El 4 de marzo de 1918 la gripe se despertó en América. El primer caso se registró en Fort Riley, en Kansas; el paciente era un cocinero del campamento militar, pero España se cargó con el sambenito. ¿La causa? La neutralidad de nuestro país en la Primera Guerra Mundial, aunque existieran acendrados debates entre aliadófilos y germanófilos. Al no tener nuestra prensa que transmitir primordialmente noticias del frente, como las naciones beligerantes, informaba sobre el avance de esta epidemia denominada como «la peste roja». Asimismo, las potencias enfrentadas en el conflicto no querían imprimir en sus cabeceras más noticias tristes ni tampoco dar pistas a los enemigos de cuántos oriundos podían quedar vivos en la retaguardia.
La gripe fue combatida en cada organismo afectado. Aceite de ricino, aspirina, alcanfor y quinina fueron los remedios aplicados. Unos sobrevivieron, otros se quedaron en el camino, pero no era una cuestión de edad, gente joven y fuerte abandonó este mundo a los pocos días de contagiarse. La fiebre alta, la tos y el dolor iban acompañados de manchas que se extendían por el cuerpo.
La gripe afectó a todas las clases sociales: superaron la enfermedad los futuros presidentes turco y estadounidense Mustafá Kemal y Roosevelt, Alfonso XIII, Munch -¡quién sabe si su famoso Grito pictórico no era la alarma desesperada por la gripe!-, y la aviadora Amelia Emhardt, quien se aficionó a los aviones coleccionando cromos en la casa de sus abuelos donde vivió la infancia. Murieron los príncipes Erik de Suecia y Humberto de Saboya (hijo de Amadeo I), Julián Juderías -formulador del concepto «Leyenda Negra»-, y Klimt, autor de El beso. El New York Times advertía a los caballeros que, si anhelaban besar a una dama, se pusieran un pañuelo en la boca, medida profiláctica que hoy nos causa risa. Los teatros cerraban, las escuelas y los cines también. En Estados Unidos se pusieron multa de 100 dólares a los viandantes que transitaran sin mascarilla. En España hubo zonas como Ciudad Real o Zamora donde se recrudeció más la gripe. Se oficiaban entierros de 15 minutos y se prohibía que doblaran las campanas para no asustar a los enfermos en sus camas o a la población que quedara sana.
El virus de esta gripe de tipo A/H1N1 no fue aislado hasta 1943, si bien en 1932 se había descubierto el virus de la gripe humana. Fallecieron 50 millones de personas, 3 veces más que en la Gran Guerra, cifra de muertos en combate alcanzada ya sólo en el área geográfica de La India, Bangladesh y Pakistán. Han sido numerosos experimentos suscitados después en torno a la gripe española. Así lo asegura la Profesora Laura Lara. Una muestra de ello es el desarrollado sobre cadáveres de un pueblo de Alaska en el que perecieron 72 de los 80 habitantes. Así pues, en 2005 se consiguió revitalizar el virus, con la alarma generada entre la comunidad científica internacional por si se desencadenaba de nuevo la pandemia.
En 2015, la Organización Mundial de la Salud estableció que ninguna enfermedad pueda ser denominada como una persona, un animal o un país. Algo lógico y justo. Pero ya era tarde para esa gripe que, desde 1918, se reflejaba en las viñetas como un esqueleto con peineta o montera, chaquetilla de torero y traje de flamenca cruzando los Pirineos. La leyenda de la Spanish Lady, como la denomina María Lara, ya había cruzado varias veces el globo dejando a salvo la desembocadura del Amazonas, algunas islas del Atlántico Sur y la Antártida. Nos queda como moraleja el valor de la salud y también la omnipotencia de la palabra, nunca hay que estigmatizar con el lenguaje. Como dijera Plutarco: «No escribimos historias, sino vidas».
Puede seguirse en este enlace la entrevista a las Profesoras Laura Lara y María Lara, en La aventura del saber, programa dirigido por Salvador Gómez Valdés, en La 2 de TVE.
TVE a la Carta: http://www.rtve.es/alacarta/videos/la-aventura-del-saber/aventuramllara12/4523209/
Doctora Europea en Filosofía. Profesora de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA.
Escritora, Premio Algaba