Esta noche he soñado que me convertía en maceta. Tal sobresalto onírico me ha provocado al despertar la toma de conciencia de que tengo que hacer deporte. Como quiera que, desde pequeño, soy muy aficionado al ciclismo, he dedicado mi primera hora de vigilia a recorrer una etapa de montaña de 150 km. Lo he hecho perfectamente equipado: mitones, culotte negro y maillot amarillo de Faemino. No obstante, conseguir todo el vestuario no me ha resultado fácil, pues he tardado una eternidad en encontrar el complemento que faltaba para emular a mis ídolos de infancia: una gorra con la visera hacia atrás.
Después de mucho buscar y de algunos intentos infructuosos que han implicado un cierto menoscabo en mi cuenta corriente, finalmente he adquirido una en un bazar online, cuyo dependiente, acorde con la semana en la que nos encontramos, exhibía una sonrisa, también online, de Judas Iscariote mientras me solicitaba una transferencia de 300 eurillos. Así, y después de subsanar ese problema logístico, me he plantado en la línea de salida y he empezado a pedalear con ahínco, adoptando una postura aerodinámica mientras cantaba que me estoy volviendo loco poco a poco, poco a poco. Tras recoger en el punto de avituallamiento la bolsa con chuches preparada por mi araña, he logrado tal velocidad que he dejado atrás a Gimondi y casi alcanzo a Induráin. Pero, de pronto, un americano con apellido de astronauta me ha pasado cual flecha. Entonces me he caído de la bici estática.
Tras mi discreta actuación entre los gigantes de la ruta, me he despedido de la serpiente multicolor y he retomado mi agenda: me tocaba bajar al Mercadona a hacer la compra semanal. Dado que carezco de mascarilla, he tenido que hacer gala de mis habilidades manuales, contrastadas desde que un saqué un 6 en Pretecnología en la EGB haciendo una rana de papiroflexia. Con tal bagaje, me he agenciado un tambor de detergente y le he hecho unos ojitos con las tijeras. Me lo he puesto en la cabeza y, de tal guisa, me he dirigido al establecimiento alimenticio sorteando al virus con pericia (o eso creo).
Delante de la góndola de los cítricos, una influencer de rasgos asiáticos se hacía selfies con un palo de escoba para transmitir a sus influidos cómo estaba pasando sus vacaciones. Dado que la sesión ha durado tres cuartos de hora, le he tenido que pedir que se apartara para poder adquirir algunos productos provenientes de su país, en concreto, una bolsa de naranjas de la China. Aunque mi petición ha sido amable, se ha sobresaltado al ver que un bote de Colón le dirigía la palabra, pero tras algunos juramentos en su lengua natal ajenos a mi comprensión, ha accedido a retirarse y la sangre no ha llegado al río.
Mi compra semanal, amén de las citadas naranjas, ha consistido en la adquisición de 100 gr de pechuga de pavo, un tetrabrik de leche desnatada pero con nata, una barra de pan, una lata de espárragos y 6.500 kg de brócoli. El pedido a domicilio me lo ha servido un buque de la Armada que ha atracado en las caudalosas aguas del Manzanares.
Entretanto esperaba la llegada de las viandas, entregadas personalmente por el capitán del barco, he puesto la televisión para ver las noticias. En un canal, un periodista entrevistaba con mansa envidia a la Venus de Milo, quien presumía de que sus posibilidades de contagio son sensiblemente más reducidas. Otro retransmitía el debate del Congreso. En él, el diputado reformista Marty McFly interpelaba airadamente al Gobierno a fin de conocer cuáles eran los preparativos que el Ejecutivo estaba llevando a cabo para prevenir el choque de Andrómeda y la Vía Láctea, que sucederá dentro de 5.000 millones de años, concretamente un jueves. El ministro del ramo ha replicado que, como consecuencia de dicho DC (Descalzaperros Cósmico), dado que el Sol engullirá a la Tierra y la temperatura ambiente será de 15.000.000 de grados, el coronavirus se aletargará dándonos respiro durante unos días.
Aliviado por tales pronósticos, me he puesto a leer un libro de autoayuda, todo buen rollo y optimismo. El autor era un tal Ciorán. Se lo he ido a comentar a la araña partiéndome de risa, pero ella no me ha hecho mucho caso, enfrascada como estaba en un tebeo de Spiderman. No he querido molestarla, pues me consta que en estos días necesita algo de distracción, ya que está muy ocupada haciendo su TFM sobre un tema de actualidad: la tensión inflacionista que en el siglo pasado se produjo en España debido al vertiginoso incremento en la velocidad de circulación del dinero producido por la peseta de San Martín de Porres. Tales expectativas ha levantado su proyecto, que en el Gromenauer Institute de San Fermín han quedado impresionados por el abstract que les envió hace unos días y la han invitado a dar una conferencia sobre Economía en la red.
Como quiera que mi artrópodo va adquiriendo de día en día una cierta fama entre la comunidad académica y comienzo a recibir llamadas en mi domicilio preguntando por ella, me estoy viendo en la necesidad de convertirme en su portavoz y de organizarle su agenda. No obstante, para poder desempeñar adecuadamente esas funciones, es necesario sortear un obstáculo: aún no sé su nombre. Así las cosas, me he encaramado a su lámpara para preguntárselo. Amablemente, me ha dicho que su padre la bautizó como Hygrolicosa Iberina, pero que en su casa le han llamado siempre Margarita.
Ni tiempo me ha dado a bajar, cuando ha recibido la llamada de un periodista que quería entrevistarla. En concreto, deseaba conocer su opinión experta sobre el origen del coronavirus. Su respuesta no ha dejado margen a la duda: el origen del coronavirus se ubica en un equipo de aire acondicionado de Wuhan instalado por Pepe Gotela, el cual conecta a través de un subterráneo intercontinental con el alcantarillado de la calle Dolores Barranco de Madrid.
Además, su incidencia se ha visto incrementada por los campos electromagnéticos creados por las redes 5G propiedad de la flota que faena en el Mar de Alborán y la estación base que han puesto unos conejos en la azotea de la casa de los tres cerditos. Asimismo, han influido en su expansión los cuernos de Vicky el Vikingo, la seta de David el Gnomo, el Coche Fantástico, el mono de Marco, la boina de Locomotoro, la zanahoria de Bugs Bunny, la cresta del gallo Claudio, el karma de un morgaño que vivió en la Alcarria en el siglo XII, un espantapájaros filipino, el hombre del saco, Espinete, la carabina de Ambrosio, Richard Channing, Falconetti, Piolín, los marditos roedores, las maracas de Machín, Naranjito y Sandokán.
Definitivamente, creo que será mejor convertirme en maceta (y poner poco la tele).
Cuidaos mucho y besos mil.
Licenciado en CC. Económicas y Empresariales. Profesor en el CEF.- Centro de Estudios Financieros y en la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA.
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