Cuando al ser humano no le satisface el orden que observa en la naturaleza, lo modifica si puede. Para ello, necesita información sobre el aspecto de ese nuevo orden, conocimientos para construirlo y energía para llevar a cabo el proceso. Las grandes revoluciones técnicas del pasado se han centrado en el factor energético. Sirva como ejemplo, la máquina de vapor, el motor de explosión, los eléctricos, las centrales hidroeléctricas y nucleares, etc.
Sin embargo, el profundo cambio tecnológico actual no se basa en la energía, sino en la información, sobre todo en forma de conocimiento. Y esto supone, de facto, un gran valor añadido. A veces, a este valor añadido se le considera, erróneamente, intangible. En efecto, es tan tangible que su precio es fácilmente computable. Un par de ejemplos, mostrarán esto paulatinamente. Todos los materiales que componen un Airbus o un iPhone del último modelo son relativamente comunes, con un coste que apenas excede unos pocos euros el kilogramo, lo mismo vale decir, para la energía y la mano de obra (normalmente robots) consumidos. Sin embargo, el producto final se vende a precio de miles de euros por kilo. La mayor parte, prácticamente todo, de ese valor añadido procede de la información, especialmente en forma de conocimiento.
Hoy por hoy, el mayor crecimiento en manufactura está teniendo lugar en China e India y otros países, denominados emergentes, lo que está contribuyendo a su desarrollo económico. Pero la maquinaria, tecnología y el conocimiento que incorporan provienen de otro sitio, en especial EE.UU y Europa. En este contexto, la oportunidad para los países avanzados reside en construir utensilios de alta tecnología que permitan la fabricación de numerosas herramientas, así como el proporcionar los programas, la logística y la mercadotecnia necesarios para manipular las materias primas del modo más inteligente posible. Ello permitirá que la fabricación continúe almacenando cada vez más información, sobre todo en forma de conocimiento, con menos materiales y con un menor coste energético, contribuyendo así a ordenar el mundo de acuerdo con las necesidades humanas.
Las revoluciones industriales acaecidas en los últimos 150 años, en buena medida han estado ligadas a nuevos paradigmas energéticos. La acumulación de acontecimientos en ciencias básicas, matemáticas, física, química, junto con el desarrollo de las ciencias aplicadas, de los materiales y las ingenierías, hicieron posible cambios inusitados en la capacidad humana de fabricar todo tipo de utensilios: instrumentos, herramientas, etc. y sus modelos, técnicas, métodos y procedimientos asociados. Sin embargo, en el siglo XXI, se hace patente la necesidad de transformar el paradigma de la civilización actual respecto a su interrelación con la naturaleza. Que, en resumen, se traduce en hacer más con (mucho) menos; es decir, más eficientemente.
Afortunadamente, los siglos pasados y en especial el XX le ha dejado a la humanidad como herencia lo mejor herramienta para enfrentar este reto colosal: el binomio ciencia-tecnología, producto del conocimiento científico, tanto teórico como práctico.
Las ciencias básicas y aplicadas permiten hoy crear sinergias antes inimaginables. Este es, precisamente, el ámbito en el que se desarrolla la nanociencia y la nanotecnología: el de la multidisciplinariedad y la transversalidad que permite generar ideas rompedoras, sacando partido de los procesos que ocurren a escala atómica y molecular para fabricar con el mínimo consumo de materiales y energía. Esto lleva a una nueva economía, basada en el conocimiento; es decir, una eco-industria que dispone de nuevas herramientas, usa nanomateriales, economiza recursos y recicla casi todo lo que fabrica y utiliza.
Para lo cual, hay que acelerar la generación y transferencia de conocimiento mediante la implantación de nuevas infraestructuras que permitan reducir a la mitad el tiempo necesario para ir de la invención a la innovación. No hay que olvidar el ciclo de la riqueza: inyectar dinero (financiación en I+D) para obtener conocimiento, seguido de la inyección de conocimiento (innovación y demostración, i+d) para obtener dinero. Y vuelta a empezar.
Hoy ya no se trata de conseguir ventajas competitivas mediante economía de escala o mano de obra barata, sino de mentefactura, flexibilidad y adaptabilidad, que son las claves del éxito. Y si algunos trenes se han perdido, otros aún están pasando o por pasar. El de la nanociencia y la nanotecnología, entre otros, aún están en la estación y España tiene un billete preferente en ese tren. Sin embargo, se sigue siendo ineficientes en la transferencia del conocimiento a un sector productivo que no detecta a España como catalizador del proceso y del crecimiento. El recorrido en España entre la invención y la innovación es tortuoso y en esta travesía del desierto se quedan en el camino y, o, malogran muchas buenas ideas. La famosa paradoja europea, liderazgo en ciencia y retraso en innovación, en España se agudiza y empeora, pues tampoco en ciencia se está donde se debería. Y de esto, todos o casi todos tienen su cierta parte de culpa. Partidos políticos, sindicatos, empresarios, etc. Y no se saldrá del atolladero si la investigación, innovación e industria permaneces en la cola de Europa en I+D+i+d.