Según Echeita, Simón, López y Urbina (2013), la educación escolar, en particular la que se considera básica y obligatoria para todo el alumnado, cumple tres funciones sociales relevantes:
– Persigue influir en el aprendizaje de las competencias que se estima serán necesarias para el buen desempeño personal y social de los futuros ciudadanos en un mundo que, ciertamente, no siempre es fácil anticipar cómo será.
– No puede ni debe dejar de mirar hacia atrás, ayudando a que esos mismos futuros ciudadanos reconozcan de dónde vienen, esto es, cuáles son los saberes y valores esenciales de su grupo cultural de referencia que les confiere identidad individual y colectiva, dotándoles de una base segura desde la que, precisamente, proyectarse hacia adelante.
– La escolarización también tiene que ser capaz de dar respuesta a las necesidades y demandas del hoy, del momento y el tiempo que están viviendo los niños, adolescentes y jóvenes actuales.
En este artículo nos centraremos en la primera función, la que nos debe hacer pensar en el proyecto de sociedad que nos gustaría ayudar a construir desde la escuela.
Estamos inmersos bajo el principio de inclusión educativa que llegó en el 2006 con la Ley Orgánica de Educación, hace ya 14 años, pero ¿realmente los docentes están preparados para atender a este principio? ¿Están formados para atender a la diversidad en sus aulas, en el recreo, en las excursiones o las actividades extraescolares? Y lo que es más importante ¿presentan competencias y buenas actitudes para desempeñar con éxito esta inclusión?
Respecto a estas dudas, existen estudios que evalúan actitudes de los maestros hacia las necesidades educativas especiales cuyos hallazgos indican que los maestros valoran positivamente que tengan a su disposición medios y recursos para ofrecer buena atención educativa a la diversidad. Coinciden en que la inclusión es adecuada y creen que es necesaria. En contraposición, prefieren no tener alumnos con discapacidad en sus aulas y añaden que los profesores necesitan formación específica para atender a alumnado con necesidades educativas especiales (Álvarez, Castro, Campo-Mon y Álvarez-Martino, 2005; Pérez-Jorge, 2010 y Hernández, 2015).
El perfil de los maestros exige una formación inicial adecuada que tenga en cuenta la diversidad como principio rector de la educación y de la escuela. Por lo tanto, es necesario que los maestros se formen y pongan en práctica metodologías que respondan a los conocimientos que la investigación proporciona centrados en los procesos de mejora e innovación educativa en los centros educativos y como mejora de atención a la diversidad constituyéndose como uno de los retos más importantes (Echeita, 2012).
La investigación de Chiner (2011) señala que existe una actitud contradictoria mostrada por el profesorado al abordar la inclusión. Los profesores aceptan y son conscientes del beneficio que la inclusión genera en el desarrollo social y cognitivo de los alumnos. Pero se sienten inseguros respecto a la implementación en sus propias aulas, prefiriendo, siempre que sea posible, la presencia de un maestro especialista. Este pensamiento contrasta con los profesionales de la Educación Especial que se muestran mucho más seguros y a favor de la inclusión. Esta investigación concluye que la disparidad observada está relacionada con las actitudes de los maestros, de la formación para atender a la diversidad y con la responsabilidad que esto supone, así como, del tiempo que se emplea en el proceso de enseñanza-aprendizaje con este tipo de alumnado.
Debemos reflexionar si desde las universidades se ofrece una formación en competencias que capacite al futuro docente atender a alumnado con diversidad bajo el principio de inclusión educativa. Tenemos que dotar al docente en herramientas que le permita transformar su idea preconcebida del aula ideal con alumnado que sigue el mismo ritmo de aprendizaje ya que esto no es así, no es la realidad. Solo hay que acudir a las escuelas para ver donde reside la pieza clave de la inclusión, la atención a la diversidad. Alumnado con diversas características y necesidades cuyo responsable de atenderlas y ofrecer el mejor proceso de enseñanza-aprendizaje es el docente.