Cuando viajamos por Europa y, aún más, por otros continentes distintos a nuestro epicentro, estamos habituados a ver en los templos la extendida devoción al Santo Niño, venerado bajo la advocación de Praga, de Cebú, de Atocha, etc., con el globo terráqueo en la mano izquierda y la bendición solemne en la diestra. Sin embargo, con esta mentalidad de la importación que impregna buena parte de la cultura española tendemos a imaginar que a nuestra calle llegó esta advocación de allende los mares y, a menudo, surge la sorpresa, al descubrir que el sentido de la flecha es el contrario y que la tradición partió a Centroeuropa desde nuestra misma vereda.

Tras la conquista de Granada en 1492, un elevado número de mudéjares se quedaron cultivando las tierras del señorío de Alarcón, reconquistado en tiempos de Alfonso VIII, la noche de San Andrés de 1184. En el último tercio del siglo XVI, de la guerra de las Alpujarras llegarían a Valverde de Júcar (Cuenca) 88 moriscos y, en tal coyuntura, fue adquiriendo arraigo la declamación de los Dichos, 254 estrofas que cada 8 de enero reúnen en torno al Santo Niño a las Compañías de Moros y Cristianos en una fiesta etnográfica de enorme altura. Los cristianos viejos verían en la conversión del musulmán el triunfo de su fe en el Hijo de María, los conversos se adherirían como devotos al Santo Niño que les traía el recuerdo de sus zambras agarenas y, en este contexto, es en el que nos encontramos con el Niño Jesús de Praga.

María Manrique de Lara y su hija Polixena, por el pintor Pantoja de la Cruz

Se cree que la imagen pasaba de padres a hijos varones en la familia de los Condes de Treviño y Duques de Nájera (Manrique de Lara) que eran embajadores perpetuos de la monarquía hispana en Praga, aunque también se apunta que la emperatriz Isabel de Portugal podía llevarla en su equipaje cuando contrajo matrimonio con Carlos V y luego decidiría regalarla a su camarera María Maximiliana Manrique de Lara. Ésta había contraído matrimonio católico en España con el noble checo Wratislao Perstyn, barón libre de Perstyn, adicto servidor del emperador.

De este matrimonio nació Polixena de Perstyn y Manrique de Lara, que se casó primero con Guillermo Ursino de Rosemberg, barón de Krumlau y soberano burgrave de Bohemia, y en segundas nupcias con el príncipe Zdenek de Lobkovic, gran canciller del reino de Bohemia. Como regalo de la primera boda, María donó a su hija el Niño Jesús modelado en cera que tanto le ayudaría en su futuro político-religioso. Polixena poseía un talento poco común y una belleza fascinadora. Su segundo esposo, con el que se desposó en 1603, vivió embelesado por la grandeza española, mas fue ella la que ganó con sus dotes de estadista, junto al conde de Oñate la batalla de Montaña Blanca para la causa de Madrid. La princesa fomentó la vuelta al catolicismo de Moravia y su esposo influyó para que el emperador Matías fuera sucedido por el archiduque Fernando en 1617, convirtiéndose ambos en el instrumento del emperador para acabar con el luteranismo en sus estados.

La familia Perstyn guardaba una estrecha amistad con los pintores de cámara de la época, como Juan Pantoja de la Cruz, Alonso Sánchez Coello y la hija de este último, Isabel, también artista. Los salones de Polixena eran el centro de la vida cultural de Bohemia. Cuando en 1642 falleció, los romances la lloraron por las magnas obras de caridad efectuadas en Praga. Se apunta incluso que Shakespeare se inspiró en ella para la Dark Lady, la Dama Oscura que aparece recurrentemente en sus sonetos. Pudo conocerla en alguna de sus estancias como espía de Isabel I Tudor, la Reina Virgen, en Praga. El apelativo era dado a Polixena, al igual que a sus damas de compañía, debido a que la sangre española le proporcionaba una tez más morena.

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La princesa Polixena

A pesar de que Vratislav y María tuvieron 21 hijos, la familia acabó extinguiéndose en 1648, al morir Frebonia Eusebia de Perstyn, fundadora de una de las primeras escuelas de los escolapios en Bohemia, concretamente en la localidad de Litomysl.

Los religiosos de la orden carmelita habían sido particularmente favorecidos por la asistencia de Polixena y, cuando en 1628 estalló la guerra en Praga y el monasterio fue reducido al extremo de la pobreza, Polixena se había presentado a la puerta del cenobio con su estatua:

“Aquí les traigo el objeto de mi mayor aprecio en este mundo. Honrad y respetad al Niño Jesús y nunca os faltará lo necesario”.

La iglesia de Santa María de la Victoria había sido mandada construir por Fernando II en memoria de los sucesos de Montaña Blanca de 1620, en plena Guerra de los Treinta Años. La hermosa estatua fue colocada en el oratorio del convento con la túnica y el manto arreglados por la princesa. Muy pronto sus palabras resultaron proféticas. Mientras los religiosos mantuvieron la devoción al Divino Infante, gozaron de la prosperidad, pero en 1631 el ejército de Sajonia entró en Praga y los frailes se trasladaron a Munich sin llevarse la imagen, que terminó arrojada a los escombros por los invasores.

En el año 1635 regresaron los carmelitas a su convento, pero las condiciones de vida eran muy malas. Fue entonces cuando el Padre Cirilo quiso restaurar la devoción. Él había recibido anteriormente gran ayuda espiritual del Santo Niño. Con mucha diligencia comenzó a buscar la estatua milagrosa y, finalmente, la encontró entre los escombros, detrás del altar. Extasiado de alegría, el Padre Cirilo volvió a colocar al Santo Niño en el oratorio. Pronto se levantó el sitio impuesto por los enemigos y todos gozaron felizmente de la paz, pero un día, mientras que el Padre Cirilo rezaba devotamente ante la imagen, oyó una voz que le decía:

«Ten piedad de mí y yo tendré piedad de vosotros. Devolvedme mis manos y yo os daré la paz. Cuánto mas me honren, tanto mas os bendeciré.»

Asombrado de oír estas palabras, examinó la estatua minuciosamente. Retirando el manto que cubría al Divino Niño, descubrió que ambas manos estaban quebradas. El Superior se negó a restaurarlas alegando la extrema pobreza en que aún vivía el convento. En estas circunstancias, el Padre Cirilo fue llamado a auxiliar un moribundo llamado Benito Maskoning y recibió de él 100 florines. Los llevó al superior con la esperanza de que se usaran para reparar la estatua, pero éste juzgó que sería mejor comprar otra. El mismo día que se colocó la nueva imagen, un candelabro de la pared se desprendió y la redujo a pedazos. Por esas fechas, el Superior cayó enfermo y no pudo terminar su mandato.

Se procedió a elegir un nuevo abad, el Padre Cirilo le suplicó que ordenara reparar la estatua pero no consiguió nada. Un día mientras oraba a la Virgen lo llamaron a la iglesia, donde una señora le entregó una cuantiosa limosna antes de desaparecer. Lleno de gozo, el Padre Cirilo entregó el dinero al superior pero éste lo utilizó para otro fin.

Vinieron nuevas calamidades y la pobreza se cebó con el convento. Ante estas penurias todos acudieron al Niño. Consciente de su error, el superior se humilló y prometió celebrar 10 misas ante la estatua y propagar su culto. La situación mejoró notablemente, pero no se arreglaba la imagen. Un día el Padre Cirilo escuchó que el Niño le expresaba:

“Colócame a la entrada de la sacristía, y encontrarás quien se compadezca de mí”.

Se presentó un desconocido, el cual, notando que el hermoso Infante no tenía manos, se ofreció espontáneamente a repararlas. Poco después este personaje ganó un juicio en el que recuperó una fortuna y los devotos recibieron innumerables beneficios. Los carmelitas decidieron edificarle una capilla pública, teniendo en cuenta que el emplazamiento donde debían levantarla había sido ya indicado por la Virgen al Padre Cirilo, pero no había dinero y los conflictos con los calvinistas desaconsejaban la edificación de nuevas iglesias católicas.

Finalmente, en 1642, la princesa Lobkovitz financió un santuario que se inauguró dos años después, el día de la fiesta del Santo Nombre de Jesús. Acudían fieles de todas partes y de toda condición. En 1655, el Conde Martinitz, Gran Marqués de Bohemia, regaló una preciosa corona de oro esmaltada con perlas y diamantes y el reverendo José de Corte se la colocó al Niño Jesús en una solemne ceremonia de coronación. Al Divino Niño lo llamaban el «Pequeño Grande» y su reputación milagrosa se difundió por todas las naciones, especialmente entre la familia carmelita

No es arriesgado decir que desde Valverde de Júcar el Santo Niño llegó al mundo. En todas las cosas de la vida existe un principio y, en este caso, el origen está en tierras conquenses. El linaje Lara entroncó con el de Ruiz de Alarcón a finales del XVI y, en vez de regreso, hubo expansión, porque la devoción cruzó fronteras y todavía hoy, cuando el suelo tiembla por las descargas de pólvora, el Infante sonríe con su bicornio de cristiano o su turbante de moro en esta especial Epifanía, un cumpleaños que inunda de puñados generosos las hoces del Júcar desde el alba hasta la media luna.

 

http://www.rstop2.com/html/moros_cristianos/nino_portada.jpg María Lara Martínez.