A comienzos de este mes de Marzo, murió a los ochenta años el incuestionable y preeminente científico social norteamericano James Q. Wilson.

Nacido en Denver, Co en 1931 y criado en California, se doctoró en Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago (1959) y fue un prolífico profesor de Política Gubernamental en Harvard y en la Universidad de California, Los Ángeles.

Interesado por la gestión pública, el funcionamiento de las administraciones, las lógicas burocráticas, el crimen, la justicia criminal o la política urbana, este autor ha sido considerado el inspirador de las políticas de «tolerancia cero» y de los modelos de policía de proximidad (community policing o community-based police). Pocos autores han hecho una contribución de mayor impacto desde el ámbito de la Criminología a las políticas públicas de seguridad.

Junto con su colega George L. Kelling, desarrolló en 1982 la llamada teoría de las ventanas rotas.

En las última décadas había sido asesor de Seguridad Ciudadana del Alcalde de la ciudad de Nueva York, R. Giuliani, puesto desde el que tuvo la oportunidad de diseñar una reglamentación de la seguridad ciudadana fundamentada en la «tolerancia cero» y materializada principalmente en nuevos modelos de organización policial comunitaria. Este modelo ha sido señalado por muchos como factor del descenso de la criminalidad en los EEUU.

En un pequeño artículo de 1982, «Broken windows and neighborhood safety» (The Atlantic Monthy, Vol 249, Nº 3, pp. 29-38, Marzo 1982), Wilson y Kelling argumentaban que a nivel comunitario, el desorden y el delito están inexorablemente unidos. A partir de un conocido experimento del psicólogo de Berkeley Phillip Zimbardo en 1967, los autores planteaban que el desorden y la criminalidad formaban parte de una cierta secuencia social, de modo que si una ventana se deja sin reparar, el resto de las ventanas pronto estarían rotas. Que el control social era tan importante como las reglamentaciones formales, y que la permisividad de determinadas conductas «incívicas» o «desviadas» conducían al colapso de los controles comunitarios, convirtiendo una comunidad en zona vulnerable a la «invasión criminal». Su propuesta, de gran impacto en la comunidad científica, fue extensamente desarrollada en 1996 por sus colega G. Kelling y Catherine M. Coles en «Fixing Broken Windows: Restoring Order and Reducing Crime in Our Communities».

La tesis de las ventanas rotas y la idea de la «tolerancia cero», ha logrado en las última décadas gran resonancia, no sólo en los centros de poder y gestión de la seguridad comunitaria dentro y fuera de los EEUU, sino en el nivel mediático y social, convirtiéndose en la narrativa dominante que informa las políticas de seguridad ciudadana.

La metáfora de las ventanas rotas puede servir, sin embargo, para abordar la realidad sociopolítica mucho más allá del cuidado del mobiliario y la prevención de la decadencia urbana. Esta potente metáfora sirve también para señalar y etiquetar, en los términos conferidos por Howard Becker, comportamientos desviados susceptibles de criminalización. Los propios autores emplean la metáfora al subrayar: «el ciudadano que teme al borracho maloliente, al adolescente revoltoso o al mendigo insistente no está expresando meramente su disgusto por conductas impropias; está dando a conocer un poco de sabiduría popular (..) que el crimen callejero grave florece en la zonas en que no hay restricciones para las conductas fuera de orden.- el mendigo no controlado es, en efecto, la primera ventana rota» (2001:6).

Pero cualquier estudiante de sociología de la desviación sabe que la desviación social y las conductas «incívicas» son sensibles al cambio social y que parte fundamental de la desviación, como del crimen, tienen que ver con la reacción social. ¿Qué es entonces un comportamiento desviado?, ¿y qué uno criminal?. Si lo que se define como desviado, incívico o criminal varía en el tiempo y en el espacio, una metáfora como la que ha informado las políticas de seguridad ciudadana en muchas ciudades -desde Nueva York hasta Marbella- puede llevar desde la criminalización del botellón a la «patada en el culo» a mendigos, prostitutas, inmigrantes ilegales , peligrosos sociales y un largo etcétera que nunca se sabe hasta dónde se puede extender.

En otro sentido muy distinto, en la narrativa dominante de la tolerancia cero, la definición de la seguridad comunitaria pasa, fundamentalmente, por el mantenimiento del orden público. La policía es la clave para lograr dicho objetivo, pero la colaboración ciudadana tiene un papel ciertamente relevante. Se prescribe un modelo policial basado en las relaciones de cooperación con la ciudadanía, un modelo cercano, un modelo de patrulla permanente y muy visible, que cualquier ciudadano es hoy es capaz de percibir. Un modelo de seguridad ciudadana en el que la policía debe proteger no sólo a los individuos sino a la comunidad en su conjunto con el fin de mantenerla «sin ventanas rotas». Una comunidad en la que no haya evidencia de que el comportamiento antisocial es aceptable.

Este modelo de comunidad segura puede ser útil en algunos aspectos, pero en su diagnóstico central, es ciertamente limitado. Por un lado, desde el punto de vista de quien habita la ciudad, se trata de un modelo que está en las antípodas de lo que la célebre urbanista Jane Jakobs (Muerte y Vida de las Grandes Ciudades Americanas, ed, Capitan Swing, 2011) entendía como ciudad segura. Cuando el ruido, el mal olor, el peligro que entraña los coches a gran velocidad, la transformación de los espacios públicos en zonas intransitables en inhabitables convierten los barrios en lugares mucho más inseguros y poco agradables, invitan a sus ciudadanos a salir de ellos, no a colaborar con la policía.

Finalmente y de una manera más general, desde el punto de vista sociopolítico, la aceptación social de la securitización de la vida, del espacio público, y de la mayoría de los procesos sociales cotidianos (videovigilancias, escáneres etc..), junto con el populismo punitivo creciente en la última década, está transformando de manera significativa las practicas cotidianas de los ciudadanos y las relaciones de éstos con el Estado.

Dejo el artículo por si es de interés.

James Q. Wilson y George L. Kelling «Ventanas rotas: policía y seguridad en los barrios». Traducción de Daniel Fridman, publicado en Delito y Sociedad, Revista de Ciencias Sociales, N°15-16, 2001, pp. 67-79.