Archivos por Etiqueta: coronavirus

Silencio

La pared beis. El cuadro verde con las fotos de los viajes. El reloj de Harry Potter. El radiador blanco. Las pinturas de Lorenzo. Los vídeos y los CDs. La repisa y los objetos: las matrioskas, el caballo de ébano que arregló mi padre, el tótem del palo, el pájaro trepador, el general de madera, el Madelmán, el gallo de Portugal. El tapiz de hilo dorado. Los mandalas del buda. El interruptor. La estantería de los libros. La mesa del Ikea. Los candelabros negros con velas blancas. El cuenco de cobre. El banquito de mi hermano. La tarjeta de Isabel.

El sonido de la estufa. El tic tac. Las sirenas camino hacia el Doce de Octubre.

El olor del salón.

La lengua en el paladar.

Las manos sobre las rodillas. El cuerpo sobre el cojín. El roce de las zapatillas.

El átomo. La célula. El tejido. La frontera de la piel. La casa. Los Almendrales y Usera. Las nubes. El cielo. La Luna. Marte sin virus. Júpiter impidiendo a los asteroides que lluevan sobre la Tierra.

El universo sin fin.

Oscuridad.

Pausa y regreso.

Notar el aire al entrar. Dejarlo luego salir.

Respirar por los que les cuesta hacerlo. Hacerlo por quienes no pueden.

Recordar a quienes partieron.

Pensar en quienes están.

Silencio y calma.

Estoy vivo.

Existo.

Sonrío.

Quiero que todo esté bien.

Aplauso en el corazón.

El origen del coronavirus

Esta noche he soñado que me convertía en maceta. Tal sobresalto onírico me ha provocado al despertar la toma de conciencia de que tengo que hacer deporte. Como quiera que, desde pequeño, soy muy aficionado al ciclismo, he dedicado mi primera hora de vigilia a recorrer una etapa de montaña de 150 km. Lo he hecho perfectamente equipado: mitones, culotte negro y maillot amarillo de Faemino. No obstante, conseguir todo el vestuario no me ha resultado fácil, pues he tardado una eternidad en encontrar el complemento que faltaba para emular a mis ídolos de infancia: una gorra con la visera hacia atrás.

Después de mucho buscar y de algunos intentos infructuosos que han implicado un cierto menoscabo en mi cuenta corriente, finalmente he adquirido una en un bazar online, cuyo dependiente, acorde con la semana en la que nos encontramos, exhibía una sonrisa, también online, de Judas Iscariote mientras me solicitaba una transferencia de 300 eurillos. Así, y después de subsanar ese problema logístico, me he plantado en la línea de salida y he empezado a pedalear con ahínco, adoptando una postura aerodinámica mientras cantaba que me estoy volviendo loco poco a poco, poco a poco. Tras recoger en el punto de avituallamiento la bolsa con chuches preparada por mi araña, he logrado tal velocidad que he dejado atrás a Gimondi y casi alcanzo a Induráin. Pero, de pronto, un americano con apellido de astronauta me ha pasado cual flecha. Entonces me he caído de la bici estática.

Tras mi discreta actuación entre los gigantes de la ruta, me he despedido de la serpiente multicolor y he retomado mi agenda: me tocaba bajar al Mercadona a hacer la compra semanal. Dado que carezco de mascarilla, he tenido que hacer gala de mis habilidades manuales, contrastadas desde que un saqué un 6 en Pretecnología en la EGB haciendo una rana de papiroflexia. Con tal bagaje, me he agenciado un tambor de detergente y le he hecho unos ojitos con las tijeras. Me lo he puesto en la cabeza y, de tal guisa, me he dirigido al establecimiento alimenticio sorteando al virus con pericia (o eso creo).

Delante de la góndola de los cítricos, una influencer de rasgos asiáticos se hacía selfies con un palo de escoba para transmitir a sus influidos cómo estaba pasando sus vacaciones. Dado que la sesión ha durado tres cuartos de hora, le he tenido que pedir que se apartara para poder adquirir algunos productos provenientes de su país, en concreto, una bolsa de naranjas de la China. Aunque mi petición ha sido amable, se ha sobresaltado al ver que un bote de Colón le dirigía la palabra, pero tras algunos juramentos en su lengua natal ajenos a mi comprensión, ha accedido a retirarse y la sangre no ha llegado al río.

Mi compra semanal, amén de las citadas naranjas, ha consistido en la adquisición de 100 gr de pechuga de pavo, un tetrabrik de leche desnatada pero con nata, una barra de pan, una lata de espárragos y 6.500 kg de brócoli. El pedido a domicilio me lo ha servido un buque de la Armada que ha atracado en las caudalosas aguas del Manzanares.

Entretanto esperaba la llegada de las viandas, entregadas personalmente por el capitán del barco, he puesto la televisión para ver las noticias. En un canal, un periodista entrevistaba con mansa envidia a la Venus de Milo, quien presumía de que sus posibilidades de contagio son sensiblemente más reducidas. Otro retransmitía el debate del Congreso. En él, el diputado reformista Marty McFly interpelaba airadamente al Gobierno a fin de conocer cuáles eran los preparativos que el Ejecutivo estaba llevando a cabo para prevenir el choque de Andrómeda y la Vía Láctea, que sucederá dentro de 5.000 millones de años, concretamente un jueves.  El ministro del ramo ha replicado que, como consecuencia de dicho DC (Descalzaperros Cósmico), dado que el Sol engullirá a la Tierra y la temperatura ambiente será de 15.000.000 de grados, el coronavirus se aletargará dándonos respiro durante unos días.

Aliviado por tales pronósticos, me he puesto a leer un libro de autoayuda, todo buen rollo y optimismo. El autor era un tal Ciorán. Se lo he ido a comentar a la araña partiéndome de risa, pero ella no me ha hecho mucho caso, enfrascada como estaba en un tebeo de Spiderman. No he querido molestarla, pues me consta que en estos días necesita algo de distracción, ya que está muy ocupada haciendo su TFM sobre un tema de actualidad: la tensión inflacionista que en el siglo pasado se produjo en España debido al vertiginoso incremento en la velocidad de circulación del dinero producido por la peseta de San Martín de Porres. Tales expectativas ha levantado su proyecto, que en el Gromenauer Institute de San Fermín han quedado impresionados por el abstract que les envió hace unos días y la han invitado a dar una conferencia sobre Economía en la red.

Como quiera que mi artrópodo va adquiriendo de día en día una cierta fama entre la comunidad académica y comienzo a recibir llamadas en mi domicilio preguntando por ella, me estoy viendo en la necesidad de convertirme en su portavoz y de organizarle su agenda. No obstante, para poder desempeñar adecuadamente esas funciones, es necesario sortear un obstáculo: aún no sé su nombre. Así las cosas, me he encaramado a su lámpara para preguntárselo. Amablemente, me ha dicho que su padre la bautizó como Hygrolicosa Iberina, pero que en su casa le han llamado siempre Margarita.

Ni tiempo me ha dado a bajar, cuando ha recibido la llamada de un periodista que quería entrevistarla. En concreto, deseaba conocer su opinión experta sobre el origen del coronavirus. Su respuesta no ha dejado margen a la duda: el origen del coronavirus se ubica en un equipo de aire acondicionado de Wuhan instalado por Pepe Gotela, el cual conecta a través de un subterráneo intercontinental con el alcantarillado de la calle Dolores Barranco de Madrid.

Además, su incidencia se ha visto incrementada por los campos electromagnéticos creados por las redes 5G propiedad de la flota que faena en el Mar de Alborán y la estación base que han puesto unos conejos en la azotea de la casa de los tres cerditos. Asimismo, han influido en su expansión los cuernos de Vicky el Vikingo, la seta de David el Gnomo, el Coche Fantástico, el mono de Marco, la boina de Locomotoro, la zanahoria de Bugs Bunny, la cresta del gallo Claudio, el karma de un morgaño que vivió en la Alcarria en el siglo XII, un espantapájaros filipino, el hombre del saco, Espinete, la carabina de Ambrosio, Richard Channing, Falconetti, Piolín, los marditos roedores, las maracas de Machín, Naranjito y Sandokán.

Definitivamente, creo que será mejor convertirme en maceta (y poner poco la tele).

Cuidaos mucho y besos mil.

Días de cine y vídeo

Llevo varios días sin escribir. Se había convertido en una rutina hacerlo a primeras horas de la mañana. No ha sido por falta de inspiración. Cada noticia que leo o escucho me sugiere una idea que exponer. Sin embargo, como casi todo lo que leemos está relacionado con el bicho, o con otros bichos casi tan tóxicos como el “coronabicho”, que es como mi nieta llama al consabido virus, he preferido dedicar mis líneas de hoy a otros asuntos menos recurrentes.

Pero no he dejado de escribir solo por el anterior motivo, además ha habido otro mucho más importante. Le he dedicado las horas de escritura a trabajar en un vídeo. ¿Seguimos en la industria del ocio? No. En realidad, he estado trabajando en un vídeo profesional, muy profesional incluso, visto el resultado final. Es realmente sorprendente lo que se puede hacer con la tecnología actual y sin salir de casa. El actor principal, gran profesional y mejor persona, era, hasta hace tres o cuatro días, lo que podríamos llamar un analfabeto tecnológico. Le costaba encontrar el símbolo @ en el teclado del ordenador. Minimizar o maximizar una pantalla eran casi misión imposible, hacer una slide, una tarea ciclópea, y os garantizo que no estoy exagerando lo más mínimo.

Si tenéis un poco de tiempo libre, algo que no escasea estos días para la mayoría, os animo a que veáis el resultado de este trabajo y juzguéis vosotros mismos.

Nuestro actor principal nos ha agradecido no menos de cincuenta veces, tantas como las sombras de Grey, la ayuda que le hemos prestado para llegar a conseguir el objetivo buscado. En mi opinión se ha conseguido un resultado rayano en la excelencia, pero no soy, ni quiero serlo, objetivo en este caso. Hasta aquí he hablado de trabajo, pero ha sido mucho más que eso, ha sido un entretenimiento que nos ha permitido enseñar algo a quien nada sabía de informática, reírnos mucho, compartir unos ratos divertidos y pasar de una forma diferente unas horas de este confinamiento del que cada día que pasa nos queda uno menos. Actitud positiva siempre.

Hemos quedado los tres implicados, el actor, que además ha sido guionista, y sus dos asesores en realización y montaje, en que, una vez superada la crisis, lo celebraremos en un buen restaurante. Ha dicho que invita él, que lo que ha hecho le parece casi imposible y que nuestra ayuda y nuestro ánimo ha sido imprescindible para llegar a la meta. Es posible que así sea, pero el favor ha sido mutuo. Así que ya discutiremos quien paga. O, mejor todavía: para evitar discusiones innecesarias, podemos hacer tres comidas y de paso contribuiremos a recuperar el consumo y ayudaremos a los hosteleros, uno de los muchos sectores afectados por la crisis del bicho.

Es verdaderamente admirable todo lo que se puede conseguir con la voluntad de hacerlo. El lema debe ser “Si quiero, puedo”.  No sabemos de lo que somos capaces hasta que nos ponemos a hacerlo. Nuestro actor se ha iniciado en algo a lo que se negaba a entrar, el laberinto de la informática, pero a partir de aquí, vencido el pánico, ya no hay límites. El límite lo pondrás tú.

Esto me ha llevado a recordar una gran película, sin duda una de las mejores del género carcelario, La leyenda del indomable, con esa secuencia de los huevos duros que es todo un clásico. El intérprete principal, Paul Newman, hace un papelón difícil de olvidar. Os recomiendo que volváis a verla aprovechado estos días, ya que será difícil encontrar a alguien a estas alturas que no haya visto una o varias veces este peliculón. Y además, con Paul de “prota”, uno de los actores favoritos de mi agente literaria, de la que no me separo desde hace veinte días y, por supuesto, de los más guapos de la historia de Hollywood.

Si os ha dado por el cine carcelario podéis continuar con Brubaker, otro de los clásicos de este género, protagonizado por el no menos guapo Robert Redford. Son muchas las películas ambientadas en cárceles. A la memoria de cualquiera vienen inmediatamente Fuga de Alcatraz, La gran evasión, la española Celda 211, y un largo etcétera, hasta mis favoritas, Shawshank Redemption, traducida como Cadena perpetua, si bien en este caso la versión original es, como casi siempre, mucho más recomendable que la doblada.

Y por otra, Sleepers, protagonizada por Robert de Niro, un jovencísimo Brad Pitt y Kevin Bacon. A este último lo podéis ver también en la serie City on a Hill, disponible en estos momentos en alguna de las plataformas de televisión digital. Dura serie, ambientada en Boston con la corrupción policial y los gánsteres como trasfondo, más que en las cárceles, pero también muy recomendable para quien guste de este género de cine.

Entretenimientos varios para estos días, pero si os habéis quedado con la curiosidad por conocer al actor que más ha progresado en los últimos tiempos en el campo de la tecnología, aquí os lo dejo el vídeo y su enlace para verlo.

El tema no es carcelario, al menos en principio. Las modificaciones de normas mercantiles surgidas como consecuencia de la situación actual son su argumento. Pero el incumplimiento de las normas puede llevar a la comisión de delitos por parte de los administradores, e incluso llevar aparejadas penas de cárcel. Nunca se sabe.

Las cuatro cuerdas

Este siglo se ha torcido. Comenzó con el hundimiento de un muro y promesas de inmortalidad, pero se nos ha torcido. Creíamos ser casi dioses, seres ubicuos con una pantalla en la mano, cuando nos atacó la maldad escondida en trenes y aviones. Y nuestra mochila se cargó con miedo. Más tarde llegaron guerras absurdas, los bancos se derrumbaron, el dinero se filtró por los desagües y a nuestra carga se añadieron deuda y pobreza. Y ahora, cuando tomábamos conciencia de que el aire está enfermando, ha llegado este virus que nos hurta los abrazos.

Aún así, y a pesar de tanto dolor y quebranto, no me rindo.

Un médico contaba que, tras ya varias semanas de lucha a brazo partido, están observando minuciosamente la evolución de su enemigo y afilan la precisión en la primera línea combate.

Y no están solos.

Le preguntaron una vez al maestro Narciso Yepes por qué su guitarra tenía diez cuerdas en vez de seis. El contestó: “Las otras cuatro, aunque apenas las toque, también suenan”.

Los psicólogos dan consuelo por teléfono a enfermos de pena a quienes en estos días se les cae el techo encima.

El personal del 016 atiende llamadas, apenas susurros, para ayudar a mujeres encerradas con lobos.

Los repartidores dan desde lejos los buenos días cuando llevan paquetes a las casas.

El dependiente de la tienda saluda sonriendo tras su mascarilla.

Oksana, la asistente de ayuda a domicilio que atiende a mi madre, se juega la salud en tres trasbordos para venir cada día a levantarla.

Mi amiga periodista Pepa Ariza escribe en su blog artículos hermosos en los que narra la desolación por la muerte de su padre en una residencia de Madrid, usando la palabra como denuncia para que nadie más tenga que pasar por ello.

La policía de Santa Comba, en A Coruña, acude con pancartas y disfraces a cantar a los niños xalleiros que cumplen años y que los miran felices desde sus ventanas.

Mis compañeros de informática del CEF.- se afanan a diario echando horas y horas para que todo funcione bien cuando damos una clase.

El Whatsapp nos trae, a cientos, chistes, alegría, y jotapegés de cielo y flores.

Ha vuelto Gomaespuma. Carmelo Cotón, Peláez, Luis Ricardo Borriquero, Chema Pamundi y su Manager, Gustavo de Básica y don Eusebio.

Y tenemos la música: a Massiel y al La la lá, a Manolo y a Ramón y a los treinta del Resistiré, a Estopa y a Rozalén y a su Vivir.

Se nos ha ido Aute, pero queda La Belleza.

Sobreviviremos aunque haya momentos de bajón.

Y lo haremos mejor.

Hoy, el sonido de la guitarra es más bonito, pues somos las cuatro cuerdas.

Inexactitud contable

Ayer me fui a la cama con las orejas gachas. Resulta que en la radio, un preboste echó la bronca al personal por teletrabajar hechos unos zarrapastrosos, así que esta mañana he seguido un elegante código de vestimenta para ponerme delante del PC: americana de raya diplomática, camisa Oxford, corbata de seda, pantalón de chándal, calcetines blancos y zapatillas de Snoopy. Después me he perfumado con Eau d’Antier (de la misma fecha que los tomates de mi nevera) y me he venido arriba, impartiendo una clase de sumo interés durante dos horas, hasta que me he dado cuenta de que no había encendido el ordenador.

Sumido en la frustración, he puesto la televisión para despejarme: en un canal en blanco y negro, un tertuliano de levita exponía ponderadamente la necesidad de formar un gobierno de tecnócratas presidido por Agustina de Aragón. En otro, un entendido en Estadística, que pensaba que Fisher era un jugador de ajedrez, daba su pronóstico sobre la evolución de la pendiente, manifestándose partidario de que la segunda derivada siga creciendo, de modo que, aproximadamente a mitad de la década, cuando no queden en el planeta más que gatos, el virus se caiga desde el máximo y se escuerne, dando así por finalizada la pandemia.

Receloso de su catadura, al ver que luego se ofrecía como limpiador del mal de ojo y fabricante de crecepelos, he procedido a apagar el televisor y repasar la prensa: en la sección de deportes, el presidente del Comité Olímpico daba por segura la celebración de los juegos de Tokio en 2047, afirmando que los deportistas que hubieran logrado marcas mínimas el año pasado tendrían franca su participación y asegurado el transporte desde las pistas de atletismo hasta sus centros de día. En otra página, un columnista afirmaba que, cuando ya creíamos haber visto todo, en este tiempo de colapso de bancos y de redundancia de reyes y de papas, ha llegado un bicho que tiene acogotados a los psicólogos: a cuarenta y siete millones de personas les ha entrado, de sopetón, miedo a salir de casa y han empezado a lavarse las manos treinta y tres veces al día. A ver quién es el guapo que les diagnostica a todos una agorafobia o un trastorno obsesivo compulsivo.

Como quisiera que la lectura de la prensa tampoco me permitía hallar sosiego suficiente y con el fin de aumentar mi acervo cultural, me he apuntado a dos grupos que me han pasado por whatsapp: uno se llama “zumba para obtusos” y el otro “poesía para disléxicos”. Con relación al primero, no sé qué tal estará, porque no he sido capaz de dar con el enlace, pero el segundo es estupendo. Lo administra el maestro Yoda y tiene colgados unos versos que ‘bonitos muy son’. Tras la lectura de un poemario breve de 2.500 páginas que he leído de derecha a izquierda, me ha entrado el apetito. Como no sabía qué comer, he sacado una pechuga de pollo de la sección de restos arqueológicos del congelador y la he preparado con mi conocida destreza culinaria y las habituales medidas de higiene: vuelta y vuelta, aliño de aceite, una pizca de sal, ajo, perejil y un chorrito de lejía. Me ha sabido a gloria aunque los ojos se me han vuelto de color magenta.

Para relajarme durante la digestión, he sintonizado una película futurista de argumento sumamente interesante: primero, un presidente exhortaba a sus ciudadanos diciéndoles que iban a ganar la lucha contra un virus; y luego salía el Papa rezando en la plaza de San Pedro donde no había ni un alma. Tras esas escenas, me he decepcionado un poco, porque pensaba que entonces llegaría Bruce Willis vestido de astronauta y se pondría a perforar un asteroide, pero ha salido un señor de ojos saltones dando cifras y he perdido el hilo. Finalmente, ha aparecido el hombre del tiempo, mas en vez de pronosticar nubes de desarrollo vertical y chubascos en la sierra, ha dicho que nos habían robado el mes de abril, lo cual me ha enfurecido. Hasta ahí podíamos llegar. A la mínima contrariedad en esta piel de toro nos venimos abajo y nuestro optimismo proverbial muta en un estado de ánimo propio de conserje de funeraria.

Con un incipiente ataque de ira, me he subido a la lámpara a desahogarme con la araña que conocí el otro día y con quien hice buenas migas. Me ha invitado a café y a pegar la hebra en el sentido literal de la palabra. Preguntándole por el avance de sus estudios, me ha dicho que ya ha terminado ADE y que ahora está haciendo un curso de Contabilidad Avanzada. Le he transmitido mi asombro por su progreso, pero ella se ha quitado importancia: al poder hincar ocho codos en vez de dos, ha sacado las asignaturas como rosquillas. Asimismo, comparando la suya con la velocidad con la que algunos se sacan aquí la carrera, me ha dicho que su expediente parece el de un repetidor de tuna.

Cuando le he referido lo del robo del mes de abril, ha aseverado que tal afirmación constituye una inexactitud contable: por el principio del devengo, si estamos a día 1 y quieren hurtarnos todo el mes, los 29 días restantes habría que contabilizarlos como un derecho en el activo, pues en modo alguno dejaremos que nos lo roben. No será ninguna pérdida, tan solo un crédito concedido con exigencia de devolución. Así que, ya sabéis: de parte de mi araña, especialmente para los que estáis malitos, cuando llegue el vencimiento, pedid que os devuelvan el principal de este crédito que hoy hacemos, en vez de con dinero, con abrazos. Y, sobre todo, que los intereses os los paguen en besos.