Durante los años 80 del pasado siglo, algunos investigadores sociales sostuvieron que en las sociedades desarrolladas nos encaminábamos hacia una «sociedad del ocio»: gracias a los avances tecnológicos, el trabajo – y especialmente el trabajo duro- quedaría reservado a las máquinas, mientras que la intervención humana en el proceso, cada vez más especializada, iría siendo paulatinamente más reducida y menos necesaria. Como consecuencia, se auguraba un aumento de la productividad a medio plazo (al fin y al cabo el fin de esta sociedad siempre fue la productividad y, como es sabido la productividad responde a la fórmula de producto dividido por número de productores) y con ello la liberación de tiempo de trabajo por tiempo de ocio.
Tres décadas más tarde la profecía sólo se ha cumplido en parte. El desarrollo de tecnologías cada vez más sofisticadas (robots, herramientas multitarea, informatización y automatización de los procesos productivos y de distribución…) ha liberado al trabajador de múltiples tareas duras, repetitivas y redundantes, pero las consecuencias de un mundo con poco trabajo distan mucho del escenario inicial planteado. El mundo feliz de la “sociedad del ocio” entrevisto, se ha plasmado en la realidad en una «sociedad del ocio forzoso». Y aunque el significado del trabajo ha estado en buena medida asociado a la maldición bíblica inicial, su carencia en nuestras sociedades de «consumo de masas», tampoco produce ninguna felicidad.
Ulrich Beck sostiene que la sociedad sin trabajo no es una sociedad contra la cual se tenga que combatir: la sociedad con poco trabajo es ya un hecho, todavía en evolución, pero un hecho seguro y en constante avance. A medio y largo plazo, el trabajo dejará de ser el centro de la sociedad, y el indicador de posición social que ha venido siendo en la sociedad moderna. En la socieda de consumo, no es el trabajo sino la capacidad de consumo quien establece el status de la persona. Sólo desde un análisis que tenga en cuenta la inevitabilidad de este proceso, será posible plantear propuestas que permitan profundizar en una sociedad más igualitaria y equitativa. Por supuesto que esto no será fácil, pero dado que el deterioro de las condiciones laborales va a seguir siendo un hecho, es el momento de ponerse a pensar en posibles salidas a esta situación, en vez de negarla con la vieja retórica del pleno empleo (precario), o de criminalizarla apelando al desorden moral o a la inmigración, como sus causas. Cosas que son, más o menos, las que se han venido haciendo.
Para saber más:
Beck, U. (2007). Un nuevo mundo feliz. La precariedad del trabajo en la era de la globalización, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica