La historia de las ciencias también forma parte, y muy importante, de la historia general. La tendencia a la especialización que nos domina hace que los historiadores se concentren generalmente en una época (edad media, moderna, contemporánea), dentro de ella en un país (España, Inglaterra, Alemania) y dentro de él en un aspecto (historia política, artística, científica). Esto, que tiene evidentes ventajas, tiene también consecuencias negativas. Con la restricción del campo se gana en precisión pero se pierde en perspectiva. Y se pasan por alto multitud de conexiones. Hace ya tiempo que resulta claro que la historia política está estrechamente relacionada con la historia económica, y la historia económica a su vez con la historia de la técnica o la historia religiosa (baste pensar en Max Weber). Hoy es cada vez más patente que historias que parecían relativamente autónomas, como la historia de la ciencia, que se pensaba seguía una línea progresiva, acumulativa, ascendente, no son una excepción a la regla, y están todas sometidas a los vaivenes generales de la historia. A todas subyace una historia común de las creencias.
De los distintos capítulos de la historia de la ciencia, quizá ninguno tan apasionante como el de la historia de la psicología, quizá ninguno que muestre tan claramente además la íntima relación entre todos los aspectos de la historia. Porque la psique, la mente, el alma humana es probablemente la realidad más sutil que cabe tener como objeto de una ciencia, y por lo mismo la más sensible a todo tipo de variaciones y conexiones históricas. En nuestro país tenemos la suerte de contar desde hace años con una Sociedad Española de Historia de la Psicología que reúne anualmente a sus miembros para estudiar las múltiples facetas de la disciplina. El próximo mes de mayo se celebra su XXV Symposium. No está de más dirigir una mirada curiosa al evento, porque la historia de la psicología es también la nuestra.