En el mes de mayo de 2018, la Doctora María Lara Martínez y yo realizamos sendas estancias docentes como Profesoras Erasmus Plus y Visitante en la Universidad de San Cirilo y San Metodio en Veliko Tarnovo. La experiencia ha sido altamente gratificante, con un equipo de profesores, dependientes de la Cátedra de Romanística de la Facultad de Filología, que nos acogieron con los brazos abiertos.
En mayo de 1962, Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia se casaban en Atenas por el doble rito, ortodoxo y católico. Pero en enero del mismo año, Simeón II contrajo matrimonio en Suiza con una española, Margarita Gómez-Acebo, a pesar de las reticencias franquistas por ser el soberano búlgaro ortodoxo de fe. Ni siquiera el anticomunismo le hizo empatizar a Franco con el joven expulsado de su país por el socialismo de inspiración soviética. La contrayente, nieta de los Marqueses de Cortina, tenía la cruz de los sufrimientos por la patria porque sus padres habían sido asesinados al comienzo de la Guerra Civil española en su finca «La Arboleda» de Collado Villalba, al igual que su abuela materna en Alcobendas. Nada que ver con el boato conferido en 1960 a las nupcias de otra aristócrata española, Fabiola de Mora y Aragón, con el rey Balduino de Bélgica, a quien sí la retórica franquista consideraba «de la reserva espiritual de Occidente» por ser católico.
Con el Danubio como frontera natural con Rumanía y el mar Negro como playa, Bulgaria es un país cosmopolita, que soportó durante cinco siglos la opresión turca, que fue liberado por Rusia en virtud del Tratado de San Stefano de 1878 (en su recuerdo, el 3 de marzo es la fiesta nacional) y que eligió como dinastía reinante al linaje Sajonia-Coburgo-Gotha tras el fracaso de Alejandro de Battenberg en 1886, quien ha pasado a la Historia como el primer príncipe de la Bulgaria contemporánea emancipada. Tres soberanos hubo después en dicha dinastía: Fernando I, Boris III y Simeón II, zar desde 1943 por la muerte de su progenitor tras reunirse con Hitler y en el exilio con su hermana y su madre, la reina Juana de Saboya, desde 3 años después, primero en Egipto, donde se hallaba su abuelo, el desterrado Víctor Manuel III de Italia, y desde 1951 en España. No en vano, Mafalda de Saboya, esposa de un príncipe germánico y tía de Simeón, murió en un campo de concentración.
En 2001 el Movimiento Nacional Simeón II ganó las elecciones búlgaras, convirtiéndose así en el primer soberano exiliado en llegar a la presidencia del Gobierno de su nación. Ejercería como primer ministro hasta 2005. Bulgaria había ingresado en 1955 en la ONU, pero Simeón impulsaría la incorporación a la OTAN, en 2004, y a la Unión Europea, que se materializaría en 2007, si bien se conserva la moneda propia, lev o leva en plural, la mitad de un euro, aproximadamente.
Bulgaria es un país que ha vivido muchas experiencias políticas, presencias extranjeras y adaptaciones a los nuevos tiempos, tales como el paso, de la noche a la mañana, de una monarquía a una república en 1946, el permanecer más de 4 décadas bajo la esfera socialista de la URSS, y luego, con la caída de ésta, en 1991, la entrada de un capitalismo feroz que no ejerce proteccionismo estatal pero tampoco eleva los salarios. Antes no existía libertad religiosa o, al menos, el anticlericalismo estaba presente en muchas facetas de la vida y algunos trabajadores tenían miedo a que sus patronos los vieran entrar en un templo ortodoxo, pero sí podían comprar una vivienda en unos cuantos años o adquirir un coche, siempre y cuando el régimen socialista los considerara «merecedores» de tal privilegio. Ahora el Estado no controla la vida privada del ciudadano, pero tampoco «ayuda»; en ocasiones, el búlgaro se siente desamparado cuando llega final de mes y se percata de que, con las mismas monedas de leva, antes llenaba ese mismo carro de la compra que en 2018 casi le queda vacío.
Nuevamente, al rememorar el lema oficial de Bulgaria, compartido con otros países como Bélgica, Haití y Bolivia: «La unión hace la fuerza», la Profesora María Lara y quien firma este artículo recordamos también la reflexión de Plutarco que hoy hacemos nuestra: «No contamos historias sino vidas». Y es que el viaje, en clave del poeta griego Cavafis, más allá de la distancia física, es una experiencia metafísica plagada de aventuras, aprendizaje y honor;
Ítaca, Valentina, Bulgaria…
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid