Fuente:Pixabay
En lo que ya se conoce como la ‘Era de la posverdad’, que algo aparente ser cierto es más importante que la propia verdad. La posverdad se trata, por tanto, de inventar una realidad afín a las necesidades del que la modela y de convencer a los ciudadanos de que su vida diaria no es la que viven, sino la que los líderes describen.
El recurso más habitual es el de generar bulos que ataquen directamente la parte emocional del que recibe el mensaje. Esa es la mejor ‘puerta de entrada’ para evitar que el receptor contraste el mensaje con su realidad y la pase por el filtro de la razón. Mentiras, invenciones plasmadas en contenidos audiovisuales que encuentran en las redes sociales y en las aplicaciones de mensajería instantánea su mejor forma de difusión.
«El disfraz con que visten las mentiras los creadores de estas realidades paralelas está muy bien cosido, utilizando algunos hilos de verdad para que resulte atractivo y surta efectos rápidos. Pero no se engañen, no es verdad, es posverdad.»
Sirva como ejemplo, el eslogan que el defensor del Brexit, Boris Johnson, paseó en su autobús de campaña: El Reino Unido ahorraría 350 millones de libras a la semana tras abandonar la UE. Dinero que se destinaría al servicio de salud (NHS). Era mentira pero una atractiva mentira. Esa cifra, bruta, no incluía el reembolso que la UE devuelve al Reino Unido. El número es atractivo pero la realidad es que esa cifra apenas ronda los 140 millones de Euros, algo así como un cuarto de libra por ciudadano del Reino Unido. ¿A que ya no parece que sea una contribución tan exagerada? Es el efecto de la posverdad.
El caso de Donald Trump es otro deporte; su capacidad para apelar a lo emocional y a las creencias personales fue utilizada durante toda la campaña electoral. Sus fake news o posverdades tuvieron una capitalización muy rentable: el gobierno de Estados Unidos. Durante las semanas previas a las elecciones estadounidenses, se pudo leer y escuchar que el Papa Francisco apoyaba a Trump, -lo mismo que Denzel Washington-. También se dijo que el desempleo aumentó durante el mandato de Obama y que los inmigrantes son, en sí mismos, un foco de delincuencia y empobrecimiento. Si, todo mentira o posverdad, pero suficiente para empujar a las urnas a unos convencidos votantes que veían en Trump su salvación.
En Cataluña, las mismas artes y resultados parecidos, porque como dijo Göbbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. “España nos roba” ha sido el eslogan más repetido por los partidarios de la independencia. Una falsedad que es fácil desmentir por varios caminos. El más sencillo, el de las balanzas fiscales. Estas indican que Cataluña aporta menos, por ejemplo, de lo que lo hace la Comunidad de Madrid. Es solo uno de los cientos de ejemplos. Fotos manipuladas o sacadas de contexto o recuentos sanitarios que incluyen como “heridos” en la manifestación del 1 de octubre a aquellos que estaban en su casa y entraron en pánico, todo para contribuir al mito. Todo ello sin entrar en las mentiras históricas para justificar el proceso de secesión.
La mayor parte de estas manipulaciones son fáciles de desmontar, acudiendo a fuentes bien documentadas y a bases de datos fiables. Sin embargo, las redes sociales y los usuarios de mensajería no se toman el tiempo necesario para ello. Se hacen cada vez más necesarios los medios de comunicación y los profesionales independientes y capaces de contrastar las informaciones con la realidad para evitar que la mentira (disfrazada de posverdad) se instale en nuestra sociedad y manipule a los ciudadanos, como ya apuntaba el profesor Martínez Vallvey.
Profesora Adjunta del Grado en Periodismo de UDIMA.
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