En los últimos años se ha aludido de manera muy frecuente al concepto de reserva cognitiva. Pero, ¿qué es la reserva cognitiva? Para responder a esta pregunta comenzaré describiendo el contexto en el que este concepto comenzó a emerger.
En 1988, Katzman y sus colaboradores realizaron la autopsia de 137 personas mayores cuyo rendimiento cognitivo había sido evaluado a lo largo de su vida. Observaron que el 78% de estas personas presentaban demencia siguiendo criterios conservadores y que el 55% tenías características compatibles con una demencia tipo Alzheimer. Pero el dato más curioso no fue este sino otro. Concretamente, observaron que había 10 personas cuyo rendimiento cognitivo y funcional se situaba en un percentil elevado que presentaban características neuropatológicas (ovillos neurofibrilares y placas seniles) similares a la de los pacientes con demencia. ¿Cómo era posible que, presentando el mismo grado de patología cerebral algunos individuos hubiesen mostrado déficits cognitivos y otros no? Estos autores encontraron ciertas respuestas al analizar otras características del cerebro. Concretamente, observaron que estos en estos diez pacientes el tamaño del cerebro era mayor, así como el número de neuronas. Surgió de esta manera el concepto de reserva cerebral según el cual aquellas personas con un cerebro más grande, con un mayor número de neuronas o con más sinapsis, entre otras características, serían más resistentes al daño.
Un par de años antes había comenzado en EEUU un estudio longitudinal sobre envejecimiento y enfermedad de Alzheimer (EA) financiado por el Instituto Nacional de Envejecimiento y que se había dado a conocer como el Estudio de las Monjas (the Nun’s Study). En dicho estudio participaron 678 miembros de la congregación religiosa de la escuela de las hermanas de Notre Dame. Todas ellas tenían entre 75 y 103 años y acordaron participar en valoraciones anuales de su estado cognitivo, así como donar su cerebro en el momento de su muerte. Este estudio duró 15 años y gracias a él se obtuvieron resultados muy interesantes que permitieron una mejor caracterización de la EA. Entre otros, encontraron algunos casos de Monjas cuyas autopsias desvelaban la presencia de alteraciones anatómicas compatibles con estado avanzado de la EA pero que, sin embargo, no había mostrado nunca signos de demencia (Snowdon, 1997). De nuevo, algo hacía pensar en la posibilidad de que determinados factores pudiesen permitir que un cerebro deteriorado resistiese al daño. En esta ocasión, los investigadores no sólo analizaron diferencias en los cerebros sino también otros factores como la riqueza del vocabulario (medida a través de las autobiografías escritas por las Monjas). Los investigadores encontraron que el vocabulario de las monjas que habían desarrollado demencia era menos rico (menor densidad de ideas, menor frecuencia de palabras poco frecuentes, menos complejidad gramatical) que el de aquellas que no la habían desarrollado (Snowdon, Greiner y Markesbery, 2000). Estos datos parecían ampliar el concepto de reserva cerebral a otro más general que tenía en cuenta no sólo a lo que cada persona tiene de diferente con respecto a su desarrollo cerebral, sino también respecto a la experiencia acumulada a lo largo de la vida. Surgió así el concepto de reserva cognitiva.
A partir de entonces, muchos investigadores se interesaron por analizar el papel de la experiencia y el aprendizaje sobre el cerebro humano. Podemos destacar un estudio clásico desarrollado por Maguire et al. (2000) con taxistas de londres. En dicho estudio, los investigadores compararon el cerebro de un grupo de taxistas londinenses con el de un grupo control de individuos no taxistas. Los resultados mostraron que el volumen de la zona posterior del hipocampo era mayor en los taxistas que en los no taxistas, y que dicho volumen correlacionaba con los años de antigüedad en la profesión.
Tomados en conjunto, todos estos estudios ponen de manifiesto el papel del aprendizaje en el desarrollo cerebral, y de su posible efecto en la recuperación de lesiones cerebrales. En la actualidad, la reserva cognitiva continúa generando una gran cantidad de investigación dirigida a analizar todos aquellos factores relacionados con el procesamiento cognitivo que pueden permitirnos hacer frente a la patología cerebral.
Katzman, R., Terry, R. De Teresa, R., Brown, T., Davies, P., Fuld, P., … Peck, A. (1988). Clinical pathological, and neurochemical changes in dementia: a subgroup with preserved mental status and numerous neocortical plaques. Annuals of Neurology, 23(2), 138-144. doi: 10.1002/ana.410230206
Maguire, E.A., Gadian, D,G., Johnsrude, I.S., Good, C.D., Ashburner, J., Frackowiak,R.S.J., y Frith, C.D. (2000). Navigation-related structural change in the hippocampus of taxis drivers. Proceeding of the National Academy of Sciences of the United States of America, 97(8), 4398-4403. doi: 10.1017/pnas.070039597.
Snowdon, D.A. (1997). Aging and Alzheimer’s Disease: lessons from the Nun Study. The Gerontologist, 37(2), 150-1256. doi: 10.1093/geront/37.2.150.
Snowdon, D.A., Greiner, L.H., and Markesbery, R. (2000). Linguistic ability in early life and the neuropathology of Alzheimer’s disease and cerebrovascular disease: findings from the Nun Study. Annals of the New York Academy of Science, 903, 34-38. doi: 10.1111/j.1749-6632.2000.tb.06347.x.
Doctora en Psicología. Profesora de Psicología en la UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.