Con motivo del Día Mundial contra la Obesidad, que se celebró el día 12 de noviembre, la Sociedad Española de Cirugía de la Obesidad y de las enfermedades metabólicas (SECO) dio a conocer los resultados de un estudio que ponen de manifiesto el alarmante aumento de los índices de obesidad infantil en España en los últimos 25 años y analiza los posibles tratamientos disponibles. En concreto, reveló que según los últimos datos disponibles (Encuesta Nacional de Salud 2011-2012) el 23 % de los niños de entre 6 y 10 años padecía sobrepeso, el 18,4 % en la franja de los 11 a los 15 años y el 16,4 % entre los 16 y 17.
Estos datos están en consonancia con el estudio Aladino (2013), que reflejó que el 18’3% de los niños de 6 a 9 años presenta obesidad y el 26’2% sobrepeso. También son coherentes con los datos proporcionados por la OMS, que afirma que el número de lactantes y niños pequeños (de 0 a 5 años) que padecen sobrepeso u obesidad a nivel mundial aumentó de 32 millones en 1990 a 42 millones en 2013. Desde esta organización se considera que de mantenerse las tendencias actuales, el número de pequeños con sobrepeso aumentará a 70 millones para 2025; asimismo, los lactantes y los niños pequeños obesos mantendrán esta condición durante la infancia, la adolescencia y la edad adulta si no se lleva a cabo intervención alguna al respecto.
La consecuencia más importante de la obesidad infantil es la mayor probabilidad de desarrollar una serie de problemas de salud en la edad adulta, como cardiopatías, la aparición temprana del Síndrome Metabólico, que a su vez puede llevar a padecer resistencia a la insulina (signo de diabetes inminente) o trastornos osteomusculares, así como algunos tipos de cáncer, entre otros; y en términos generales, una menor calidad y expectativa de vida. A su vez, puede conllevar problemas de índole psicológica, resultado de dificultades a nivel relacional, discriminación social, problemas de autoestima, etc.
Entre los factores que explican el problema y contribuyen a agravarlo, destacan los siguientes: a) la elección de alimentos hipercalóricos con altos contenidos de grasa, azúcar y sal, la falta de información acerca de la nutrición, así como la limitada disponibilidad y asequibilidad de los alimentos sanos; b) las creencias arraigadas en algunas sociedades, como aquella generalizada de que un bebé gordo es un bebé sano, que puede llevar a la sobrealimentación de los hijos; y c) la disminución de la actividad física (y aumento de actividades sedentarias) debido a las nuevas propuestas urbanísticas y los contextos cada vez más digitalizados o tecnológicos, en los que no tiene cabida el ocio «saludable».
Teniendo en cuenta los datos previamente apuntados, desde la SECO se propone que «si la cirugía es el mejor tratamiento posible porque el caso lo requiere, ésta no se debe descartar por cuestiones de edad». A pesar de que el estudio determina que, antes de esta intervención, es obligatoria una evaluación psiquiátrica o psicológica del paciente, ¿es realmente ésta una buena solución? ¿No podrían los psicólogos, es decir, los expertos en establecer y consolidar hábitos, así como eliminarlos cuando corresponda, revertir la situación?
Desde el grupo de investigación «Perspectiva psicológica en Trastornos del Comportamiento Alimentario y Obesidad» (GI-14/1) de la Universidad a Distancia a Madrid (Udima) consideramos que sí, y que debemos reivindicar el papel de la psicología en el ámbito de la Salud, y en particular, para combatir esta pandemia, cuyas cifras a nivel mundial aumentan año tras año tanto en las potencias desarrolladas como en aquellas en vías de desarrollo, según la OMS.
Doctora en Psicología. Profesora en la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA.