Que Internet está suponiendo una revolución en el mundo de la cultura y la investigación es algo indudable. Las consecuencias de dicha revolución no podemos todavía preverlas porque estamos inmersos en ella. En el mundo del libro, por lo pronto, los efectos son evidentes. No cabe duda de que obras como las enciclopedias, o los grandes libros de arte con excelentes reproducciones que la tecnología moderna hacía posibles, forman ya parte del pasado. El libro de consulta en general y la revista especializada están también llamados, en mi opinión, a desaparecer en soporte de papel. ¿Ocurrirá los mismo con la literatura, la novela, el teatro, los libros de pensamiento, los clásicos? No me parece tan seguro. Es probable que el libro en papel y el libro electrónico acaben conviviendo. El papel tiene cualidades, difíciles de precisar pero reales, que hacen que la lectura y manejo de obras en formato libro (no digo ya solo impresas en papel) no sea equiparable a la lectura en formato digital. La prueba es que el libro digital trata de imitar al de papel. Sin embargo, el formato digital tiene ciertas ventajas que no se pueden negar. Por ejemplo, el hecho de poder agrandar la letra. O algo que de momento me importa más: en formato digital se pueden leer obras que de otro modo no sería posible, simplemente porque editarlas en papel no es rentable. Como los libros en lenguas clásicas, griego o latín, para poder leer los cuales había a menudo que desplazarse a las pocas bibliotecas que los poseían. Hoy a través de Internet tenemos acceso a bibliotecas enteras en estas lenguas. Dos ejemplos: la Bibliotheca Augustana y el Internet Medieval Sourcebook.
Antes existía la dificultad del acceso a las fuentes, hoy solo existe la dificultad del aprendizaje de las lenguas. A las poderosas razones que había para aprenderlas se ha añadido ahora una más. El historiador de la literatura o el pensamiento no tiene ya excusa.