Pensemos un momento en la muerte de Jon Snow al final de la quinta temporada de una de las series más vistas –y más pirateadas– de nuestros días: Juego de Tronos. O en una de las frases cinematográficas más parafraseadas y parodiadas de todos los tiempos: el “yo soy tu padre” en El Imperio contraataca. Ambos casos representan un claro ejemplo de cliffhanger (literalmente, “al borde del precipicio”), una técnica narrativa utilizada para mantener en vilo a la audiencia mediante la creación de suspense. El suspense puede producirse de dos maneras: involucrando a los personajes en una situación de riesgo o amenaza, como sucede en Juego de Tronos, o haciendo a la audiencia partícipe de una revelación sorprendente, como la que recibe Luke Skywalker en La Guerra de las Galaxias. En ambos casos, las consecuencias del elemento que representa el cliffhanger despiertan la curiosidad de la audiencia. En ambos casos, la espera fiel de los seguidores de la serie televisiva o saga cinematográfica está más que garantizada.
”El precipicio” – Imagen de Andrés Nieto Porras
La técnica del cliffhanger, que comenzó a popularizarse ya a finales del S.XIX gracias a las ficciones que se publicaban periódicamente en revistas de la Inglaterra victoriana, ha encontrado en la prensa escrita y digital una aliada tan inesperada como sustancial. Esto se debe a que la manera en la que se redactan las noticias y titulares se ha visto influenciada por las nuevas leyes del mercado. Los ingresos ya no descansan exclusivamente a lomos del papel impreso, sino que dependen en gran parte de los anuncios de la web, y estos, a su vez, del tráfico de navegación. En este contexto ha nacido la cultura del llamado clickbait, término que, como sucede con la mayoría de los neologismos del campo tecnológico, parece haber venido para quedarse entre nosotros (aunque se hayan propuesto los maravillosos ciberanzuelo o cibercebo).
El clickbait es un tipo de contenido web que utiliza en sus titulares técnicas lingüísticas y narrativas –entre las que se encuentra el cliffhanger– para atraer a los lectores a la noticia inserta en la página. Su poder reside en servirse de la llamada “brecha de curiosidad”; es decir, del espacio que queda entre lo que sabemos y lo que queremos –o creemos querer– saber. Algunas voces influyentes del periodismo y del mundo académico han clamado contra esta técnica, a la que consideran dañina para el propio medio, puesto que prioriza los contenidos sensacionalistas que pueden ser moderadamente interesantes para la mayoría sobre aquellos de mayor profundidad y que pueden resultar trascendentes solo para una minoría.
De cualquier forma, mientras las cifras sigan dando la razón al clickbait, parece difícil que este modo de componer las noticias desaparezca. El nuevo periodismo en busca del clic plantea un interrogante entre la curiosidad y la información, la cantidad y la calidad, el sensacionalismo y la investigación. Una vez más la pelota está en el lado de los consumidores/lectores, quienes, como la mujer de Lot, pueden optar por escapar de las garras de su propia curiosidad y determinar el tipo de periodismo –y de sociedad– que desean: una que priorice la libertad informativa o una compuesta por estatuas de sal.
Pero para comprobar en qué queda todo esto: no se pierdan la próxima temporada, supongo.