Me gustaría dedicar esta breve entrada en el blog para hacer una referencia a la obra del medievalista Jacques Le Goff, que a la edad de 90 años murió, el pasado 1 de abril, en París.
Se ha dicho que se iba uno de los últimos grandes nombres de la historiografía francesa con mayúsculas del siglo XX: desde March Bloch, pasando por George Duby o François Furet. Sin ninguna duda, ha muerto uno de los mayores representantes de la llamada “tercera generación” de la “Escuela de los Annales” y el creador del concepto de Nouvelle Histoire término que intentaba englobar los innumerables caminos temáticos y analíticos que caracterizaban las obras de sus compañeros de generación desde los años setenta. Le Goff era un experto en la Plena Edad Media, particularmente en el siglo XIII, pero era sobre todo un investigador que hacía historia social e historia de las mentalidades, de los imaginarios, de las percepciones.
Historiador procedente del sur francés, sus maestros fueron Charles-Edmond Perrin y Maurice Lombard. Peor su gran padrino en la academia francesa fue el todopoderoso Fernand Braudel, quien imprimió su forma de hacer a la llamada “Segunda Generación” de Annales. Si esta estaba marcada por la perspectiva geopolítica, el análisis fuertemente estructural del cambio en la larga duración y el peso de lo económico, así como por la figura de Wallerstein; los discípulos más fieles de Braudel, Marc Ferro y Jacques Le Goff, a quienes aquel había situado como directores de la revista Annales, iban a iniciar un nuevo cambio en los derroteros de la historiografía francesa.
Le Goff era un lector de novelas históricas románticas, así como un admirador de Henri Pirenne y de Michelet. Su gusto por la narrativa, por lo cultural, por la mirada antropológica y por los temas sociales le colocaban en un cruce de caminos distinto que el de Braudel. Hijo de su contexto histórico, su posición comparte fuertes denominadores comunes con sus colegas George Duby o Emmanuel le Roy Ladurie, una generación sin consenso teórico o metodológico que mira hacia la antropología histórica, la psicología social y lee a Michel Foucault. Con las mismas tonalidades marxistas de fondo, que caracterizaron siempre la escuela de Annales, la combinación entre lo económico y lo cultural, lo material y lo espiritual, la utilización de fuentes literarias, iconográficas e históricas, métodos radicalmente cualitativos de análisis textual y prosas inspiradas explican los muchos temas y enfoques a los que se abrió la disciplina.
Al igual que sus colegas de generación, todos estos historiadores accedieron pronto a posiciones académicas relevantes, fueron, o son, moderados progresistas, más observadores que actores de su realidad política, europeístas, disfrutaron de densas redes de relación transnacional, casi nunca hacia el ámbito anglo-americano con quienes no gustan competir, sino hacia el este de Europa, España e Italia, donde se sienten dominantes, publicaron profusamente y se dedicaron con convicción a la divulgación de calidad hacia el público amplio. En la estela de sus grandes padres de principios de siglo, los orientaba el interés por reivindicar una Edad Media en los orígenes de Europa, romper con el estereotipo de oscurantismo e ignorancia del período y abogar por una Edad Media plural, creativa, original, sorprendente, variada.
Le Goff, desde 1956, con sus Mercaderes y banqueros en la Edad Media, tiene a sus espaldas medio siglo de actividad ininterrumpida docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, e investigadora que le llevaron a tratar desde obras de síntesis como el Occidente medieval hasta los intelectuales, la creación del purgatorio, la memoria, el tiempo, lo maravilloso, los banqueros, la usura y dinero, o las biografías de San Luis o de Jacobo de la Vorágine. Su investigación se orientó sobre lo que le parecía la historia más sutil, la historia que detecta las corrientes profundas de la historia, lo que pervive, lo que no cambia. No creía en las rupturas, ni siquiera pensaba que las guerras o las revoluciones representaban cesuras en la historia. El mejor magma para estudiar estas sutilezas lo encontró en el estudio de las mentalidades, de las sensibilidades, lo que definió en algún momento como: “el contenido impersonal del pensamiento”, el trabajo sobre lo psicológico más que sobre la producción del conocimiento; sobre las representaciones culturales colectivas, más que sobre la tecnología o las disciplinas del saber.
Quizá se podría decir de Le Goff que, si bien no ha sido un gran “inventor” de nuevos temas, como sí lo fue Duby con el parentesco, la mujer, etc… ha sido un gran inventor de nuevas miradas sobre temas clásicos. Así, por ejemplo, la Iglesia, todo un clásico de los estudios medievales, se reformula como la cultura eclesiástica, como la cultura religiosa medieval y se mira desde la cultura popular, desde la vida cotidiana, desde los ritos, los ceremoniales, los símbolos, el inconsciente y produce temas fascinantes que habían quedado en los claroscuros de otras investigaciones. La palabra, el discurso, la producción de ideología, los manuales de confesores, las gárgolas, los colores o los vestuarios son objeto de análisis y conocimiento histórico. Lo sagrado y lo profano adoptan otras formas, sacramentos como el bautismo y la extrema unción, espacios imaginados como el purgatorio emergen revestidos con la naturaleza que tenían en otro tiempo. El comercio y la moneda abandonaron con la misma celeridad el numérico y arduo campo de la historia cuantitativa y de los análisis económicos en manos de Le Goff para convertirse en una reflexión sobre las nociones y conceptos del naciente universo urbano de la Plena Edad Media.
Con este historiador, el mito imposible desde el mismo origen de los historiadores Annalistas franceses de hacer “histoire totale”, volvía a cabalgar durante otra generación con nueva fuerza.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid