EDUARDO SAAVEDRA, UN HÉROE A LA SOMBRA

Daniel Casado Rigalt (UDIMA. Universidad a Distancia de Madrid)

En todos los colectivos existe un código no escrito que mide la gloria profesional. Los escritores sueñan con el Nobel; los periodistas con el Pullitzer; los futbolistas con el Mundial. Y los arqueólogos alcanzan el clímax cuando se les reconoce como descubridores de una ciudad perdida o una insigne reliquia. Hoy, ese “medallero arqueológico” es tan universal que se recita como la tabla de multiplicar: Troya es a Schliemann lo que Machu Pichu es a Hiram Bingham o la ciudad de Ur a Leonard Woolley; y el tesoro de Tutankamon es a Howard Carter lo que la Dama de Elche es a Manuel Campello o la Dama de Baza a Presedo Velo. Incluso algunos se colgaron más de una medalla, como Heinrich Schliemann, que ha pasado a la historia por desenterrar Troya (en la costa turca) y la ciudad griega de Micenas. Descubridores y tesoros conforman una nómina que empezó a completarse en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el patrimonio arqueológico mundial no tenía dueño y las reliquias se adjudicaban al mejor postor. Aunque en la mayoría de los casos las autorías no ofrecen dudas, la sombra de la sospecha recae sobre algunas atribuciones que requieren ser revisadas. Es el caso de Numancia, donde hace ahora un siglo y medio que se pusieron en marcha las primeras excavaciones de cierta entidad. La efemérides merece un análisis.
Una de las figuras más controvertidas que desfiló por las ruinas numantinas fue el alemán Adolf Schulten, un ególatra maquiavélico chapado a la alemana, a quien no se le ocurrió mejor frase para definir a Soria y a sus vecinos que la gabachada de que África empieza en los Pirineos. De él cuentan sus biográfos que cuando llegó a Soria en 1905 se colgó, sin corresponderle, la medalla al mérito descubridor de Numancia. Hacía años que ya se daba por descubierta. Según las enciclopedias del siglo XIX, el “primer excavador de la ciudad ibérica de Numancia” (en aquellos años nadie reconocía en Numancia la huella celta y su naturaleza – reconocida hoy sin titubeos – celtibérica) había sido el ingeniero tarraconense Eduardo Saavedra entre 1861 y 1866. Un reconocimiento de justicia que también conviene matizar. La primera remoción de tierras llevada a cabo por el catalán en el Cerro de Garray databa de 1853, cuando apenas “picoteó” el fecundo pasto arqueológico de una Numancia todavía inexplorada. De esta esporádica campaña no ha quedado constancia documental, como tampoco de la de 1803. Aquel año ya lejano Juan Bautista Erro, un carlista recalcitrante inmerso en las teorías vascoiberistas, trató de darle sentido a la Numancia arqueológica desde sus mal encauzados conocimientos de filólogo. La crítica ha acabado relegando su aportación a delirio anacrónico sin atribuirle siquiera el reconocimiento de “primer excavador de Numancia”.
Dando por oficial (aunque los hechos lo contradigan) que Eduardo Saavedra es el primer excavador de Numancia, todavía quedaría pendiente otro asunto: ¿Quién ubicó Numancia en el Cerro de Garray? Aunque tengamos la tentación de atribuirle a Saavedra este mérito, antes que él ya había sido objeto de discusión por parte de otros estudiosos. Hagamos crónica retrospectiva.
En pleno siglo XVI Ambrosio de Morales y Antonio de Nebrija habían especulado con la posibilidad de que Numancia se escondiera bajo el Cerro de la Muela, en la localidad soriana de Garray. El tema ya había centrado unos años atrás la correspondencia epistolar sostenida entre el erudito Fray Antonio de Guevara, por un lado, y el duque de Nájera (don Antonio Manrique) y su hermano el arzobispo de Sevilla, por otro. El discutido obispo cántabro Antonio de Guevara fue el primero en “hacer diana” con la ubicación geográfica de unas ruinas que algunos se atrevían a situar en Zamora. Pero el instinto historiográfico nos dice que muy posiblemente Guevara se hizo eco de una evidencia que bien pudo haber pergeñado otro historiador, humanista o polígrafo que no lo dejó escrito. Estamos ante un caso repetido ad infinitum: la gloria no es para el que la merece sino para el que la publicita. El revisionismo histórico ha demostrado múltiples casos de descubrimientos científicos atribuidos injustamente a quien menos lo merecía: Einstein hizo suyos descubrimientos de Voight y Poincaré sobre la teoría de la relatividad; y Newton le sacó el jugo a las conclusiones obtenidas por Hook acerca de la gravitación universal, lo mismo que Caramuel le puso en bandeja a Leibniz lo que había descubierto acerca del sistema binario.
En cualquier caso, Saavedra – verdadero promotor de las excavaciones de las que ahora se cumplen 150 años – es un referente fundamental de la crónica arqueológica numantina y se le considera uno de los pioneros de la arqueología en España, aunque procediera del campo de la ingeniería. En 1851 fue destinado a Soria, donde tomó posesión como Delegado de Obras Públicas y recorrió en solo dos años toda la altiplanice de la provincia para proyectar carreteras, ensanches urbanos y desecaciones de lagunas. Curtido desde entonces en los cierzos meseteños y hermanado con el subsuelo soriano, fue uno de los primeros profesionales que repararon en la riqueza arqueológica de nuestros “sótanos” cuando los que desempañaban tareas de arqueólogos no eran precisamente arqueólogos. Él era hijo de militar y desde joven mostró maneras de alumno aventajado en todo lo que hacía. No solo fue número uno de su promoción de ingenieros de Caminos, donde coincidió con el Nobel José Echegaray y el político riojano Práxedes Sagasta, sino que llegó a formar parte de la comisión internacional para mejorar el canal de Suez; y fue miembro de tres reales Academias (Historia, Lengua y Ciencias), destacado arabista y humanista todoterreno con vocación universal. Realizó también incursiones en el mundo de la epigrafía, llegando a confeccionar incluso el inventario epigráfico de la provincia de León.
Saavedra descubrió su vocación anticuaria en pleno ejercicio de su profesión (ingeniero ferroviario) cuando sus excavadoras dejaron a su paso un reguero de reliquias entre 1853 y 1861 por donde antiguamente pasaba una importante calzada romana entre las antiguas ciudades romanas de Uxama (Burgo de Osma, Soria) y Augustobriga (Muro de Ágreda, Soria). Como prueba de la recolecta arqueológica de Saavedra en tierras sorianas se conserva en la Real Academia de la Historia un expositor de madera fosca repleto de fíbulas, anillos, hachas de bronce y cuentas de collar. Celtíberos distraídos y legionarios despistados se las dejaron por el camino y el ingeniero catalán las encontró mientras colocaba los rieles de la red ferroviaria soriana. El tarraconense aprovechó los hallazgos para estudiar la vía romana entre Uxama y Augustóbriga. El estudio de Saavedra es considerado como el primero rigurosamente científico de una vía romana en España, hasta el punto de que, quince décadas más tarde, especialistas en la materia apenas han matizado o corregido sus interpretaciones. El acierto en su esforzado trabajo – que basó en la correspondencia entre el registro arqueológico de miliarios y mansiones y tres fuentes básicas en este campo: el Itinerario de Antonino, los vasos de Vicarello y el códice Peutinger – le abrió las puertas de la Real Academia de la Historia. Tenía solo 32 años, y una dilatada experiencia como ingeniero a la que acababa de sumarse una vocación larvada durante años: la de arqueólogo.
Su estudio de la vía romana de Uxama a Augustobriga fue la antesala de las excavaciones de Numancia de 1861, el mismo año que Francia había empezado a extender sus tentáculos coloniales sobre la Europa arqueológica. Vergina – donde se asentaba la antigua capital de Macedonia: Egas – conoció antes que nadie la invasión arqueológica de los gabachos cuando todavía no se había producido en territorio hispánico el desembarco de arqueólogos (o pseudoarqueólogos) que administrarían gran parte del patrimonio arqueológico. Por espacio de más de cinco años (1861-1866) Saavedra y sus peones sacaron a la luz las primeras estructuras arqueológicas documentadas en el yacimiento. Aquel lustro de excavaciones nos dejó como legado una memoria, sin publicar, firmada en coautoría con el dramaturgo, escritor y arqueólogo Aureliano Fernández-Guerra.
De los cinco años que Saavedra empleó en excavar Numancia en la década de 1860′ poco ha trascendido. Las ruinas sorianas cayeron en un largo silencio que duró hasta 1902, cuando el alemán Adolf Schulten visitó Numancia por primera vez. El profesor de Erlangen tuvo conocimiento de los trabajos de Saavedra, con quien entró en contacto para pedirle publicaciones, planos y material inédito, que le proporcionó el tarraconense. Además le allanó el camino en asuntos administrativos de permisos y le puso en contacto con el mundo político y cultural soriano. Tras un largo paréntesis, Saavedra reaparecería en Numancia en 1906 como director de la Comisión Ejecutiva. Eran otros tiempos. Tenía ya más de 70 años y desde hacía tiempo anidaba en su cabeza una sospecha que acabaría convirtiéndose en su última contribución a la arqueología numantina. Según el ingeniero catalán, existieron tres Numancias: la que sucumbió al cerco de Escipión en el verano del 133 antes de Cristo; la edificada en el siglo I antes de Cristo tras reducir a escombros los restos de la aniquilada ciudad arévaca; y otra ciudad más urbanizada, de época imperial romana, que se alargaba hasta el siglo IV de nuestra Era. Unas encima de otras.
Saavedra falleció en 1912, pero le legó a su sucesor (José Ramón Mélida) los conocimientos técnicos necesarios para llevar a Numancia a lo más alto del panorama arqueológico nacional. Maestro y discípulo escribieron la página más gloriosa de la Numancia contemporánea.

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La Numancia polémica: de Schulten a los Marichalar

La primera polémica conocida de la Numancia arqueológica se la debemos a Adolf Schulten. El profesor alemán, que no pasará a la historia por sus dotes diplomáticas, llegó a Soria en 1905 dispuesto a emular a su compatriota Schliemann, que había desenterrado Troya y Micenas treinta años antes. La aventura duró solo unos meses, los que tardó Schulten en provocar la aversión instantánea del entorno soriano. Había logrado soliviantar al estamento soriano y madrileño tras publicar escritos hirientes sobre el analfabetismo y atraso de una Castilla “de navaja y pandereta”. Por si fuera poco, ninguneó al arqueólogo que le había precedido en Numancia: Eduardo Saavedra. Sus desplantes y falta de tacto los pagó viéndose relegado de la excavación. A cambio, se le compensó con una “misión menor”: localizar los campamentos romanos de asedio. Para él fue un relevo con sabor a derrota y para el resto de implicados fue una declaración de intenciones: “España (o sea Numancia) para los españoles” y “los campamentos romanos (o sea las posesiones del invasor), para los extranjeros”. El germano se retiró del yacimiento estrella en 1906 sin saborear los réditos del reconocimiento académico y, para regocijo de arqueólogos y colegas españoles, el “trono” de la dirección recayó de nuevo en el veterano ingeniero tarraconense Eduardo Saavedra. Schulten se llevó la enemistad del estamento soriano pero, tal vez como venganza, también se llevó consigo varias cajas de materiales que pernoctan todavía en el Museo de Maguncia. A pesar de todo, es innegable su contribución a la arqueología numantina, especialmente en el ámbito de la poliorcética o asedio militar.
La última polémica declarada en Numancia se remonta al año 2007 cuando un Plan Urbanístico aprobó la construcción del polígono industrial “Soria II”. El primer afectado: el yacimiento arqueológico; el segundo: el patrimonio familiar de los Marichalar, dueños de 117 hectáreas a cinco kilómetros de Soria capital. Una expropiación forzosa para llevar a cabo el proyecto urbanístico desató el lío. Los Marichalar, que ya sufrieron una expropiación hace 20 años, solicitaron la ayuda de Europa Nostra, la Federación Europea de Patrimonio Cultural, a principios del 2011 para evitar que siguieran adelante los proyectos urbanísticos que amenazan Numancia y su entorno. Muchos dudan de que los Marichalar hablen desde la desprendida generosidad. Pero lo cierto es que han abanderado la causa cultural, saliendo en defensa del patrimonio y proponiendo incluso (algo insólito) que conviertan en terreno rústico zonas declaradas como urbanizables. De momento, la amenaza va tomando cuerpo: ya se han puesto en marcha los trabajos preliminares para construir 300 viviendas cerca del campamento romano de Alto Real, excavado por Schulten en la primera década del siglo XX. ¡Si el alemán levantara la cabeza!.