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Margarita Garbisu

Doctora en Filología Hispánica. Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades y Profesora en la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA. Ver Perfil

Margarita Garbisu

Cien años de la Residencia de Señoritas

En esto últimos dos meses, se ha podido disfrutar de una exposición al aire libre en pleno barrio madrileño de Chamberí, concretamente en la calle Miguel Ángel, y más concretamente, sobre los muros de la Fundación Ortega-Marañón, la antigua sede de la Residencia de Señoritas. Y es que la exposición llevaba por título “Pioneras. La Residencia de Señoritas” y conmemoraba el centenario del nacimiento de esta institución.

Es quizá el más desconocido de los organismo surgidos al amparo de la Institución Libre de Enseñanza. Cuando Francisco Giner de los Ríos creó en 1876 la ILE, una institución privada, laica y ajena a adscripción ideológica alguna, posiblemente no intuiría  las consecuencias futuras de su proyecto; no intuiría que la magnífica labor pedagógica por él iniciada se perpetuaría en nuevas instituciones: en el Museo Pedagógico Nacional, en la Junta para Ampliación de Estudios, en la Residencia de Estudiantes y en esta Residencia de Señoritas, todas ellas tentáculos de la creación madre, que vieron la luz con los años.

La Residencias de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, significó un impulso hasta entones desconocido en la educación de la mujer española. Gracias a esta institución, las pocas jóvenes que entonces se atrevían a matricularse en las aulas universitarias, contaron con la posibilidad no solo de alojarse en la capital durante los meses lectivos, sino de hacerlo -y esto es, en verdad, lo importante- de un modo respetable y sin miedo a habladurías ajenas; porque no olvidemos que estamos en los  primeros años del siglo XX, en una época en la que la mujer contaba con escasez de derechos y la gente, sin embargo, con exceso de curiosidad malsana.

Pero la Residencia no se quedó solo ahí;  Maeztu también dio cabida a un programa de becas que permitieron el acceso a la formación universitaria a jóvenes con problemas económicos, e introdujo  un programa de intercambio entre las estudiantes españolas y estudiantes estadounidenses y europeas de otros campus. La Residencia de Señoritas fue sin duda, todo un logro educativo y social; un logro, que vio la luz hace un siglo, en 1915, el mismo año en el que -paradojas de la vida- Giner de los Ríos falleció.

Cada vez menos librerías

El profesor José Manuel Prieto afirmaba en 2013: “Por primera vez, en la milenaria historia de la cultura escrita, el libro, y con él todos los demás materiales impresos, parece abocado a un anunciado destronamiento, sumido en el difícil reto de competir con otras experiencias de comunicación, no precisamente basadas en el consumo tradicional de lectura. Todo está cambiando a gran velocidad y, en gran medida, dejando de ser como era” (La cultura escrita, 117).

La prensa de hace poco más de un mes daba la razón al estudioso con datos: hablaba del cierre de 912 librerías en España en 2014, del descenso de ventas y del desprestigio de libro no ya solo por la crisis económica sino por la falta de políticas que potencien la lectura. La lectura pausada, meditada y reflexiva, habría que añadir, porque da la sensación de que en los últimos tiempos, más que leerse poco, lo que ocurre es que se lee… diferente. Hoy día la gente lee constantemente; lee en la calle, en el metro, en los bares y restaurantes, en soledad o en compañía; en su teléfono móvil, en su tableta o en su pequeña pantalla; la gente lee, lee, lee… Pero ¿qué lee? Un mensaje, un tuit, una página de internet o un titular; esto es, no más de un cuantos caracteres.

Las nuevas tecnologías son la que están provocando el cambio. ¿Inevitable? Sí. ¿Necesario? También. ¿Definitivo? Espero que no. No parece probable que el libro impreso desaparezca ni que desaparezcan las librerías, pues el soporte en papel sigue superando al e-book, pero la industria ha comprendido que tiene que acondicionarse los nuevos tiempos. Por eso, la mayoría de los locales tienden a reinventarse, ideando nuevas fórmulas, ofreciendo un café, instalando un sofá, interactuando con los lectores, exponiendo los libros con belleza; en suma, creando el ambiente propicio para la búsqueda, la curiosidad, el hallazgo y la lectura pausada y reflexiva, esa de la que la prisas nos privan cada día.

Hace tiempo hablé desde aquí del fin de la salas de cine; ahora del cierre de la librerías. Sí, como afirma Prieto, “todo está cambiando a gran velocidad y, en gran medida, dejando de ser como era”.

En la muerte de Adolfo Suárez

El viernes pasado Adolfo Suárez Illana convocó una rueda de prensa para dar a conocer el grave estado de salud de su padre; el informe médico no auguraba más de cuarenta y ocho horas de vida al que fue el primer presidente de la democracia española tras las cuatro décadas de franquismo; el desenlace parecía inminente. Así fue: ayer, domingo 23 de marzo de 2014, Adolfo Suárez fallecía en la clínica Cemtro de Madrid, rodeado del calor de  su familia.

Desde el mismo viernes informaciones sobre su figura empezaron a salpicar programas y telediarios, y los medios se prepararon para lo que pudiera ocurrir; ayer la la cobertura fue plena y no hubo televisión, radio o publicación digital que no se volcara en recuperar el legado de Adolfo Suárez. Por ello pudimos revivir escenas del pasado, desde su nombramiento por el Rey en 1976 hasta su dimisión como presidente en 1981; recordamos la legalización del Partido Comunista, la creación de la UCD,  la firma de los pactos de la Moncloa, la aprobación de la Constitución, la reforma fiscal, la promulgación de la ley del divorcio… Y recordamos la grandeza humana del presidente, su don de gentes, su simpatía, su estoicismo para soportar la crítica, y también su desgracia; porque iniciado el nuevo siglo, el alzheimer le hizo olvidarse de todo y le impidió recoger con plenitud el reconocimiento -tardío reconocimiento- de un país agradecido por su entrega a la historia.

En el momento en que escribo esta nota, la capilla ardiente de Adolfo Suaŕez, instalada en el Congreso de los Diputados, está a punto de abrirse al público, a todo aquel que quiera despedirle; por allí ya han pasado todas las altas instituciones del estado, y el Rey, como rey y como amigo, le ha dado, emocionado, su adiós postrero. Sirvan esta líneas para mostrar desde aquí nuestro respeto, admiración y sincera gratitud.

El quinto poder

En las últimas semanas estamos escuchando constantes noticias sobre espionaje a partir de las revelaciones del periodista Glenn Greenwald, reveladas a su vez por el antiguo técnico de la NSA Edward Snowden. Ayer mismo el secretario de Estado para la Unión Europea, Íñigo Mendez de Vigo, se reunió con el embajador estadounidense en España, James Costos, para pedirle explicaciones por los posibles pinchazos a políticos y ciudadanos españoles.

Es posible que las acciones de Greenwald  y Snowden se conviertan en un futuro en el guion de una película de éxito, de igual modo que  la historia de Julian Assange y Wikileaks ha servido de argumento de El quinto poder,  filme que se puede ver en estos días en las salas de cine. Dirigida por Bill Condon, la película se basa en dos libros: WikiLeaks: Inside Julian Assange’s War On Secrecy, escrito por los periodistas ingleses David Leigh y Luke Harding, e Inside Wikileaks: My Time with Julian Assange at the World’s Most Dangerous Website,  escrito por el  antiguo socio  de Assange, Daniel Domscheit-Berg.

Se presentía que el filme no iba a ser del gusto de todos y, en efecto, desde un principio no fue del gusto del propio Assange, quien trató de convencer al actor Benedict Cumberbatch de que no  aceptara el papel protagonista (esto es, encarnar a su persona). Afortunadamente no le hizo caso y Cumberbatch nos ha regalado una interpretación magnífica; otra cosa es que se acerque más o menos a la realidad, pues la cinta presenta a Assange como a un tipo extraño y egocéntrico, mientras que  Domscheit-Berg – interpretado por Daniel Brühl- se muestra como el chico bueno del par.

Sea como fuera, la película analiza el inicio de todo -cómo se engendró Wikileaks-, al tiempo que reflexiona sobre la comunicación en nuestros días y sumerge al espectador en dos horas de puro entretenimiento. Solo por esto, merece la pena ser vista.