Palique.

(De palo; cf. palillo, palique).

1. m. Artículo breve de tono crítico o humorístico.

2. m. coloq. Conversación de poca importancia.

“Ya sabes que no me agrada tanto palique”, dice la tía Mónica a Isabel en la comedia de Leandro Fernández de Moratín El Barón. En el texto de esta obra, publicado en la imprenta madrileña de Villalpando en el año 1803, encontramos el primer testimonio literario en el que se documenta el sustantivo “palique”. También en ese mismo año de 1803 se recoge por primera vez la palabra en la cuarta edición del diccionario de la Real Academia Española; probablemente, ya circulaba y era de uso común a finales del siglo XVIII. La definición original indicaba que “palique” era “la conversación de poca importancia y que pudiera o acaso debiera excusarse”; cuatro ediciones del diccionario más tarde (1837), se reduce a una formulación mínima, pues aparece eliminado el añadido final de carácter valorativo y sentencioso, si bien atenuado. Esta es la acepción que ha llegado hasta nosotros, la que difunde la vigésimosegunda edición, aparecida en 2001.

Quien, desde luego, no excusó esta clase de conversación nimia fue Leopoldo Alas Clarín, el crítico y escritor de la Restauración, el autor que inmortalizó a Oviedo como espacio literario transfigurado en la Vetusta de La Regenta; la sombra vestida de negro que sigue paseando, eterna, por las calles de esa ciudad, la que observa el transcurso de la vida moderna al través del cristal de sus lentes, al través de sus “ojuelos de un azul límpido” –así recordaba su mirada el amigo y discípulo, Ramón Pérez de Ayala–.

Desde 1875 Clarín proveyó a diversos periódicos de la época –El Solfeo, La Publicidad, El Día y, sobre todo, El Imparcial y Madrid Cómico– de breves textos críticos de carácter satírico que denominó Paliques, textos que constituyen un género híbrido, como tantos otros surgidos al abrigo de la interconexión del periodismo y la literatura, esos dos grandes territorios de proverbiales relaciones promiscuas, en acertada expresión de Abert Chillón. Fruto de esta mutación semántica que experimenta la palabra en la pluma de Clarín surge esa segunda acepción de “palique” –curiosamente, hoy la primera en orden de aparición en el DRAE– de “artículo breve de tono crítico o humorístico”.

El propio autor se refiere al motivo que le llevó a servirse de esta palabra como etiqueta de una clase textual concreta; lo hace en el «Prólogo» de Palique (1893), libro en el que recopila trabajos de diversa factura, pero de idéntico origen periodístico –revistas literarias y ejemplos de la clase de los “articulejos” que denomina sátura–:

Lo llamo Palique para escudarme desde luego con la modestia; porque palique vale tanto como conversación de poca importancia, según la Academia, y con ese nombre he bautizado yo gran parte de mis trabajos periodísticos, algunos de los cuales entran en este volumen, y le prestan su rótulo, porque son los más de los coleccionados.

Los paliques de Clarín adquirieron fama en su época y le granjearon un buen número de enemistades; no en balde respondían en forma de breves, pero certeros fogonazos satíricos a los acontecimientos de la actualidad más inmediata, centrándose en figuras de la palestra política, literaria o académica con lúcida, ácida y azul mirada. Los paliques permitían que se estableciera una conversación –nunca mejor dicho, dado el carácter dialógico de esta clase de escritura– entre el crítico y la realidad que, muy a menudo, contravenía las propias reglas del género y excedía esa supuesta nimiedad a la que los asuntos tratados y los personajes retratados debían ser sometidos.

Tras un cuarto de siglo dedicado a redactar paliques, un Clarín hastiado de la escritura del día, aquella sometida a la presión del reloj, del medio, de la empresa y del público, se aplicó a sí mismo la pluma asesina para fantasear con el envío de un telegrama a las redacciones de los periódicos en los que trabajaba, a los que anunciaría, escueto: “Clarín ha muerto. Se ha pegado un tiro en el seudónimo. Ya no hay Clarín”.

Este tiro directo al corazón del pseudónimo le abriría, pensaba burlonamente, nuevas puertas:

Y dedicarme exclusivamente a la filosofía. Con firma entera (…) ¿No habrá por ahí un millonario, mi admirador (…) que me diga: “le regalo a Vd. una porción de miles de duros, para que usted pueda descansar y dedicarse a la filosofía, olvidado de los paliques. No le impongo a usted más obligación que la de escribir antes de cinco años una Crítica de la razón que eclipse la de Kant?”

Y la escribo. Vaya si la escribo, con eclipse y todo.

Escribo la Crítica de la razón purísima.

¡Cualquier cosa antes que el palique número 999.999!

Estas reflexiones del autor, que aparecieron en Madrid Cómico el 30 de octubre de 1897, son recordadas por Jean-François Botrel en un excelente trabajo sobre la práctica y la teoría del periodismo en Leopoldo Alas. No pierdo muchas líneas, por tanto, en recordar al Clarín periodista, el que dio a la prensa multitud de textos –unos 700 entre 1875 y 1881– adscritos a muy variados subgéneros, de su propia invención o heredados inmediatamente de la tradición cultural hispánica y francesa –solos, paliques, folletos y revistas literarias, sueltos…–; el que luchó por la dignidad del oficio, reclamando la regulación del estudio del Periodismo o apelando a la importancia de la firma como garantía (“dentro de la firma —aunque de un seudónimo de trate— hay una persona, garantía de un periodista verdadero”). Todo ello ha sido bien revisado y profusamente documentado en los textos originales del autor por el mismo Botrel.

Hoy he querido volver a los paliques clarinianos con otra intención: la de enmarcar una nueva sección dentro de este blog de Periodismo que he bautizado, justamente, como Palique –con escasa originalidad, pero con una voluntad evidente de homenaje a Clarín y a su original conjunto de textos–. Respecto a la sección, que queda ya inaugurada con esta entrada a modo de introducción, no me queda más que hacer una precisión, o acaso una excusa que pueda servir en mi descargo futuro.

Tomo los «paliques» originales como un referente, no como modelos de escritura. No aspiro a imitar la crítica satírica de Clarín, ni siquiera a poner en práctica la mía propia. Los textos que compondrán la serie se centran, sí, en la crítica, y desde esta toma de posición parten para abordar diversos aspectos relacionados directamente con la sátira, tanto en sus manifestaciones periodísticas como en las literarias, tematizando de este modo lo que en Clarín era un instrumento, una actitud y un estilo. La serie se rotula Paliques única y exclusivamente porque aúna los tres componentes que amalgaman la escritura clariniana de esta fórmula híbrida: literatura, periodismo y sátira. Sobre ellos conversaremos desde este nuevo espacio, que queda ya abierto, sin más circunloquios; el lector sabrá valorar si estos nuevos paliques podrían haberse excusado, tal como apuntaba la acepción original de la palabra.