El vertiginoso avance de la neurociencia cognitiva y disciplinas afines durante las últimas décadas ha generado, entre muchos otros debates, un creciente interés en dilucidar si las nuevas técnicas de neuroimagen, especialmente la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf), han alcanzado el grado de fiabilidad necesario para que pueda considerarse seriamente su utilización como técnicas de detección de mentiras en el ámbito jurídico.
El principal argumento utilizado para considerar a los datos obtenidos mediante IRMf como evidencia de la presencia de una mentira se basa en el supuesto de que determinadas áreas cerebrales se activan al producirse el conflicto cognitivo que implica mentir, y que dichas áreas pueden ser localizadas de manera fiable en el cerebro de un individuo concreto. Sin embargo, esta afirmación resulta cuando menos controvertida, hasta el punto de haberse convertido recientemente en objeto de acalorado e intenso debate dentro de la comunidad científica: si bien es cierto que la IRMf es una técnica de neuroimagen de indudable precisión espacial, muchos neurocientíficos cuestionan la validez de esta premisa y defienden que comparar directamente la estructura o función observada en un cerebro individual con los datos obtenidos a partir de grupos de personas diferentes es teórica y metodológicamente discutible. Es preciso recalcar que no se cuestiona aquí la capacidad de la IRMf para identificar áreas cerebrales implicadas en la generación de mentiras utilizando diferentes grupos de participantes, sino la pertinencia de relacionar el patrón de actividad cerebral de un individuo concreto con el patrón de actividad medio de un grupo heterogéneo de personas.
Por otra parte, los estudios que apoyan empíricamente el uso de la IRMf como técnica detectora de mentiras no se han realizado en el curso de la investigación de casos criminales reales, lo que limita seriamente la generabilidad de sus resultados. Normalmente, dichos estudios se sirven de voluntarios a los que se solicita mentir en un contexto controlado de laboratorio. A este respecto, y aunque estudios de IRMf han logrado diferenciar funcionalmente mentiras genuinas de otras ensayadas (Ganis et al., 2003), cabe preguntarse hasta qué punto puede compararse la actividad cerebral asociada a una mentira solicitada y sin consecuencias para el voluntario en cuestión, con la producida por una mentira genuina de la que podría llegar a depender la propia vida del acusado.
Por último, y al margen de dificultades metodológicas inherentes a la realización de un escáner por resonancia magnética que en esta ocasión obviaremos, también debe tenerse en cuenta que el campo de las neurociencias no es en absoluto ajeno a la presencia de mala praxis. Ya sea debida a la mera ignorancia o al uso de la estadística creativa, la incorrecta recogida, análisis y/o interpretación de los datos puede permitir alcanzar las conclusiones más insólitas. Por ejemplo, el catedrático de psicobiología Luis Carretié alude en su libro Anatomía de la mente a un curioso estudio de IRMf para señalar la importancia de interpretar los datos desde el más absoluto rigor metodológico. De forma sorprendente, dicho estudio mostraba que el cerebro de un salmón atlántico (obviamente muerto) se activaba durante la presentación de fotografías de seres humanos (Bennett y cols., 2009). Este ingenioso e intencionado ejemplo de mala praxis desde la buena fe sirve a los autores para advertir sobre la necesidad de realizar los controles estadísticos pertinentes para evitar la presencia de resultados espúreos, advirtiendo al mismo tiempo de las posibilidades que la estadística creativa ofrece a aquellos interesados en practicarla.
Pero, aun cuando la técnica lograse alcanzar el grado de fiabilidad necesario para ser empleada como prueba durante un juicio, continuarían planteándose cuestiones nada fáciles de soslayar. Por ejemplo, la evidencia basada en la imagen cerebral parece ejercer un efecto especialmente persuasivo sobre las personas cuando de juzgar la validez de los datos se trata, al menos bajo determinadas circunstancias. Algunos estudios sugieren que argumentos científicos acompañados de imágenes cerebrales se interpretan como más válidos que otros no relacionados con neuroimágenes (McCabe y Castel, 2008). También pueden encontrarse estudios centrados en el ámbito jurídico que alcanzan conclusiones similares: en una investigación reciente, la presentación de informes en los que se incluían neuroimágenes que mostraban lesiones en los cerebros de los acusados condujo a un mayor número de decisiones absolutorias (Gurley y Markus, 2008).
Existe evidencia empírica que demuestra la influencia que la técnica empleada para detectar mentiras ejerce sobre las decisiones de un jurado. Por ejemplo, McCabe et al. (2011) presentaron a más de trescientos potenciales jurados el resumen de un juicio ficticio en el que se incluían diferentes pruebas como evidencia de que el acusado mentía. Concretamente, la evidencia podía basarse en técnicas como el polígrafo, la imagen térmica facial, la IRMf y una condición de control en la que no se presentaba evidencia alguna respecto a la detección de mentiras. Los resultados mostraron que la evidencia basada en la IRMf implicaba mayor número de sentencias condenatorias que la basada en el resto de técnicas. Aún más interesante, cuando se proporcionó información que cuestionaba la validez de la IRMf a los potenciales jurados, el número de condenas basadas en su uso descendió a niveles similares a los obtenidos en la condición de control.
En resumen, parece la tecnología de detección de mentiras aún no ha demostrado la validez necesaria para ser admitida como evidencia en un juicio, al menos desde un punto de vista científico. Por otra parte, la apariencia científica de la tecnología y el innegable atractivo que actualmente acompaña al prefijo neuro- ejercen una influencia que puede sesgar de manera importante el juicio de los potenciales jurados, especialmente en el caso de técnicas de neuroimagen como la IRMf. Por tanto, otorgar a los datos procedentes de la IRMf el estatus de evidencia en el ámbito jurídico parece cuando menos prematuro.
Referencias bibliográficas
Bennet, C.M., Miller, M.B. y Wolford, G.L. (2009) Neural correlates of interspecies perspective taking in the post-mortem atlantic salmon: an argument for multiple comparison correction. NeuroImage, 47, S125.
Carretié, L. (2011). Anatomía de la mente. Madrid, Pirámide.
Ganis, G. et al. (2003). Neural correlates of different types of deception: an fMRI investigation. Cerebral Cortex, 13, 830-836.
Gurley,, J.R., y Markus, D.K. (2008). The effects of neuroimaging and brain injury on insanity defenses. Behavioral Sciences and the Law, 26, 85-97.
McCabe, D.P., y Castel, A.D. (2008). Seeing is believing: the effect of brain images on jugdments of scientific reasoning. Cognition, 107, 343-352.
McCabe, D.P., Castel, A.D., y Rhodes, M.G. (2011). The influence of fMRI lie detection evidence on juror decision-making. Behavioral Sciences and the Law, 29, 566-577.
Simpson, J.R. (2008). Functional MRI lie detection: too good to be true? The Journal of the American Academy of Psychiatry and the Law, 36, 491-498.