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Sobre Laura Alonso Recio

Laura Alonso Recio

Doctora en Psicología. Profesora de Psicología en la UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid. Ver Perfil

Laura Alonso Recio

Neurocosas

Fuente: Pixabay

Quisiera empezar esta entrada proponiendo un juego. Pensad en palabras como nutrición, liredazgo, teología o felicidad. Ahora pensad en palabras como neuronutrición, neuroliderazgo, neuroteología o neurofelicidad. ¿Cuáles suenan más científicas? Sin necesidad de hacer un sondeo real, podemos imaginar la respuesta. Y es que diferentes investigaciones han puesto de manifiesto el poder que tiene la neurociencia a la hora de confiar en determinados resultados. Por ejemplo, Hyun Im, Varma y Varma (2017) realizaron un estudio en el que compararon la confianza que depositaban las personas hacia artículos educativos cuando estos se presentaban acompañados de imágenes cerebrales frente a otros que no presentaban dichos imágenes. Los resultados mostraron que los participantes confiaban significativamente más en los primeros artículos frente a los segundos. Años antes, McCabe y Castel (2008) habían observado, incluso, que la credibilidad hacia los estudios que mostraban imágenes cerebrales era mayor en comparación con la credibilidad hacia estudios que mostraban otro tipo de imágenes como gráficos de barras o mapas topográficos de activación cerebral, concluyendo que las imágenes de cerebros tienen un enorme poder persuasivo sobre las personas.

Pero, ¿por qué ocurre esto? Parece ser que esta confianza se basa en la suposición de que los datos neurocientíficos (por ejemplo, aquellos aportados por pruebas de neuroimagen) son datos objetivos frente a los datos subjetivos que pueden derivar, por ejemplo, de una encuesta con informes verbales de los participantes. Es decir, hay una tendencia a pensar que la neurociencia es capaz de hacer accesibles procesos que no pueden ser verbalizados o medidos con técnicas habituales, como si colocásemos una mirilla hacia el inconsciente. De esta manera, muchos emplean el prefijo «neuro» con el propósito de legitimar sus datos. Esto explica por qué el cerebro está de moda últimamente y por qué vende tanto.

Neurofinanzas, neurocoaching, neuroriqueza o neuroarquitectura son otros ejemplos más del interés actual por lo «neuro». En realidad, cualquier cosa es susceptible de ir precedida por el prefijo «neuro» porque todos los procesos se podrían comprender y analizar desde una perspectiva neurocientífica. ¿Qué somos sino el resultado de nuestra actividad cerebral? No obstante, el hecho de poner el prefijo «neuro» a cualquier cosa, no convierte a dicha cosa en una disciplina científica. El problema es que algunos intenten aprovecharse de esto para darle un barniz de ciencia a cosas que no lo son.

Lo que está ocurriendo es que se están legitimando incorrectamente muchos resultados por la falta de conocimiento real de aquellos que emplean el término «neuro». En la mayoría de los casos, por ir más allá de la ciencia. Se promueven estudios que no se basan de forma rigurosa en el método científico y que se sacan conclusiones precipitadas que van más allá del poder de los datos. Además, los medios de comunicación se aprovechan del impacto que tienen las neurociencias para viralizar titulares que sacan de contexto los resultados obtenidos o los generalizan.

Pongamos algunos ejemplos.

Crockett et al. (2013) desarrollaron un estudio en el que evaluaron el papel de la serotonina en el comportamiento social. En concreto, analizaron el efecto de este neurotransmisor en las decisiones que toma la gente ante situaciones sociales mediante el conocido como juego del ultimatum, un juego experimental dentro de la teoría de juegos probado por primera vez por Güth, Schittberger y Schwarze (1982) en el que a un jugador se le propone que reparta una determinada cantidad de dinero con otro jugador según le convenga, haciendo una única propuesta. Este segundo jugador puede aceptar o rechazar dicha propuesta. Güth et al. (1982) observaron que los jugadores (tanto los que ofrecen como los que responden) no actuaban de manera racional en sus propuestas y aceptaciones sino en base a los juicios que realizan sobre lo justo o injusto del reparto. Lo que observaron Crockett et al. (2013) empleando este juego es que al manipular el sistema de serotonina por medio del aminoácido triptófano (un precursor de la serotonina), se alteraban las decisiones que realizaban los participantes en el juego del ultimatum. En concreto, observaron que cuando se reducía el aminoácido trifosfato, era más probable que los participantes se vengaran cuando las propuestas realizadas por el que ofrece eran consideras injustas. Estos fueron los resultados obtenidos por Crockett y sus colaboradores. Aquí algunos de los titulares que surgieron a raíz de ellos: A cheesy secret behind successful decision making, A cheese sandwich is all you need for strong decision-making, What a friend we have in cheeses o Por qué el queso parmesano nos pone de buen humor¿Por qué se hablaba del queso si el estudio no mencionaba en ningún lugar la palabra queso? Pues porque el aminoácido triptófano se encuentra en el queso, por lo que los medios de comunicación entendieron que esta era una buena manera de atraer la atención de la gente. Ahora bien, ¿se ha demostrado que el queso afecta a la toma de decisiones sociales? La respuesta es claramente que no. He aquí un ejemplo de lectura incorrecta de datos y sobregeneralización de los resultados realizada desde la conocida como neuronutrición. Sin duda, podemos encontrar más ejemplos. Por ejemplo, el de la marca de bebidas neuro que, bajo el eslógan de bebidas con un objetivo, afirman tener efectos sobre aspectos como el sueño, el estrés o la dicha. En este último caso, sostienen que la bebida mejora el estado de ánimo, aumenta la concentración o promueve una actitud positiva. Sin embargo, no hay ni un solo estudio en la página web de esta compañía que avale estos resultados.

  1. Pasemos ahora a otro ejemplo relacionado con la neuroteología. Schjødt, Stødkilde-Jørgensenb, Geertz y Roepstorff (2008). Estos investigadores analizaron la actividad cerebral de diversos participantes mientras rezaban. En concreto, evaluaron la actividad cerebral con pruebas BOLD, que permiten medir la cantidad de oxígeno en la sangre. Los resultados mostraron que durante el rezo, se producía un aumento significativo de la respuesta BOLD en el núcleo caudado, una estructura subcortical que se ha relacionado con el sistema de recompensa dopamiérgico, un grupo de estructuras neuronales relacionadas con el refuerzo positivo. Los titulares surgidos a raíz de estos resultados fueron los siguientes: La neurociencia ha encontrado a Dios en el cerebro de los creyentes, Neurocientíficos afirman haber encontrado el correlato cerebral de las creencias religiosas¿Qué está pasando aquí? De nuevo, que los titulares están yendo más allá en sus afirmaciones de lo que los datos pueden hacerlo al relacionar el núcleo caudado con Dios. Hay un problema con esta línea de pensamiento y es que el núcleo caudado interviene en muchas funciones. Efectivamente, se ha relacionado con el sistema de recompensa dopaminérgico, pero también con otros procesos como el control motor, el aprendizaje, la memoria o la motivación (Delgado, Stenger y Fiez, 2004; Chiu, Jiand y Egner, 2017; White, 2009). Por otro lado, el rezo o la meditación no se han relacionado solo con la actividad del núcleo caudado, sino también con la de otras estructuras como el giro cingulado, las corteza insular, la corteza orbitofrontal, la corteza prefrontal, el tronco del encéfalo o el tálamo (Beauregard y Paquette, 2006). Por lo tanto, la religiosidad no parece ser el resultado de una única zona cerebral, sino el resultado de la participación de redes neurales complejas, como la mayoría de los comportamientos humanos.

Pero, sin duda, uno de los usos más incorrectos de la neurociencia es el que hace la conocida como Programación Neurolingüística (PNL), una disciplina que se define a sí misma como aquella que estudia y reprograma nuestra forma de comunicarnos, de expresarnos, de creer, etc. mediante técnicas explicadas por la neurología. Una de las hipótesis de partida de la PNL es que el lugar en el cual una persona enfoca su mirada nos permite conocer lo que está pensando (construyendo una imagen o un sonido, recordando una imagen, un sonido o sentimientos, o hablando con uno mismo) e, incluso, si está mintiendo. Una vez que sabemos esto, reprogramar el pensamiento resulta muy fácil, ¿verdad? No obstante, este postulado ha sido desmentido por la neurociencia en numerosas ocasiones. Por ejemplo, Profel y Cross (1985) analizaron la respuesta visual de 22 sujetos mientras contestaban a una serie de preguntas diferentes con las que tenían que manejar diferentes tipos de contenido (visual, auditivo y quinestésico) y observaron que el contenido que procesaban no guardaba relación con la posición de los ojos. Más recientemente, Wiseman, Watt, Brinke, Poter, Couper y Rankin (2012) llevaron a cabo tres estudios sobre dirección de la mirada y mentiras y no encontraron ninguna relación entre ambos.

En resumen, el cerebro vende, sí, pero no todo lo que tenga un cerebro ha de ser interpretado necesariamente como ciencia. Tened cuidado porque en el mundo hay muchas neuromentiras. Pedid siempre evidencias porque solo así conseguiremos que lo realmente «neuro» no se resienta.

Referencias

Beauregard, M., Paquette, V. (2006). Neural correlated os a mystical experience in Carmelite nuns. Neuroscience Letters, 3(25), 186-190. doi: 10.1016/j.neulet.2006.06.060

Chiu, Y.C., Jiang, J., y Egner, T. (2017). The caudate nucleus mediates learning of stimulus-control state associations. The Journal of Neuroscience, 37(4), 1028-1038. doi: 10.1523/JNEUROSCI.0778-16.2016

Crockett, M.J., Apergis-Schoute, A., Herrmann, B., Lieberman, M.D., Müller, U., Robbins, T.W., y Clark, L. (2013). Serotonin Modulates Striatal Responses to Fairness and Retaliation in Humans. The Journal of Neuroscience, 33(8), 3505-3513. doi: 10.1523/JNEUROSCI.2761- 12.2013

Delgado, M.R., Stenger, V.A., y Fiez, J.A. (2004). Motivation-dependent responses in human caudate nucleus. Cerebral Cortex, 14(9), 1022-1030. doi: 10.1093/cercor/bhh062

Güth, W., Schmittberger, R., y Schwarze, B. (1982). An experimental analysis of ultimatum bargaining. Journal of Economic Behavior and Organization, 3(4), 367-388. doi: 10.1016/0167-2681(82)90011-7

Im, S.H., Varma, K., y Varma, S. (2017). Extending the seductive allure of neuroscience explanations effect to popular articles about educational topics. The British Journal of Educational Psychology, 87(4),518-534. doi: 10.1111/bjep.12162

McCabe, D.P., y Castel. A.D. (2008). Seeing is believing: The effect of brain images on judgments of scientific reasoning. Cognition, 107(1), 343-352. doi: 10.1016/j.cognition.2007.07.017

Schjødt, U., Stødkilde-Jørgensenb, H., Geertz, A.W. y Roepstorff, A. (2008). Rewarding prayers. Neuroscience Letters, 443, 165-168. doi:10.1016/j.neulet.2008.07.068

White, N.M. (2009). Some highlights of research on the effects of caudate nucleus lesion over the past 200 years. Behavioural Brain Research, 199(1), 3-23. doi: 10.1016/j.bbr.2008.12.003

Wiseman, R., Watt, C., ten Brike, L., Porter, S., Couper, S.L., y Rankin, C. (2012). The Eyes Don’t Have It: Lie Detection and Neuro-Linguistic Programming. PLoS One, 7(7), e40259. doi: 10.1371/journal.pone.0040259

Movimientos que generan emociones

Uno de los planteamientos teóricos más influyentes en el estudio de la emoción sugiere que las expresiones faciales y los estados emocionales se encuentran bidireccionalmente relacionadas (Adelmann y Zajonc, 1989; Bower, 1981). En este sentido, cuando sentimos una emoción (imaginemos, por ejemplo, de alegría, tristeza, miedo, ira o asco, por ser las emociones básicas descritas por Darwin), entonces generamos un conjunto de movimiento faciales que las hacen reconocibles por los demás. Es decir, el estado emocional interno genera una expresión facial perceptible externamente. Lo contrario, y esto es lo que resulta algo más sorprendente, también parece ser posible. Es decir, que la expresión facial de una emoción, aunque sea de manera intencionada, es capaz de generar un estado emocional.

Esta relación entre expresión facial y estado emocional ha recibido mucha atención en la literatura científica. Históricamente, uno de los primeros argumentos acerca de la influencia de la expresión sobre la experiencia emocional vino de la mano de James y Lange (James, 1884; Lange, 1885). Estos autores postularon que la percepción de un estímulo provocaba una reacción fisiológica que, a su vez, conllevaba una emoción (estímulo-respuesta-emoción: Tengo pena porque lloro). Esta teoría iba en contra de otros planteamientos desarrollados más adelante por Cannon y Bard (Cannon, 1929; Bard, 1928), que sostenían que la percepción de un estímulo provocaba una emoción que, a su vez, desencadenaba un conjunto de reacciones fisiológicas (estímulo-emoción-respuesta: Lloro porque tengo pena). En cualquier caso, la teoría de James y Lange supuso un adelanto a lo que hoy se conoce como hipótesis del Feedback facial.

Según esta hipótesis, la percepción de una emoción provoca en el receptor una respuesta automática y muscular de ajuste con el estado emocional del emisor, encaminada a facilitar su reconocimiento (Niedenthal, 2007). Es decir, que la actividad muscular parece ser la responsable del reconocimiento, mediante un feedback sensorial muscular. Esta respuesta motora sinérgica que se genera en el receptor cuando observa la expresión de una emoción en el receptor puede no ser perceptible a simple vista. Sin embargo, parece contribuir a la activación de las áreas cerebrales relacionadas con el reconocimiento emocional.

El primer autor que formuló la hipótesis del feedback facial fue Tomkins (1962), quien propuso que la retroalimentación sensorial que llevan a cabo los músculos del rostro cuando nos enfrentamos a la imagen de una persona mostrando una emoción, pueden generar una experiencia emocional sin necesidad de que intervenga la cognición, es decir, antes de que se produzca el reconocimiento.

A partir de entonces, se han generado y se continúan generando una gran cantidad de experimentos para valorar si la actividad facial influye o no el reconocimiento de expresiones faciales emocionales. Podemos agruparlos en tres grandes grupos. En primer lugar, los que han analizado la capacidad para reconocer expresiones faciales de sujetos a los que se les restringe o limita la actividad muscular (por ejemplo, mediante inyecciones de Botox o mediante la colocación de un lápiz en la boca) frente a otros a los que no (por ejemplo, Alam, Barrett, Hodapp y Ardnt, 2008). En segundo lugar, los que han comparado la capacidad para reconocer expresiones faciales emocionales en situaciones de percepción activa (requiriendo al sujeto que expresase de forma voluntaria la emoción que estaban percibiendo) y pasiva (sin realizar ninguna actividad adicional) (por ejemplo, Dimberg y Söderkvist, 2011). Finalmente, los que han evaluado la actividad motora automática que genera la percepción de la expresión por medio de registros electromiográficos (por ejemplo, Künecke, Hilderbandt, Recio, Sammer y Wilhmem, 2014). En líneas generales, estos tres tipos de estudios han puesto de manifiesto que la expresión parece favorecer el reconocimiento emocional.

Estos resultados tienes importantes implicaciones, tanto desde el punto de vista teórico como práctico. A nivel teórico, nos dan pistas sobre la relación entre los mecanismos cerebrales implicados en la percepción y el reconocimiento emocional. A nivel práctico, nos permite predecir las consecuencias que, sobre el reconocimiento emocional, se puedan dar en pacientes con limitaciones en la expresión facial (enfermedad de Parkinson, hemiplejia, etc.), junto con las limitaciones en la interacción social que se puedan derivar.

Referencias

Adelmann, P. K., y Zajonc, R. B. (1989). Facial efference and the experience of emotion. Annual Review of Psychology, 40, 249–280.

Alam, M., Barrett K.C.,. Hodapp, R.M. Arndt K.A . (2008) Botulinum toxin and the facial feedback hypothesis: can looking better make you feel happier? J Am Acad Dermatol, 58 (6), pp. 1061-1072.

Bower, G.H (1981). Mood and memory. American Psychologist, 36, 2, 129–148

Bard, P. (1928). A diencephalic mechanism for the expression of rage with special reference to the sympathetic nervous system. American Journal of Physiology, 84, 490-515.

Cannon, W.B. (1929). Bodily Changes in Pain, Hunger, Fear and Rage. Nueva York: Harper & Row.

Dimberg, U. y Söderkvist, S. (2011). The Voluntary Facial Action Technique: A Method to Test the Facial Feedback Hypothesis. Journal of Nonverbal Behavior, 35(1), 17-33. doi: 10.1007/s10919-010-0098-6.

James, W (1884) What is an emotion? Mind, 9, 188-205.

Künecke, J., Hildebrandt, A., Recio, G., Sommer, W., y Wilhelm, O. (2014) Facial EMG Responses to Emotional Expressions Are Related to Emotion Perception Ability. PLoS ONE 9(1), e84053.

Lange, C.G. (1885) Om sindsbevaegelser: Et psyko-fysiologisk studie. Copehhagen: acob Lunds.

Niedenthal, P.M. (2007). Embodying emotion. Science, 316(5827), 1002–1005. doi: 10.1126/science.1136930

Tomkins, S. S. (1962). Affect, imagery, consciousness (Volume I: The positive affects). New York: Springer.

 

Estado actual de la Neuropsicología en España

La neuropsicología es una disciplina concebida como un intento por entender la relación existente entre el cerebro y el comportamiento (Berlucchi, 2009). Se trata de una disciplina relativamente reciente si la comparamos con otras disciplinas como la clínica, la educativa, la social, etc. De hecho, no fue hasta los años 60 cuando la neuropsicología comenzó a emerger como disciplina claramente definida e independiente (Hebben and Milberg, 2011).

Sus inicios se remotan a 1963, año en el que se funda la primera revista internacional especializa en el ámbito. Esta revista, editada por Henry Hécaen es titulada, precisamente, con el nombre de Neuropsychologia. En su primer volumen, el editor de la revista especifica que el objetivo es satisfacer las necesidades aquellos investigadores pertenecientes a diferentes campos que tenían más en común entre sí que con los miembros de sus campos originales (Berlucci, 2009). Concretamente, el término neuropsicología se emplea para designar el interés por el estudio de la relación entre el cerebro y el comportamiento.

Un año después, en 1964, se funda también la revista Cortex que incluye, en su primer volumen , un artículo de Alexander Luria titulado “La neuropsicología en el diagnóstico local del daño cerebral” (Luria, 1964). En este artículo, Luria aporta numerosos ejemplos del significado múltiple de los síntomas observados mediante el análisis neuropsicológico del daño cerebral local. Además, describe métodos que se pueden emplear para el diagnóstico del daño.

En este mismo año pero unos cuantos volúmenes después, la revista publica un número titulado “Lecturas Básicas en Neuropsicología” en el que muestra un recopilatorio de artículos sobre neuropsicología procedentes de diferentes revistas científicas. Finalmente, en 1967, se crea la primera sociedad International de Neuropsicología, la International Neuropsychological Society (INS, http://www.the-ins.org/). Se trata de una organización multidisciplinar sin ánimo de lucro dedicada a mejorar la comunicación entre las disciplinas científicas que contribuyen a la comprensión de las relaciones entre el cerebro y la conducta.

Pronto empieza a diferenciarse, dentro de la neuropsicología, una corriente interesada por la aplicación de los conocimientos de la neuropsicología al paciente con daño cerebral. Estamos hablando de la Neuropsicología clínca. De hecho, en 1975, algunos neuropsicólogos con una vertiente más clínica crea la Academia Nacional de Neuropsicología (National Academy of Neuropsychology, NAN, https://www.nanonline.org/), una organización profesional dedicada a los intereses de los neuropsicólogos clínicos (Bush, 2011). Pocos años después, concretamente en 1979, se funda la Revista International Journal of Clinical Neuropsychology (más tarde conocida como Journal of Clinical and Experimental Neuropsychology, JCEN, http://www.tandfonline.com/loi/ncen20#.Vl3Wacp1Jx0), dirigida de manera específica al ámbito de la Neuropsicología Clínica. Por lo tanto, a lo largo de los años 70, la Neuropsicología Clínica va consiguiendo establecerse como disciplina especializada.

Por este motivo, en el año 1980, la American Psychology Association (APA) decide crear una división específica para la Neuropsicología Clínica; la División 40 (http://www.div40.org/). El objetivo de esta división era avanzar en la especialidad de la neuropsicología clínica como ciencia y profesión mediante la promoción de la investigación, la práctica clínica y la educación en un contexto multidisciplinar (Puente y Marcotte, 2000).

Pero no fue hasta 1996, cuando la Comisión para el reconocimiento de especialidades y competencias reconoce la Neuropsicología Clínica y la define como “una especialidad profesional dentro de la psicología que se encarga de aplicar los principios de la evaluación y la intervención basada en el estudio científico del comportamiento humano y su relación con el función normal y patológico del sistema nervioso central. La especialidad está dedicada a la mejora de nuestro conocimiento sobre las relaciones cerebro-conducta y la aplicación de este conocimiento a los problemas humanos” (APA Council of Representatives, 1996, reaprobado 2003)

Dos años después, en 1998, se celebró la Conferencia de Houston para la Formación Especializada en Neuropsicología Clínica. En el documento elaborado a raíz de dicha conferencia se menciona que “un neuropsicólogo es un psicólogo profesional entrenado en la ciencia de las relaciones del cerebro-comportamiento. El neuropsicólogo clínico se especializa en el uso de los principios de la evaluación y de la intervención basados en el estudio científico del comportamiento humano a lo largo de la vida mientras que se relacione con el funcionamiento normal y anormal del sistema nervioso” (Hannay y cols., 1998). En este mismo documento se recogen también los conocimientos que debe tener un neuropsicólogo clínico:

  • 1. Psicología General
    • a. Estadísticas y metodología
    • b. Aprendizaje, cognición y percepción
    • c. Psicología social y personalidad
    • d. Bases biológicas de la conducta
    • e. Psicología evolutiva
    • f. Historia de la Psicología
    • g. Diferencias culturales e individuales y diversidad)
  • 2. Psicología General Clínica
    • a. Psicopatología
    • b. Teoría psicométrica
    • c. Técnicas de entrevista y evaluación
    • d. Técnicas de intervención , e. Ética profesional)
  • 3. Fundamentos para el estudio de las relaciones cerebro-conducta
    • a. Neuroanatomía funcional
    • b. Trastornos neurológicas y relacionados incluyendo su etiología, patología, curso y tratamiento
    • c. Enfermedades no neurológicas que afectan al funcionamiento del sistema nervioso central
    • d. Neuroimagen y otras técnicas de neurodiagnóstico
    • e. Neuroquímica de la conducta [p. ej., psicofarmacología]
  • 4. Fundamentos para la práctica de la neruropsicología
    • a. Técnicas especializadas de evaluación neuropsicológica
    • b. Técnicas especializadas de intervención neuropsicológica
    • c. Diseños de investigación y análisis en neuropsicología
    • d. Práctica profesional y ética en neuropsicología
    • e. Implicaciones prácticas en las enfermedades neuropsicológicas)

En esta misma línea, la NAN aprobó en 2001, unos criterios mínimos para el ejercicio práctico de la Neuropsicología Clínica que incluían: un doctorado en psicología, práctica profesional dos años de experiencia (uno predoctoral y otro postdoctoral) incluyendo la supervisión por un/a neuropsicólogo/a clínico y una licencia para practicar la psicología (NAN,2001).

Teniendo en cuenta lo anterior, parece claro que la Neuropsicología clínica es una disciplina que se encuentra, a pesar de su corta edad, bastante establecida e, incluso, altamente estructura. Sin embargo, esta situación no es generalizada y muchos países no han establecido aún los medios adecuados para conseguir su oficialidad. España es uno de estos países. Hasta el momento, no existe un itinerario que esté reconocido a nivel estatal y la formación de los neuropsicólogos no se encuentra regulada. Ésta depende de los centros que imparten las enseñanzas, por lo que los planes de estudio son muy heterogéneos. De hecho, en nuestro país sólo se reconoce y, por lo tanto, regulariza, la especialidad de Psicología Sanitaria, bien a través de la titulación especialista en Psicología Clínica, que cuenta además con una formación por el sistema de residencia (PIR), o a través del Máster en Psicología General Sanitaria.

Sin embargo, las diferencias entre la Psicología Sanitaria y la Neuropsicología clínica son numerosas tanto en formación teórica como en la práctica (instrumentos de evaluación, terapias de intervención, investigación básica y aplicada, etc). Es por ello que en los últimos años se están elaborando documentos para la acreditación del neuropsicólogo/a clínico por parte de algunas entidades (como la sección de Neuropsicología de la Sociedad Española de Neurología, http://www.sen.es/noticias/102-noticias-sen/secretaria-de-la-junta-directiva/508-seccion-de-neuropsicologia). Algunos organismos, incluso, ya expiden acreditacines de experto en Neuropsicología Clínica (como el colegio oficial de Psicólogos de Madrid, http://www.acreditaciones.cop.es/). No obstante, y hasta que la profesión del Neuropsicólogo Clínico no esté regulada a nivel estatal, dichas acreditaciones, aunque interesantes, no son un requisito oficial para practicar la profesión.

Referencias

Berlucchi, G. (2009). Neuropsychology: Theoretical Basis. Encyclopedia of Neuroscience, 1001-1006.

Hebben, N. y Milberg, W. (2011). Fundamentos para la evaluación neuropsicológica. México: Editorial El Manual Moderno.

Luria, A.R. (1964). Neuropsychology in the local diagnosis of brain damage. Cortex, 1, 3-18.+

Bush. S.S. (2011). The Nartional Academy of Neurpsychology at 35: A developmental History. Archives of Clinical Neuropsychology, 26, 287-305.

Puente, A. E., & Marcotte, A. C. (2000). A history of Division 40 (Clinical Neuropsychology). In D. A. Dewsbury (Ed.), Unification through division: Histories of the divisions of the American Psychological Association,Vol. 5 (pp. 137-160).

Hannay, H. J., Bieliauskas, L. A., Crosson, B. A., Hammeke, T. A., Hamsher, K.deS., y Koffler, S. P. (1998). Proceedings of the Houston Conference on specialty education and training in clinical neuropsychology. Archives of Clinical Neuropsychology, 13, 157–158.

National Academy of Neuropsychology (2001). NAN definition of a clinical Neuropsychologis [Appendix]. Extraído de: https://www.scn40.org/uploads/4/7/2/2/47220679/nanpositiondefneuro.pdf

American Psychological Association Council of Representatives (1196, reapproved 2003). Archival description of Clinical Neuropsychology. Appendix K, XVI.3 Extraído de: https://www.scn40.org/uploads/4/7/2/2/47220679/archival_description_of_clinical_neuropsychology.pdf

¿Cómo procesa las caras nuestro cerebro?

Cómo procesa las caras nuestro cerebro

Los seres humanos estamos altamente dotados para reconocer la información social que nos proporcionan los rostros, no sólo aquella relativa a aspectos de la identidad facial, como el sexo o la edad, sino también la relacionada con la emoción que estos rostros expresan (Ellis y Young, 1992). Esta habilidad para interpretar las caras de otras personas es un aspecto básico de la interacción social humana. En este sentido, las caras constituyen uno de los primeros estímulos que recibimos al nacer y es, desde el punto de vista biológico, psicológico y social, el objeto visul más significativo para el ser humano (Lopera, 2000).

El estudio de pacientes con lesiones o disfunciones cerebrales ha puesto de manifiesto el importante impacto a nivel social que aparecen cuando se presentan dificultades en el procesamiento de las caras. Así, la incapacidad para reconocer rostros puede producir importantes liitaciones en la comunicación con otras personas, contribuir al aislamiento y, en definitiva, provocar la pérdida de calidad de vida. También ha puesto de manifiesto la existencia de una disociación entre la capacidad para reconocer rasgos de identidad facial (edad, sexo, etc) y la capacidad para reconocer expresiones faciales emocionales.

Para dar explicación a este fenómeno se han desarrollado diversos modelos neurocognitivos acerca del procesamiento de caras (Calder y Young, 2005; Calder, Young, Keane y Dean, 2000; Haxby, Hoffman y Gobbini, 2002; Haxby y Gobbini, 2011). Por ejemplo, el modelo de Haxby, Hoffman y Gobbini (2000), sugiere que la información de los rostros se procesa de forma distribuida mediante dos sistemas funcionalmente independientes que reciben el nombre de central y extendido (ver Figura 1).

Modelo procesamiento emocional

Figura 1. Modelo de Haxby, Hoffman y Gobbini (2000)

Por una parte, el sistema central parece estar implicado en el procesamiento de las características básicas de la identidad y de los gestos faciales (como las expresiones faciales emocionales). Para ello, después de generarse una representación inicial de la cara, el procesamiento de la identidad y de las expresiones faciales emocionales sigue dos caminos separados e independientes. El procesamiento de rasgos de identidad facial conlleva la percepción de características estables o invariables de la cara, mientras que las expresiones faciales emocionales requieren la percepción de sus aspectos variables (o cambiantes). En ambos tipos de análisis participa la corteza occipital inferior generado la representación inicial de la cara. Además, y ya de manera distintiva, en el reconocimiento de la identidad facial está implicado el giro fusiforme mientras que en el reconocimiento de las expresiones faciales emocionales participa el surco temporal superior.

Tras este análisis perceptivo inicial por parte del sistema central, el sistema extendido lleva a cabo un conjunto de procesos que, en síntesis, contribuyen a dotar de significado, tanto a los rasgos de identidad como a la expresión facial emocional. Así, por ejemplo, pueden recuperarse y conectarse datos biográficos relativos a la persona para el reconocimiento de su identidad o información acerca del valor afectivo de una determinada expresión para el reconocimiento de su estado emocional. Las estructuras que participan en uno y otro proceso son también distintas. Así, en el caso de la identidad, está implicada la corteza temporal anterior y, en el de la expresión facial emocional, la ínsula, la amígala y el sistema límbico (Calder y Young, 2005; Haxby y Gobbini, 2012).

Por lo tanto, parece que el nuestro encéfalo se encuentra altamente especializado en el reconocimiento de rostros, con estructuras especialmente diseñadas para el procesamiento de los mismos (tanto de los aspectos relativos a la identidad facial como a las expresiones faciales emocionales).

Referencias

Calder, A. J., & Young, A. W. (2005). Understanding the recognition of facial identity and facial expression. Nature Reviews Neuroscience, 6(8), 641-651. doi: 10.1038/nrn1724

Calder, A.J., Young, A.W., Keane, J., & Dean, M. (2000). Configurational information in facial expression perception. Journal of Experimental Psychology: Human Perception and Performance, 26, 527-551. doi: 10.1037/0096-1523.26.2.527.

Ellis, A.W., y Young, A.W. (1992). Neuropsicología cognitiva humana. Barcelona: Editorial Masson.

Haxby, J. V. & Gobbini, M. I. (2011). Distributed neural systems for face perception. In G., Rhodes, A., Calder, M., Johnson and J.V. Haxby (Eds.) Oxford Handbook of Face Perception (pp. 93-110). Oxford: Oxford University Press.

Haxby, J. V., Hoffman, E. A. & Gobbini, M. I. (2000). The distributed human neural system for face perception. Trends of Cognitive Science, 4, 223–233.

Lopera, R. F. (2000). Procesamiento de caras: bases neurológicas, trastornos y evaluación. Revista de Neurología, 30(5), 1-5.

Desarrollan un atlas cerebral para las palabras

El lenguaje es una de las funciones cognitivas más complejas con las que cuenta el ser humano. Nos permite, entre otras cosas, comunicar o intercambiar pensamientos, ideas y emociones o interactuar con los demás, acumular conocimiento. etc. Para ello, el lenguaje requiere la participación de muchas áreas de la corteza cerebral.

Tradicionalmente, la descripción de las bases neuroanatómicas del lenguaje ha estado ligada a la observación del efecto de diversas lesiones cerebrales sobre la conducta verbal de las personas. Este tipo de estudios nos permitió identificar algunas de las estructuras más importantes para la producción y comprensión del lenguaje. Entre ellas podemos destacar el área de Broca, en la tercera circunvolución frontal del hemisferio izquierdo, implicada en el procesamiento sintáctico y la ejecución motora del habla o el área de Wernicke, en la mitad posterior de la circunvolución temporal superior y en la parte adyacente de la circunvolución temporal media, responsable del procesamiento semántico. Una tercera área relevante, responsable de la conexión entre las dos áreas anteriores, es el fascículo arqueado.

Estos estudios más tradicionales se han visto complementados en los últimos años con los resultados obtenidos por la aplicación de nuevas técnicas de neuroimagen como la tomografía por emisión de positrones (PET), la resonancia magnética funcional (fMRI), los potenciales cerebrales relacionados con eventos (ERPs), la electroencefalografía o la magnetoencefalografía (MEG). Gracias al empleo de estas técnicas se ha identificado, por ejemplo, un grupo de regiones que parecen contener información sobre el significado de las palabras. Estas regiones han sido denominadas, de manera conjunta, sistema semántico y parecen estar organizadas en diferentes módulos especializados que responden de manera diferencial a determinados tipos de palabras como objetos, herramientas, comida o prendas de abrigo.

Precisamente, la revista Nature acaba de publicar los resultados de un estudio realizado por un equipo de investigación de la Universidad de California Berkeley, quienes han conseguido crear un atlas que revela cómo las palabras (y sus significados) están organizadas en el cerebro. Para ello, registraron, mediante fMRI, la actividad cerebral de siete personas mientras escuchaban dos horas del popular programa de radio estadounidense “The Moth Radio Hour”. A continuación, emparejaron las transcripciones de las historias con los datos de la actividad cerebral y observaron cómo las palabras que se encontraban relacionadas entre sí desencadenaban respuestas cerebrales similares. Por ejemplo, describieron una región en el lado izquierdo del cerebro, por encima de la oreja, en la que se encontraba alojada la representación de la palabra “víctima”, que también se activaba en respuesta a otras palabras relacionadas como “muerto”, “condenado”, “asesinado” o “confeso”. Estos resultados parecían sugerir que la mayoría de las áreas del sistema semántico representan información sobre dominios semánticos específicos o sobre grupos de conceptos relacionados. El mapa elaborado permitía mostrar qué dominios se encontraban representados en cada una de las áreas.

Encontraron, además, que a pesar de que el atlas de cada persona podía ser ligeramente diferente, la forma en la que se accedía a la información almacenada era, en términos generales, muy similar dado que los participantes activaban las mismas áreas cerebrales ante los mismos fragmentos de las narraciones. Según los propios autores, esto podría sugerir el origen innato de la estructura y organización cerebral. No obstante, como ellos mismos también señalan, es posible que dicha similitud pueda ser debida a aspectos más culturales dado que todos los sujetos tenían como elemento común, que habían sido educados en sociedades industrializadas occidentales. En cualquier caso, y lo que es más sorprendente, estos mapas podían ser empleados para hacer predicciones sobre las áreas cerebrales implicadas en el procesamiento de narraciones distintas a las empleadas en la fase de estudio. En efecto, al registrar la actividad cerebral de los participantes ante nuevas narraciones, observaron que coincidían con las predichas por el atlas elaborado.

Finalmente, otro resultado muy interesante que encontraron estos autores es que la contribución de las áreas semánticas era relativamente simétrica entre los dos hemisferios (192 áreas en el hemisferio izquierdo y 128 áreas en el hemisferio derecho). Este resultado iría en contra de la visión más tradicional derivada del estudio de pacientes con lesiones cerebrales que apoya que el procesamiento semántico del lenguaje se encuentra lateralizado en el hemisferio izquierdo. No obstante, tal y como sugieren los propios autores, estudios previos con fMRI han mostrado que, o bien dicha lateralización es muy modesta o bien no existe.

Este estudio tiene importantes repercusiones, tanto teóricas como aplicadas. Desde el punto de vista teórico, permite profundizar en nuestro conocimiento sobre la forma en la que se organiza el lenguaje (concretamente la semántica del lenguaje) en nuestro cerebro. Además, abre la puerta a nuevos e interesantes interrogantes como: ¿Se pueden mapear otras propiedades del lenguaje como la sintáctica?, ¿Estos mapas son innatos o se desarrollan con la experiencia? Desde un punto de vista más aplicado, este estudio podría ayudar en la creación de sistemas aumentativos de lenguaje para pacientes con trastornos de la comunicación. En este sentido, se podrían crear decodificadores del lenguaje que interpreten la activación cerebral en actos comunicativos.

Para aquellos que queráis explorar el atlas cerebral, podéis hacerlo a través del siguiente enlace: http://gallantlab.org/huth2016

Referencia

Huth, A.G. de Heer, W.A., Griffiths, T.L. Theunissen, F.E., & Gallant, J.L. (2016). Natural speech reveals the semantic maps that tile human cerebral cortex. Nature, 532, 453-458.

¿Tiene sexo el cerebro? Repensando acerca de las diferencias entre hombres y mujeres

Recientemente se ha publicado un interesante estudio titulado Sex beyond the genitalia: The human brain mosaic en la revista Proceedings of the National Academy Sciences que contradice la teoría de que los cerebros de los hombres y de las mujeres se pueden clasificar en dos categorías diferentes. El estudio ha sido realizado por un grupo de investigación de la Universidad de Tel-Aviv en colaboración con la Universidad de Zurich y el Instituto Max Planck.

Los autores parten de la siguiente premisa: para poder considerar que existen dos categorías diferentes en los cerebros en función del sexo, entonces tiene que haber un alto dimorfismo cerebral (es decir, poco solapamiento entre los cerebros de los hombres y los cerebros de las mujeres) y una alta consistencia interna (esto es, que los cerebros presenten únicamente caracteres femeninos o masculinos).

La investigación consistió en analizar las semejanzas y diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres, así como el grado de consistencia interna versus variabilidad de los mismos. Concretamente, examinaron más de 1400 cerebros humanos procedentes de cuatro bases de datos diferentes, obtenidos a través de diferentes métodos de resonancia mágnetica (tensor de difusión, morfometría basada en vóxel) y analizados con diferentes técnicas de análisis de datos con el objetivo de asegurarse de que los resultados no se viesen condicionados por ninguno de estos factores. Este análisis fue complementado con otro basado en el estudio de las semejanzas y diferencias en rasgos de personalidad, actitudes, intereses y comportamientos de más de 5500 individuos.

Los resultados han revelado que el dimorfismo sexual no es tan acusado como se pensaba dado que existe un gran solapamiento entre los cerebros de hombres y mujeres (tanto en sustancia blanca, como en sustancia gris, como en conexiones). También han puesto de manifiesto que la consistencia interna es muy baja, con un porcentaje muy pequeño de cerebros que presentan únicamente caracteres femeninos o masculinos y un porcentaje mucho mayor de cerebros que presentan caracteres tanto femeninos como masculinos. Esta variabilidad también la han observado al analizar los rasgos de personalidad, las actitudes, los intereses y los comportamientos de los individuos.

Teniendo en cuenta estos resultados, los autores concluyen que los cerebros de hombres y mujeres no pueden ser clasificados en dos categorías diferentes sino que cada uno de ellos se localiza en un punto dentro del continuo cerebro mujer-cerebro hombre. Dicho de otro modo, los cerebros son como mosaicos de caracteres, algunos más frecuentes en los cerebros femeninos y otros más frecuentes en los masculinos. Este mosaico también se produce a nivel comportamental.

El resumen de dicho artículo se puede consultar en: http://www.pnas.org/content/early/2015/11/24/1509654112

Referencias:

Joel, D., Berman, Z., Tavor, I., Wexler, N., Gaber, O., Stein, Y., Shefi, N., … Assaf, Y. (2015). Sex beyond the genitalia: The human brain mosaic. Proceedings of the National Academy of Science. Advance online publication.