¿Qué es la inteligencia? ¿Qué es la consciencia? La realidad es que no sabemos la respuesta a ninguna de estas preguntas. Podemos decir, al igual que cuando afirmamos que el tiempo es lo que miden los relojes, que la inteligencia es lo que miden los test de inteligencia.  Pero esta definición no aporta gran cosa porque no es constructiva, no nos permite montar un sistema inteligente, por ejemplo.
Desde hace mucho tiempo se ha especulado con la posibilidad de que las máquinas puedan pensar. ¿Cómo podemos saber si una máquina piensa o no? Cada uno de nosotros sabemos que pensamos, que tenemos consciencia. Incluso bajo el efecto de las drogas o el alcohol nuestro yo siempre permanece. Pero no sabemos si los demás piensan, ya que no podemos meternos en sus mentes y ver qué sucede. Puede que usted, querido lector, sea la víctima de una gran broma cósmica y que sólo usted tenga existencial real. Las demás personas estaría ahí sólo para simular la existencia de otros supuestos seres como usted. Es fácil caer en el nihilismo por esta vía.
Normalmente no pensamos así, creemos que los demás son seres como nosotros e incluso nos enamoramos de alguno de ellos. A veces incluso abusamos de ellos pese a saber que son como nosotros y que sienten y padecen como nosotros lo hacemos.
Pero la única pista que tenemos acerca de esa humanidad de los demás son las respuestas verbales o físicas que tienen frente a nuestras acciones. Por eso a Turing se le ocurrió en 1950 una manera para determinar si una máquina piensa o no.
El test de Turing consiste en un desafío. Un humano está situado en una habitación y una máquina computacional está en otra . Un evaluador que no tiene acceso físico a ninguna de esas dos habitaciones tiene que descubrir quién es quien basándose en las respuestas que proporcionan.   A los dos se les permite mentir a las preguntas planteadas y la comunicación es por escrito.
Se supone que si la máquina piensa por sí misma conseguirá engañar al evaluador y le hará creer que detrás hay un humano.
La noticia reciente es que Eugene Goostman, un programa de ordenador desarrollado por un equipo ruso de investigadores, ha logrado engañar en más de un 30% de las ocasiones a humanos en una  demostración llevada a cabo en la Royal Society de Londres. De este modo, un computador ha conseguido pasar el test de Turing en un porcentaje apreciable.
Gostman tiene la personalidad de un niño de 13 años que supuestamente vive en Odesa. “Me siento bastante cómodo después de haber pasado el test de Turing. Nada original”, ha declarado.
Obviamente ahora sabemos que no es lo mismo inteligencia que una simulación de inteligencia o que no es lo mismo autoconsciencia que la percepción que podamos tener de una simulación de la misma.
El carbono no tienen nada especial que no tenga el silicio, pero un computador moderno es una máquina determinista 100% predecible, algo que no se puede decir de un ser humano. Puede que algún día sepamos de dónde vienen nuestra inteligencia y consciencia, de momento no lo sabemos. Si llega ese día quizás podamos implementar un sistema artificial que sea humano o casi. Posiblemente queden muchas décadas o incluso siglos para ello.
Últimamente incluso se sugiere, como se creía hace mucho tiempo, que un sistema de este tipo tiene que tener un cuerpo y que la interacción del mismo con el entorno es muy importante a la hora de desarrollar el yo, la consciencia y la inteligencia.
Además, empezamos a saber que algunas características que creíamos que eran exclusivamente humanas están presentes en otros animales, incluso en algunos que no son primates. Somos un producto biológico de la evolución que ha surgido progresivamente a lo largo de muchos millones de años a través de pasos pequeños y elementales, aunque muchos de esos pasos ya no están entre nosotros.
Puede que  el primer humano sintético sea como el androide de “Metrópolis” o puede que sea como el OS de “Her”. En el primer caso se trata de algo más físico y menos etéreo que en el segundo, pero en este último caso ayuda el imaginar el cuerpo que está detrás de la voz de  Scarlett Johansson. Esto nos recuerda que hay formas de obtener seres autoconscientes más sencillas, humanas y placenteras.