Con la expresión de “guerras de religión” se hace referencia a los conflictos de fe desde la revuelta de los campesinos alemanes en 1524 hasta la Guerra de los Nueve Años (también llamada guerra de la Liga de Augsburgo, o guerra del Palatinado) que se libró en Europa, con impacto en las colonias americanas, desde 1688.

Fue un conflicto peculiar pues, frente a la Francia católica de Luis XIV, luchaba la Gran Alianza (integrada por Gran Bretaña, España, el Sacro Imperio Romano Germánico y las Provincias Unidas, es decir, una amalgama de confesiones cristianas).

La Guerra de los Nueve Años finalizaría con el Tratado de Rijswijk (1697), por el que en los últimos momentos de reinado de Carlos II “El Hechizado” la monarquía hispánica recuperó Cataluña, que había quedado en manos de Luis XIV de Francia, aunque se estableció oficialmente la división de la isla de La Española (Santo Domingo) entre franceses y españoles.

Tras la ruptura de la Cristiandad con la Reforma de Lutero, en 1555 la Paz de Augsburgo dejó estipulado que la religión de los súbditos sería la que tuviera el príncipe. En Francia, por el Edicto de Nantes, en 1598, cristianos reformados y católicos obtuvieron los mismos derechos ciudadanos, aunque la religión católica seguía siendo la única de culto público.

Pero, en la centuria barroca, la libertad de pensamiento era una entelequia, por más que la Paz de Westfalia marcara en 1648 un paradigma. Dios tenía nacionalidad en la Edad Moderna. Lo vemos en el milagro de Empel cuando, a través de la tabla con la estampa de la Inmaculada, descubierta en los Países Bajos en la madrugada del 8 de diciembre de 1585, los Tercios de Flandes se encontraron con “Dios español” como Amigo en el país del hielo.

De todo ello hablo en mi libro ‘Historia de las guerras de religión’, que, junto a mi hermana, Laura, presenté el pasado 21 de diciembre en la Universidad de Alcalá, institución académica donde ambas nos formamos en esta disciplina que es la Historia. La lección académica tuvo lugar en el Campus de Guadalajara, en el salón de actos del Edificio Multidepartamental.

Introdujeron el acto el doctor Carmelo García, vicerrector del Campus de Guadalajara, y el doctor Juan Ignacio Pulido, catedrático de Historia Moderna y director del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Medievales y Siglo de Oro ‘Miguel de Cervantes’.

En su intervención, mi hermana Laura se centró en la máscara mental que, a causa de la censura, debían utilizar los libertinos del Antiguo Régimen; no en vano es la autora del prólogo de la obra, bajo el título de ‘Historia de un antifaz’.

Durante 45 minutos, con soporte audiovisual a partir de mi investigación en bibliotecas europeas y americanas, yo misma diserté sobre los judíos sin sinagoga, los cristianos sin Iglesia y los librepensadores que, en el siglo XVII, apostaban por la autonomía de la moral con respecto de la religión y la libertad de creencias. Asimismo, examiné retratos de Rembrandt y de Rubens con mensajes crípticos para Ámsterdam, la Jerusalén del Norte en la Edad Moderna.

En la Edad Moderna fueron muchos los seres incomprendidos que pagaron con su propia existencia el defender la paz. Inmigrantes en busca de asilo como los Peregrinos del Mayflower, puritanos que hubieron de abandonar su hogar por las discrepancias con la Iglesia anglicana, o viajeros que, como el judío Uriel da Costa, tuvieron que fugarse de su propio cuerpo, en su búsqueda de la libertad auténtica del Pueblo de Israel.

Sin estos seres extraños del siglo XVII no habría existido la Ilustración. Ellos, lo que en definitiva propugnaban era que cada uno creyera en lo que realmente pensara, o no creyera, pero que importara menos el “qué dirán” y, dentro de un marco de conveniencia, se dejara vivir a cada uno como quisiera.

Por cierto, la Universidad de Alcalá forma parte también del libro que acabamos de presentar, pues en sus páginas desvelamos, a partir de mi investigación como Fellow en Harvard, los nombres del grupo de estudiantes de la Universidad de Alcalá del siglo XVII que se marcharon a Ámsterdam como sefardíes exiliados y cambiaron el rumbo de la filosofía.

Uno de ellos fue Juan de Prado, médico de Lopera (Jaén) y futuro instructor del pensador Baruch de Spinoza, hijo de rabino, pero libertino, que además soñaba con viajar a España. Así lo expliqué, analizando los retratos robot que la Inquisición trazó de los alumnos alcalaínos desplazados al Norte de Europa.

Investigación que inicié en Harvard, como Fellow del Real Colegio Complutense. En sus libros tanto mi hermana, Laura, como profesora de Historia Contemporánea, como personalmente yo, en calidad de profesora de Historia Moderna, prestamos especial atención a la Historia de las Mentalidades y para la reconstrucción de las formas de vida y de pensamiento en el tiempo viajamos como profesoras Erasmus Plus a contextos internacionales, como Suecia y Cerdeña, en 2022, desarrollando estancias docentes en las universidades de Gotemburgo y Cagliari.