Veinte años dan para mucho. Es el tiempo que lleva Michael Kunst instalado en España. Con sesenta años recién cumplidos, este prehistoriador alemán – originario de Baja Sajonia – hace recuento de su trayectoria investigadora. Cursó estudios universitarios en Berlín, donde conoció a su esposa Barbara Sasse, también arqueóloga; pero su interés por la península ibérica se forjó en la Universidad de Friburgo. Fue allí donde el catedrático Edward Sangmeister inoculó en él la afición por la Prehistoria de la Península Ibérica. Un joven Kunst se contagió entonces de las tendencias “hispanófilas” de esta Universidad, decantada tradicionalmente por los estudios arqueológicos del Suroeste europeo, como la Universidad de Munich por los estudios itálicos; la Universidad de Tubingen por Oriente Próximo o la Universidad de Kiel por los estudios escandinavos. En Friburgo, llevó a cabo la tesis doctoral (sobre la cerámica de Zambujal) bajo la dirección de su maestro Sangmeister entre 1977 y 1982. Realizó su tesis mientras se consagraba como destacado especialista en los períodos neolítico y calcolítico de la Península Ibérica. Desde entonces forma parte de esa galería de investigadores alemanes que han dedicado su vida a la Prehistoria de la Península Ibérica.
Michael Kunst pertenece a esa estirpe de arqueólogos alemanes con una sólida formación académica y un respeto reverencial por sus maestros y predecesores. En su discurso no escatima palabras de elogio a quienes pusieron en valor la arqueología prehistórica de Portugal. Es el caso de Vera Leisner, a la que considera promotora fundamental en la puesta en valor del yacimiento calcolítico de Zambujal, el gran proyecto vital del doctor Kunst. “El matrimonio Leisner, recuerda Kunst, lo perdió todo en 1943, cuando los bombardeos aliados destrozaron su casa de Munich”. Desde entonces, los Leisner fijaron su residencia en Lisboa, sobrellevando aquellos difíciles años a base de contratos con instituciones portuguesas mientras el resto de Europa digería los últimos coletazos de la Guerra y la temprana posguerra. Con la reapertura del DAI en 1954 (tras un paréntesis de inactividad que duró 11 años) Leisner convenció a sus colegas de la importancia de Zambujal, que sería excavado por Sangmeister desde mediados de los años 50′.
El testigo de Zambujal lo tiene ahora el propio Kunst, cuyo vínculo con el DAI – entonces en régimen de colaborador del Instituto – se remonta a 1977. Desde 1994 es ya un miembro más del staff científico. Hombre de ciencia hasta el tuétano, Kunst reclama para Zambujal el protagonismo del que es merecedor este yacimiento portugués ubicado en el término de Torres Vedras. La disposición estratigráfica y la conservación de sus murallas, que en algunos tramos alcanza los cuatro metros de altura, convierten Zambujal en un referente indiscutible del calcolítico peninsular. Como mandan los cánones del prehistoriador metódico, Kunst interpreta el yacimiento siguiendo la guía cronológica que le proporciona la cerámica, sus estilos decorativos y los ritos de enterramiento. Tras sesudas lecturas del registro arqueológico que ha aportado el yacimiento, el prehistoriador alemán lo tiene claro: “el origen del período campaniforme hay que ubicarlo en la zona que circunda Zambujal, la Extremadura portuguesa”. A las evidencias visuales – murallas de cuatro metros de alzado y una compleja estratigrafía – se suma ahora una reciente prospección geofísica, que se antoja prometedora. El “escaneado” del subsuelo de Zambujal revela la existencia de zanjas, tres nuevas líneas de muralla e indicios de sepulturas (posibles restos de tholoi o tumbas con formas de cúpula) en la parte alta del yacimiento. En total, 25 hectáreas de “pasto arqueológico” que sin duda deparará sorpresas en las próximas intervenciones arqueológicas. Una de las subdisciplinas que está acaparando el protagonismo de Zambujal en los últimos tiempos es la arqueometalurgia. Gracias a los análisis realizados, Kunst y su equipo han logrado concluir que el cobre localizado en el yacimiento procede de la comarca que circunda Lisboa.
Es precisamente en este asunto (el arqueometalúrgico) donde Kunst emite una interesante reflexión: «¿Es necesariamente el cobre el motor de las sociedades calcolíticas?», se pregunta. Si atendemos a la etimología del término (calcos, del griego cobre; litos, del griego piedra) deberíamos dar por descontado el indiscutible protagonismo del cobre frente a otros materiales. Pero al investigador germano no le tiembla el juicio a la hora de enfrentar evidencias con tópicos: «En Zambujal apenas se han recuperado 5 kilos de cobre, una cantidad muy poco representativa». E insiste: «La fundición del cobre se llevaba a cabo en los mismos lugares en los que se cocinaba. No había talleres especializados ni una producción industrial».
No es el único paradigma con el que Kunst se atreve. A su juicio, se equivocan quienes relacionan los enterramientos prehistóricos con la categoría social de los difuntos: «A más tamaño, más categoría social; a más individuos en una misma tumba, menor jerarquía de los enterrados». El silogismo, para Kunst, no retrata la realidad. «De hecho, insiste Kunst, hay casos en la Historia que explican lo contradictorio de este planteamiento. Los emperadores de Austria están enterrados en tumbas colectivas (el emperador José II tomó esta medida para evitar contagios); y el mismísimo Mozart (un personaje de posición acomodada y reconocido prestigio en su época) fue enterrado en una fosa común». De estos planteamientos, Kunst infiere que no hay por qué descartar la presencia de la elite de Zambujal en tumbas colectivas aparentemente sencillas. Una hipótesis que eleva el sentido común a categoría de conocimiento, y reduce los modelos teóricos a intentos fallidos de conocer las sociedades prehistóricas.
Poco amigo de los estereotipos, Kunst corona su discurso con otro planteamiento rotundo: «la sociedad de Zambujal encaja más con el formato de una jefatura que con el de un estado. Para advertir un estado deberíamos contar con una estratificación social advertida en palacios, lugares públicos, almacenes, etc… Y ninguna de esas evidencias aparece en Zambujal». El alemán vive apegado a la realidad de los restos sin concesión alguna a todo aquello que se salga del guión científico. Ni siquiera disimula la escasa simpatía que le despiertan los excesos divulgativos: “el peligro es que la ciencia va encaminada en una dirección equivocada. Todo tiene que ser lo más grande, lo más interesante… oro, plata…”. Kunst es poco amigo de los medios. Prefiere una insignificante esquirla capaz de cambiar el rumbo de la Prehistoria que convertirse en un cazatesoros habituado a la espuma mediática. Es un hombre riguroso, metódico; curtido en bibliotecas y yacimientos. Rehuye la mística de los grandes tesoros y se muestra como un científico militante cuya única aspiración es que el peso de la ciencia recaiga sobre las piedras. El suyo es un protagonismo sordo pero valioso, meritorio, trascendente.