En esto últimos dos meses, se ha podido disfrutar de una exposición al aire libre en pleno barrio madrileño de Chamberí, concretamente en la calle Miguel Ángel, y más concretamente, sobre los muros de la Fundación Ortega-Marañón, la antigua sede de la Residencia de Señoritas. Y es que la exposición llevaba por título “Pioneras. La Residencia de Señoritas” y conmemoraba el centenario del nacimiento de esta institución.

Es quizá el más desconocido de los organismo surgidos al amparo de la Institución Libre de Enseñanza. Cuando Francisco Giner de los Ríos creó en 1876 la ILE, una institución privada, laica y ajena a adscripción ideológica alguna, posiblemente no intuiría  las consecuencias futuras de su proyecto; no intuiría que la magnífica labor pedagógica por él iniciada se perpetuaría en nuevas instituciones: en el Museo Pedagógico Nacional, en la Junta para Ampliación de Estudios, en la Residencia de Estudiantes y en esta Residencia de Señoritas, todas ellas tentáculos de la creación madre, que vieron la luz con los años.

La Residencias de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, significó un impulso hasta entones desconocido en la educación de la mujer española. Gracias a esta institución, las pocas jóvenes que entonces se atrevían a matricularse en las aulas universitarias, contaron con la posibilidad no solo de alojarse en la capital durante los meses lectivos, sino de hacerlo -y esto es, en verdad, lo importante- de un modo respetable y sin miedo a habladurías ajenas; porque no olvidemos que estamos en los  primeros años del siglo XX, en una época en la que la mujer contaba con escasez de derechos y la gente, sin embargo, con exceso de curiosidad malsana.

Pero la Residencia no se quedó solo ahí;  Maeztu también dio cabida a un programa de becas que permitieron el acceso a la formación universitaria a jóvenes con problemas económicos, e introdujo  un programa de intercambio entre las estudiantes españolas y estudiantes estadounidenses y europeas de otros campus. La Residencia de Señoritas fue sin duda, todo un logro educativo y social; un logro, que vio la luz hace un siglo, en 1915, el mismo año en el que -paradojas de la vida- Giner de los Ríos falleció.