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Quisiera empezar esta entrada proponiendo un juego. Pensad en palabras como nutrición, liredazgo, teología o felicidad. Ahora pensad en palabras como neuronutrición, neuroliderazgo, neuroteología o neurofelicidad. ¿Cuáles suenan más científicas? Sin necesidad de hacer un sondeo real, podemos imaginar la respuesta. Y es que diferentes investigaciones han puesto de manifiesto el poder que tiene la neurociencia a la hora de confiar en determinados resultados. Por ejemplo, Hyun Im, Varma y Varma (2017) realizaron un estudio en el que compararon la confianza que depositaban las personas hacia artículos educativos cuando estos se presentaban acompañados de imágenes cerebrales frente a otros que no presentaban dichos imágenes. Los resultados mostraron que los participantes confiaban significativamente más en los primeros artículos frente a los segundos. Años antes, McCabe y Castel (2008) habían observado, incluso, que la credibilidad hacia los estudios que mostraban imágenes cerebrales era mayor en comparación con la credibilidad hacia estudios que mostraban otro tipo de imágenes como gráficos de barras o mapas topográficos de activación cerebral, concluyendo que las imágenes de cerebros tienen un enorme poder persuasivo sobre las personas.
Pero, ¿por qué ocurre esto? Parece ser que esta confianza se basa en la suposición de que los datos neurocientíficos (por ejemplo, aquellos aportados por pruebas de neuroimagen) son datos objetivos frente a los datos subjetivos que pueden derivar, por ejemplo, de una encuesta con informes verbales de los participantes. Es decir, hay una tendencia a pensar que la neurociencia es capaz de hacer accesibles procesos que no pueden ser verbalizados o medidos con técnicas habituales, como si colocásemos una mirilla hacia el inconsciente. De esta manera, muchos emplean el prefijo «neuro» con el propósito de legitimar sus datos. Esto explica por qué el cerebro está de moda últimamente y por qué vende tanto.
Neurofinanzas, neurocoaching, neuroriqueza o neuroarquitectura son otros ejemplos más del interés actual por lo «neuro». En realidad, cualquier cosa es susceptible de ir precedida por el prefijo «neuro» porque todos los procesos se podrían comprender y analizar desde una perspectiva neurocientífica. ¿Qué somos sino el resultado de nuestra actividad cerebral? No obstante, el hecho de poner el prefijo «neuro» a cualquier cosa, no convierte a dicha cosa en una disciplina científica. El problema es que algunos intenten aprovecharse de esto para darle un barniz de ciencia a cosas que no lo son.
Lo que está ocurriendo es que se están legitimando incorrectamente muchos resultados por la falta de conocimiento real de aquellos que emplean el término «neuro». En la mayoría de los casos, por ir más allá de la ciencia. Se promueven estudios que no se basan de forma rigurosa en el método científico y que se sacan conclusiones precipitadas que van más allá del poder de los datos. Además, los medios de comunicación se aprovechan del impacto que tienen las neurociencias para viralizar titulares que sacan de contexto los resultados obtenidos o los generalizan.
Pongamos algunos ejemplos.
Crockett et al. (2013) desarrollaron un estudio en el que evaluaron el papel de la serotonina en el comportamiento social. En concreto, analizaron el efecto de este neurotransmisor en las decisiones que toma la gente ante situaciones sociales mediante el conocido como juego del ultimatum, un juego experimental dentro de la teoría de juegos probado por primera vez por Güth, Schittberger y Schwarze (1982) en el que a un jugador se le propone que reparta una determinada cantidad de dinero con otro jugador según le convenga, haciendo una única propuesta. Este segundo jugador puede aceptar o rechazar dicha propuesta. Güth et al. (1982) observaron que los jugadores (tanto los que ofrecen como los que responden) no actuaban de manera racional en sus propuestas y aceptaciones sino en base a los juicios que realizan sobre lo justo o injusto del reparto. Lo que observaron Crockett et al. (2013) empleando este juego es que al manipular el sistema de serotonina por medio del aminoácido triptófano (un precursor de la serotonina), se alteraban las decisiones que realizaban los participantes en el juego del ultimatum. En concreto, observaron que cuando se reducía el aminoácido trifosfato, era más probable que los participantes se vengaran cuando las propuestas realizadas por el que ofrece eran consideras injustas. Estos fueron los resultados obtenidos por Crockett y sus colaboradores. Aquí algunos de los titulares que surgieron a raíz de ellos: A cheesy secret behind successful decision making, A cheese sandwich is all you need for strong decision-making, What a friend we have in cheeses o Por qué el queso parmesano nos pone de buen humor. ¿Por qué se hablaba del queso si el estudio no mencionaba en ningún lugar la palabra queso? Pues porque el aminoácido triptófano se encuentra en el queso, por lo que los medios de comunicación entendieron que esta era una buena manera de atraer la atención de la gente. Ahora bien, ¿se ha demostrado que el queso afecta a la toma de decisiones sociales? La respuesta es claramente que no. He aquí un ejemplo de lectura incorrecta de datos y sobregeneralización de los resultados realizada desde la conocida como neuronutrición. Sin duda, podemos encontrar más ejemplos. Por ejemplo, el de la marca de bebidas neuro que, bajo el eslógan de bebidas con un objetivo, afirman tener efectos sobre aspectos como el sueño, el estrés o la dicha. En este último caso, sostienen que la bebida mejora el estado de ánimo, aumenta la concentración o promueve una actitud positiva. Sin embargo, no hay ni un solo estudio en la página web de esta compañía que avale estos resultados.
- Pasemos ahora a otro ejemplo relacionado con la neuroteología. Schjødt, Stødkilde-Jørgensenb, Geertz y Roepstorff (2008). Estos investigadores analizaron la actividad cerebral de diversos participantes mientras rezaban. En concreto, evaluaron la actividad cerebral con pruebas BOLD, que permiten medir la cantidad de oxígeno en la sangre. Los resultados mostraron que durante el rezo, se producía un aumento significativo de la respuesta BOLD en el núcleo caudado, una estructura subcortical que se ha relacionado con el sistema de recompensa dopamiérgico, un grupo de estructuras neuronales relacionadas con el refuerzo positivo. Los titulares surgidos a raíz de estos resultados fueron los siguientes: La neurociencia ha encontrado a Dios en el cerebro de los creyentes, Neurocientíficos afirman haber encontrado el correlato cerebral de las creencias religiosas. ¿Qué está pasando aquí? De nuevo, que los titulares están yendo más allá en sus afirmaciones de lo que los datos pueden hacerlo al relacionar el núcleo caudado con Dios. Hay un problema con esta línea de pensamiento y es que el núcleo caudado interviene en muchas funciones. Efectivamente, se ha relacionado con el sistema de recompensa dopaminérgico, pero también con otros procesos como el control motor, el aprendizaje, la memoria o la motivación (Delgado, Stenger y Fiez, 2004; Chiu, Jiand y Egner, 2017; White, 2009). Por otro lado, el rezo o la meditación no se han relacionado solo con la actividad del núcleo caudado, sino también con la de otras estructuras como el giro cingulado, las corteza insular, la corteza orbitofrontal, la corteza prefrontal, el tronco del encéfalo o el tálamo (Beauregard y Paquette, 2006). Por lo tanto, la religiosidad no parece ser el resultado de una única zona cerebral, sino el resultado de la participación de redes neurales complejas, como la mayoría de los comportamientos humanos.
Pero, sin duda, uno de los usos más incorrectos de la neurociencia es el que hace la conocida como Programación Neurolingüística (PNL), una disciplina que se define a sí misma como aquella que estudia y reprograma nuestra forma de comunicarnos, de expresarnos, de creer, etc. mediante técnicas explicadas por la neurología. Una de las hipótesis de partida de la PNL es que el lugar en el cual una persona enfoca su mirada nos permite conocer lo que está pensando (construyendo una imagen o un sonido, recordando una imagen, un sonido o sentimientos, o hablando con uno mismo) e, incluso, si está mintiendo. Una vez que sabemos esto, reprogramar el pensamiento resulta muy fácil, ¿verdad? No obstante, este postulado ha sido desmentido por la neurociencia en numerosas ocasiones. Por ejemplo, Profel y Cross (1985) analizaron la respuesta visual de 22 sujetos mientras contestaban a una serie de preguntas diferentes con las que tenían que manejar diferentes tipos de contenido (visual, auditivo y quinestésico) y observaron que el contenido que procesaban no guardaba relación con la posición de los ojos. Más recientemente, Wiseman, Watt, Brinke, Poter, Couper y Rankin (2012) llevaron a cabo tres estudios sobre dirección de la mirada y mentiras y no encontraron ninguna relación entre ambos.
En resumen, el cerebro vende, sí, pero no todo lo que tenga un cerebro ha de ser interpretado necesariamente como ciencia. Tened cuidado porque en el mundo hay muchas neuromentiras. Pedid siempre evidencias porque solo así conseguiremos que lo realmente «neuro» no se resienta.
Referencias
Beauregard, M., Paquette, V. (2006). Neural correlated os a mystical experience in Carmelite nuns. Neuroscience Letters, 3(25), 186-190. doi: 10.1016/j.neulet.2006.06.060
Chiu, Y.C., Jiang, J., y Egner, T. (2017). The caudate nucleus mediates learning of stimulus-control state associations. The Journal of Neuroscience, 37(4), 1028-1038. doi: 10.1523/JNEUROSCI.0778-16.2016
Crockett, M.J., Apergis-Schoute, A., Herrmann, B., Lieberman, M.D., Müller, U., Robbins, T.W., y Clark, L. (2013). Serotonin Modulates Striatal Responses to Fairness and Retaliation in Humans. The Journal of Neuroscience, 33(8), 3505-3513. doi: 10.1523/JNEUROSCI.2761- 12.2013
Delgado, M.R., Stenger, V.A., y Fiez, J.A. (2004). Motivation-dependent responses in human caudate nucleus. Cerebral Cortex, 14(9), 1022-1030. doi: 10.1093/cercor/bhh062
Güth, W., Schmittberger, R., y Schwarze, B. (1982). An experimental analysis of ultimatum bargaining. Journal of Economic Behavior and Organization, 3(4), 367-388. doi: 10.1016/0167-2681(82)90011-7
Im, S.H., Varma, K., y Varma, S. (2017). Extending the seductive allure of neuroscience explanations effect to popular articles about educational topics. The British Journal of Educational Psychology, 87(4),518-534. doi: 10.1111/bjep.12162
McCabe, D.P., y Castel. A.D. (2008). Seeing is believing: The effect of brain images on judgments of scientific reasoning. Cognition, 107(1), 343-352. doi: 10.1016/j.cognition.2007.07.017
Schjødt, U., Stødkilde-Jørgensenb, H., Geertz, A.W. y Roepstorff, A. (2008). Rewarding prayers. Neuroscience Letters, 443, 165-168. doi:10.1016/j.neulet.2008.07.068
White, N.M. (2009). Some highlights of research on the effects of caudate nucleus lesion over the past 200 years. Behavioural Brain Research, 199(1), 3-23. doi: 10.1016/j.bbr.2008.12.003
Wiseman, R., Watt, C., ten Brike, L., Porter, S., Couper, S.L., y Rankin, C. (2012). The Eyes Don’t Have It: Lie Detection and Neuro-Linguistic Programming. PLoS One, 7(7), e40259. doi: 10.1371/journal.pone.0040259
Doctora en Psicología. Profesora de Psicología en la UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.