En la planificación de nuestras jornadas de estudio e investigación olvidamos, a menudo, que el conocimiento no proviene exclusivamente de los manuales, monográficos y artículos académicos que conocemos como “la literatura”. Hay otras fuentes de conocimiento que contribuyen en buena media a ampliar nuestros puntos de vista y a ofrecernos otras miradas sobre aquello que estudiamos. Estos días he tenido la oportunidad de leer uno de los clásicos de la novela del siglo XX, “A Sangre Fría”. Un relato periodístico-literario escrito por el norteamericano Truman Capote entre 1959 y 1966. Una obra maestra de lo que él mismo bautizó como novela documental” (non-fiction). Un relato que atrapa, sacude, horroriza, emociona, conmociona pero sobre todo, y por encima de cualquier otra cosa, ayuda a comprender (que no explicar) por qué y cómo alguien puede matar a sangre fría a cuatro miembros de una familia sin motivo. Ocurrió en Holcomb (Kansas) en 1959, dejando a una comunidad entera atravesada por el miedo y la desconfianza. Perpleja y ofendida ante ante el brutal asesinato de la familia Clutter.
Como trabajo de investigación está documentado con material de archivos oficiales y con entrevistas a informantes clave y con horas y años de conversación y relación epistolar con los autores de la matanza. Un logro controvertido, pues si bien evidencia gran capacidad para generar la confianza de los informantes, este tema ha sido muy debatido1. Un proceso que se inició cuando al leer los hechos en el periódico, el escritor Truman Capote se desplazó junto a su amiga la novelista Harper Lee, al pueblo de Kansas, con el fin de escribir sobre el impacto que dichos sucesos habían tenido en la comunidad. Terminó escribiendo sobre dos mundos interrelacionados, el mundo de la comunidad tranquila y de la vida tradicional, y el mundo de la violencia. En la tarea de “comprender” Capote inició una relación muy estrecha con los asesinos que le introduciría en un complejo proceso de empatía/distancia con su “objeto de estudio”.
El relato aterra y atrapa porque cuanto más lees, mayor es la sensación de conocer profundamente a los asesinos. Está lleno de humanidad y de brutalidad, de compasión, de rechazo y de perplejidad que me generó su máxima sacudida al escuchar la propia confesión de Perry Smith:
“Yo no quería hacerle daño a aquel hombre. A mi me parecía un señor muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así hasta el momento en el que le corté el cuello” (1991: 228)
Si el objeto de estudio de la Criminología es abordar las causas, del delito, he aquí la total insatisfacción de mi curiosidad. Y sin embargo, esta expresión cobra todo el sentido posible a la luz del relato completo, pues el autor logra evidenciar de una manera convincente lo que pasa por las mentes de los asesinos.
Y es este conocimiento subjetivo que el novelista logra de su objeto de estudio, es este conocimiento de los deseos, las frustraciones, las experiencias, los sueños, las motivaciones Dick y Perry, lo que convierte este libro en un impostergable para estudiantes de criminología.
No se trata de una pieza de exclusivo entretenimiento literario. Ni siquiera de un “cómo introducirse en la mente criminal de manera entretenida”. Se trata de una mirada diferente sobre la violencia; la mirada del etnógrafo o del antropólogo. La mirada que, como plantea el antropólogo J. Zulaika, presta atención a la locura y a las condiciones subjetivas que conducen al deseo y a la motivación para la violencia (pensemos, por ejemplo en el suicidio terrorista). A aquello que los estudios contemporáneos de terrorismo a menudo parecen olvidar2. En su trabajo de 2009 titulado “Contraterrorismo USA: profecía y trampa”, este innegable experto en el análisis simbólico de la violencia, hace una elaboración fantástica sobre la diferencia entre el “método capote” y el estilo y modo de aproximación que condujo al Informe de la Comisión del 11-S.
Desde finales de los noventa y muy especialmente a partir de la eclosión de las dinámicas de la “guerra contra el terror” después del 11-S, asistimos a una intensa proliferación de los estudios sobre terrorismo, contraterrorismo y seguridad. Una de la principales críticas que se suele hacer a este tipo de estudios, es el olvido epistemológico de la “subjetividad” de los terroristas. Se entiende y se da por hecho que éstos son seres inhumanos, portadores del mal y cuyos marcos, motivaciones, deseos, experiencias – qué y cómo dicen y piensan- no son tan relevantes de ser analizados como lo que hacen y la respuesta que se debe/puede dar a sus acciones.
Sin duda, sostiene Zulaika, Capote sabía algo que los expertos en terrorismo parecen olvidar. La ausencia del conocimiento subjetivo del novelista es lo que limita las lentes del contraterrorista (2009: 59).
Necesitamos muchos más estudios sobre terrorismo «a lo Capote». Porque todo trabajo sobre la violencia tiene que poner en contexto a los violentos, incluyendo sus motivaciones y sus subjetividades. Es este conocimiento el que nos daría más y mejores instrumentos para afrontar buena parte de las violencias del mundo en el que vivimos.
Referencias:
Capote, T (1966): A Sangre Fría. Barcelona. Anagrama.
Zulaika, J (2009): Contraterrorismo USA: Profecía y Trampa. Irun. Alberdania.
1La imagen de este proceso que arroja la película “Capote” de Bennet Miller (2005)
difiere bastante de esta afirmación pues presenta a un escritor manipulador y más obsesionado con su producto literario y su propio narcisismo que con la tarea de comprender. Esta idea se deja sentir también en el artículo de Kevin Helliker publicado recientemente en el Wall Street Journal
2Véase, para postulados teóricos y debates metodológicos interesantes sobre el terrorismo, las revistas Terrorism and Political Violence y Critical Studies on Terrorism.
Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. Profesora en UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.