: crear lo que necesito. En este momento se pone en marcha la creatividad; el miedo o el enfado son barreras a crear algo nuevo, a “pensar fuera de la caja” o salir de la zona de confort; por eso las personas resilientes son valientes (actúan a pesar de los miedos).

4) Fortalecimiento: reforzar fortalezas, aprender de lo que ha pasado, valorar lo que sigo teniendo. Las personas resilientes dedican un tiempo al autoconocimiento y reflexión; entienden los errores como parte del aprendizaje; analizan qué han hecho bien y cómo pueden seguir mejorando.

Para finalizar, Boris Cyrulnik, experto en resiliencia, considera que las personas que salen fortalecidas de las adversidades son aquellas que tiene dos características: un estilo de apego seguro desde la infancia (la confianza que tenían en su madre o persona cuidadora de referencia hace que confíen en sí mismas, en los demás y en la vida). Y han tenido un adecuado apoyo social en los momentos difíciles. Por lo tanto es esencial buscar y pedir ayuda en esos momentos, mostrarse vulnerable es un síntoma de fortaleza, no de debilidad.