Tal vez cuando los sentidos nos niegan el auxilio de la naturaleza y la tristeza sumerge nuestro ánimo en sombrías turbulencias, sólo nos quede el recurso a la imaginación y al ensueño. Algo así le debió ocurrir a Francisco de Goya, cuya genialidad lo hizo capaz de proyectar en el lienzo, en la plancha o en el papel las tinieblas esparcidas en su mente por el desengaño, la decepción o el desaliento.
Las series de los Caprichos y los Disparates– ligadas a la probable enfermedad del saturnismo que acabó devorando los oídos y el organismo del de Fuendetodos-, nos hablan de ese Goya hermético ante los tiránicos ruidos del mundo y los utópicos cantos de sirenas en desesperada búsqueda de un refugio interior donde dar libertad al espíritu creativo. «Para ocupar la imaginación mortificada en la consideración de mis males, y para resarcir en parte los grandes dispendios que me han ocasionado, me dediqué a pintar un juego de cuadros de gabinete, en que he logrado hacer observaciones a que regularmente no dan lugar las obras encargadas, y en que el capricho y la invención no tienen ensanches»– confesaba en una carta a Bernardino de Iriarte, viceprotector de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 4 de enero de 1794.
La realidad más incisiva, difícilmente reductible a la categoría de arquetipo, adquiere los rostros del miedo y de la barbarie en la bruja, en el encadenado, en el reo del auto de fe y en el niño que recibe azotes por romper el cántaro. A finales del XVIII, los colores alegres de los cartones para tapices huyeron de la paleta y dejaron su hueco a las tintas oscuras del pesimismo que el viejo Goya sufrió en los años de la restauración absolutista, donde el reino de la hipocresía se impuso al diálogo constitucional.
Hasta el 10 de febrero de 2013, pueden contemplarse en Cuenca, concretamente en el Museo de Arte Abstracto Español, las series completas de los Caprichos (80 grabados) y de los Disparates (22), pertenecientes a la colección de obra gráfica del pintor de la Fundación Juan March.
Desde aquí, una firme invitación a profundizar en ese trańsito de la modernidad al mundo contemporáneo, que personifica el artista aragonés. Examinemos los proverbios goyescos partiendo del objetivo con el que el aguafuerte trabó las escenas: «desterrar vulgaridades perjudiciales» y perpetuar «el testimonio sólido de la verdad».
Les aseguro que, a la luz del sueño de la razón, no sólo veremos monstruos.
María Lara Martínez
Doctora Europea en Filosofía. Profesora de la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA.
Escritora, Premio Algaba