Imagen de un descubrimiento en 2007. | FOTO: GettyImages

Esta semana ha saltado a los medios de comunicación de todo el planeta una nueva bomba informativa sobre el proceso evolutivo de nuestra especie, el Homo sapiens. La publicaba la prestigiosa revista científica Nature, y daba cuenta del descubrimiento de una nueva especie del género Homo en la isla filipina de Luzón; de ahí su nombre, Homo luzonensis.

Los restos hallados hasta el momento son escasos, pero suficientes para poder hablar de un ser de aspecto muy distinto a nosotros: de corta estatura y con rasgos anatómicos muy arcaizantes. Algo ciertamente muy distinto a lo que conocíamos hasta ahora, exceptuando al Homo floresiensis, que vivió por la misma época en una isla del archipiélago de Sumatra y tenía unos rasgos anatómicos en cierto modo parecidos.

En cualquier caso, los descubrimientos de las islas de Luzón y de Flores, junto a los realizados en los últimos años en la cueva siberiana de Denisova están revolucionando el conocimiento que hasta hace pocos años teníamos sobre los orígenes y la evolución de nuestra especie. Por una parte, echan por tierra definitivamente la hipótesis de una única línea evolutiva que habría progresado en forma arborescente. Y, al mismo tiempo, avalan la propuesta de la “evolución desordenada”, que postula procesos evolutivos paralelos dependientes de diversos factores como son los ambientales, los genéticos, los geográficos, etc. Y la mejor prueba de ello son las cinco especies humanas (conocidas hasta el momento) que convivieron hace unos 60.000 años: neandertales, denisovanos, floresiensis, luzonensis y, como no, nosotros; los sapiens.

Por todo ello, ya no es aceptable afirmar que “el ser humano viene del mono”, ya que tanto el género Homo en su conjunto como los simios superiores que conocemos hoy en día (bonobos, chimpancés, orangutanes, gorilas…) procedemos de unos lejanos ancestros comunes denominados Primates. Entre ellos y nosotros hay una larga y compleja historia.

Y otra cosa… creo que no merece la pena buscar “el eslabón perdido” porque nosotros mismos somos ese eslabón perdido.