Dentro de pocos días, se conmemorará el bicentenario de la Batalla de Vitoria, uno de los grandes episodios bélicos de la Guerra de la Independencia española. El ejército bonapartista, en huida con José I a la cabeza, sería derrotado en la Llanada Alavesa el 21 de junio de 1813. Nuestro país se convirtió así en escenario de una «protoguerra» europea contemporánea, al enfrentarse la alianza hispano-luso-británica dirigida por Arthur Wellesley, Duque de Wellington, con el invasor francés que escoltaba al denostado «Pepe Botella».
Tras fuertes enfrentamientos, la 3ª División al mando de Thomas Picton rompió el frente central francés, destrozando las defensas napoleónicas. En huida desesperada hacia la frontera gala, los usurpadores de la soberanía española dejaron tras de sí 15.300 bajas entre muertos y heridos, a los que hay que añadir los dos mil prisioneros y la pérdida de 152 de los 153 cañones que llevaban. Por su parte, el balance de los aliados sería más favorable, al sufrir la mitad de bajas, en torno a 4.500.
El General Álava sería el encargado de entrar en su ciudad natal, evitando los habituales saqueos de vencedores y vencidos. De este modo, la victoria aliada en Vitoria confirmaría la retirada definitiva de las tropas napoleónicas de España (con la excepción de Cataluña), si bien es cierto que las operaciones militares proseguirían, siendo prueba de ello la Batalla de San Marcial acaecida el 31 de agosto de 1813 y otras que aún habrían de producirse en 1814, incluso después de que el corso se viera forzado a devolver la corona a Fernando VII por el tratado de Valençay de 11 de diciembre de 1813.
Laura Lara Martínez.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid