La calidad de la información periodística se sustenta, desde mi punto de vista, en tres pilares fundamentales:

1. Rigor en la exposición de los hechos.

2. Independencia para elaborar la información.

3. Respeto, a la verdad y a los lectores, oyentes o telespectadores.

Estos valores, nos permiten cumplir con el contrato que todo periodista suscribe con la sociedad, destinataria final de nuestra labor periodística. El problema deviene cuando el riguroso cumplimiento de estos tres puntos fundamentales se ve intoxicado por intereses personales o empresariales que pervierten el objetivo final del periodismo: informar y contribuir a que la sociedad tenga acceso a una información veraz y completa.

La sociedad tiene derecho a estar informada, sin una información veraz y completa no es posible una sociedad avanzada, pero ¿sobre quién debe caer la responsabilidad última de velar por una información que cumpla los parámetros de calidad? Es en este punto dónde empiezan las dudas que han acabado mermando la calidad informativa.

Existen tres posibles agentes responsables de velar por la calidad informativa o, lo que es lo mismo, de no traspasar unos límites en la información:

  1. El periodista, como profesional individual

El periodista es un sujeto por lo que cualquier debate sobre la objetividad necesaria para elaborar una información se convierte en una discusión esteril. Cada periodista parte de un punto subjetivo que más allá de sus creencias, convicciones, filias y fobias se puede resumir en el acento que le ponga a la historia que tiene que explicar. Ese acento, también llamado enfoque, será diferente dependiendo de la persona y puede transformar por completo la historia.

La honestidad, profesionalidad y compromiso social que se le presupone al periodista hace que esa subjetividad inherente a su condición humana no intoxique ninguno de los pilares fundamentales anteriormente referidos, pero hay que tener en cuenta que el periodista actualmente es un profesional sometido a una terrible presión procedente de dos focos:

  • La necesidad de inmediatez en la información: Motivada por la hiperconectividad del usuario final y el cambio de hábito en el consumo de información tras la irrupción de las redes sociales.
  • La inestabilidad laboral de la profesión: Según la última encuesta de población activa, el primer trimestre de 2022 ha dejado un importante número de parados en el sector del periodismo y la comunicación. En el balance anual, la profesión tampoco sale bien parada, en los últimos doce meses el paro entre los profesionales de la comunicación ha subido en 10.000 trabajadores. La crisis en los medios de comunicación tradicionales es un problema que afecta de forma directamente proporcional a la calidad de la información publicada. Así, si tenemos en cuenta estos factores no parece que la decisión más acertada sea dejar la responsabilidad última de la calidad de la información publicada y los límites de la misma al periodista como sujeto individual. No, al menos en las condiciones en las que trabaja actualmente.

2. El medio de comunicación

Los medios de comunicación son empresas que se deben a una cuenta de resultados. Perder de vista esta realidad solo nos ha llevado a idealizar el papel que desempeñan en la sociedad. El cambio más importante que los medios de comunicación han sufrido en los últimos años es que ya no estamos ante un medio determinado sino ante un grupo o conglomerado empresarial que engloba: periódicos, canales de televisión, editoriales y/o otras empresas de otros sectores.

La caída en desgracia de los periódicos en papel y el cambio de hábitos de consumo ha contribuido a una transformación de los medios cuyo principal cambio, en mi opinión, es que el lector (se ha dado especialmente en la prensa escrita) ya no es el cliente final. Los clientes de los medios han pasado a ser otros grupos empresariales, accionistas de muchos de ellos, partidos políticos afines e interesados en que un medio defienda su “mensaje” y anunciantes de diversa índole.

Esta circunstancia imposibilita que un grupo mediático ataque los intereses de determinadas empresas o políticos porque estaría atacando automáticamente sus propios intereses económicos. Poco podemos esperar que se cumplan los principales valores de la calidad informativa o que no se traspasen los límites de la información ante esta casuística. Tampoco podemos soñar con la independencia de los periodistas que forman la redacción de ese medio, cuando en última instancia trabajan bajo el paraguas y los intereses de ese grupo empresarial.

Por este motivo tanto periodistas como medios de comunicación no pueden ser responsables últimos de los límites de la información, otra cosa es que debieran serlo, pero no pueden aspirar a ello.

3. Agentes reguladores externos

Los colegios de periodistas, las asociaciones profesionales debieran ser garantes de la información de calidad, que dicha información no traspase los límites establecidos por los profesionales del sector, pero su papel es comedido y muy simbólico. En este país todavía no existe una estricta regulación, consensuada por los diferentes colegios de periodistas que indique los límites que debe tener la información y exija el respeto por parte de todos los medios a esos límites.

Al final la autorregulación, en algunos casos, y la condena pública en redes sociales en otros, es el único límite real a una información desprovista de respeto, rigor e independencia.

¿Todo vale, por ejemplo, en la información de sucesos?

Es evidente que no, aunque si analizamos la información de sucesos o el periodismo judicial en este país, da la sensación de que efectivamente todo vale. En España no hemos sabido afrontar bien los retos de una buena información de sucesos y el “periodismo” nos ha hecho sonrojar en demasiadas ocasiones cuando se trata de esta especialización, que sin embargo carece de ella. Uno de los problemas de origen es no contar con periodistas especializados para elaborar una información que se antoja especialmente exigente.

En ese sentido, me llama la atención cómo los periodistas latinoamericanos Marco Lara y Henry Holguin sitúan a España como país referente en cuanto a estándares reguladores, refiriéndose a la autorregulación de algunos medios como la agencia EFE o El País. Es normal esa idealización si partimos de la base de que en países como Ecuador no existen estándares reguladores, pero a la vez es evidente que la mera existencia de códigos deontológicos o libros de estilo no ha solventado el problema en nuestro país, quizás porque estos estándares no contemplan sanción alguna más allá del aviso al periodista.

El debate entre estos dos actores importantes en el ámbito del periodismo de sucesos es interesante y enriquecedor, especialmente por la diferencia de criterio de ambos. En muchos momentos me siento más cercana al posicionamiento de Marco Lara, coordinador del programa Violencia y Medios, sobre todo cuando afirma que “Vivimos en el siglo XXI, las cosas han cambiado y el periodismo sigue anclado en el siglo XIX. Ha pasado a ser una profesión indigna”.  

No sé si creo en el extremo de que el periodismo es una profesión indigna, pero es evidente que no hemos sabido adaptar a una sociedad que nos pide un cambio y unos límites en la información. Lara también asegura que “no somos compasivos ni empáticos, mercantilizamos las historias de sucesos, los delitos y las violencias”.

Ciertamente es así, no hemos sido capaces de interiorizar que detrás de cada asesinato, detención o muerte hay una persona que es la víctima que tiene una familia a la que le estamos mostrando la imagen más cruel de su hijo, padre, o marido. La información de sucesos todavía no ha encontrado el equilibrio entre la información y el respeto a los derechos de las víctimas y también de los presuntos autores del delito.

Castigamos antes de que castigue la justicia, exhibimos de forma impune a las víctimas y también a los presuntos autores. Denigramos a unos y a otros en una espiral sin fin auspiciada en la necesidad de ofrecer más detalles, ser más rápidos que la competencia e ir más allá que el resto. Sin importar si esos detalles son necesarios o pisotean los derechos de otras personas.

Martín Holguin, editor general del diario El Extra tiene una opinión antagónica a la de Marco Lara; para él “El lector tiene derecho a saberlo todo, a conocerlo todo y a juzgarlo todo.

Nadie tiene el don divino de saber qué debe o no debe leer o ver un lector”. Esta concepción del periodismo sin filtros ni cortapisas ha demostrado ser peligrosa por la necesidad de ir cada vez más allá para mantener enganchada a la audiencia o ganar subscriptores.

Si nadie pone filtros, Si no hay quien regule los límites de la información ¿de qué dependerá el respeto a los derechos de las personas? La respuesta nos devuelve a los tres agentes con los que iniciaba este informe: periodista como sujeto, medios de comunicación y entes reguladores existentes. Los tres han demostrado ser insuficientes. Es evidente que hay que buscar otras alternativas más garantistas.