El pasado lunes, 28 de octubre, tuve el honor de participar como ponente en la mesa redonda organizada en el Centro Riojano de Madrid (Serrano, 25) en conmemoración del 110 aniversario del fallecimiento de Sagasta, una de las grandes personalidades políticas de la España Contemporánea.
Estuve acompañada en la mesa por María Lara Martínez, profesora de la UDIMA y escritora, por Eduardo Huertas, del Ateneo de Madrid y por Pedro López Arriba, que en calidad de presidente de la centenaria institución ejerció de anfitrión.
Y es que Sagasta fue mucho más que el contrincante de Cánovas del Castillo. La Restauración, ese gran edificio político tan denostado por Ortega pero tan valioso en tanto que baluarte de la recuperación de la estabilidad política en nuestro país, no habría avanzado tanto en el progreso de la sociedad sin la figura de este riojano universal que llegaría a ser 16 veces presidente del Gobierno (dos en el Sexenio democrático), finalizando el último de sus mandatos apenas un mes antes de su defunción, el 5 de enero de 1903.
Ingeniero de caminos, líder de sucesivos partidos (Progresista, Constitucional, Fusionista y Liberal) y masón durante buena parte de su vida, estrenó la institucionalización del turnismo con el Pacto del Pardo tras la muerte de Alfonso XII y, poco más de una década después, tendría que reconocer la pérdida de las últimas colonias de Ultramar en el terrible 98, derrota que no impediría su retorno al frente del Consejo de Ministros en 1901-1902, en vísperas de la proclamación del rey póstumo. María Cristina de Habsburgo-Lorena nunca ocultaría su predilección por D. Práxedes, como tampoco éste se amedrentaría en la defensa de aquello que consideraba justo, aunque fuera en contra de la tónica de los tiempos. La libertad de prensa de 1883, la Ley de Asociaciones (1887) y la extensión del sufragio universal masculino (1890, el femenino no se lograría hasta la Constitución de 1931) fueron conquistas sociales de Sagasta.
Este año conmemoramos también el primer centenario de la Liga de Educación Política Española, fundada junto a un grupo de intelectuales por el joven Ortega, filósofo que, como explicó la Profesora María Lara en su conferencia, fue hostil a la Restauración, disculpando a Sagasta de los prejuicios del sistema que atribuía a Cánovas.
España avanzaba. Los pilares de la Restauración, esto es, el turnismo y el bipartidismo, junto a la oligarquía y al caciquismo que hacían posible la corrupción electoral, fueron los engranajes sobre los que se sustentó la débil modernización de un país conformista con altas dosis de analfabetismo y sumisión que se debatía entre dos polos: el inmovilismo y el progreso. Sagasta abanderó el segundo en un Imperio que languidecía, replegando velas rumbo a sus orígenes. La regeneración tan reivindicada por Joaquín Costa se haría esperar, tanto que todavía no se ha operado en su totalidad.
En suma, Sagasta o un político de levita y chistera a la usanza decimonónica que, de haber vivido allende nuestras fronteras, no dudo habría alcanzado gran fama no sólo como orador (que la tuvo), sino como reputado estadista y ejemplo de sincera vocación al servicio a la nación.
Laura Lara Martínez.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid