La docencia de la Prehistoria en medios universitarios es una tarea difícil por varias razones.
Una de ellas es la amplitud cronológica de la disciplina, ya que abarca desde la aparición del ser humano en el planeta hasta que se organizó en sociedades de tipo estatal. Otra es su universalidad ya que, desde un punto de vista cultural, todas las zonas del planeta han pasado por una «etapa prehistórica». Y derivada de éstas, hay que considerar también la tremenda variedad casuística que ha de abarcar el docente.
Pero la dificultad que ahora me interesa comentar es el tremendo dinamismo que experimenta el conocimiento sobre las sociedades prehistóricas; un dinamismo emanado de la actividad investigadora que, desde finales del siglo XVIII no sólo no ha cesado, sino que se ha incrementado de forma exponencial.
En las últimas décadas, por ejemplo, los constantes descubrimientos en el campo del origen y la paleoantropología del ser humano, obligan a los docentes a renovar los contenidos de la disciplina a un ritmo casi anual. Tales avances son tan notables que han hecho que los que hemos de transmitirlos hayamos asumido de buen grado la tarea de actualizarlos.
Sin embargo, no ocurre lo mismo en otros campos de la Prehistoria. Por lo que respecta a la Edad de los Metales es un tanto penoso observar el desfase existente entre los textos universitarios -que son la base de nuestra labor docente- y el conocimiento actual sobre esta etapa derivado de las últimas investigaciones. Tanto es así que, al comparar los contenidos de los manuales utilizados en la década de 1980 y los aparecidos más recientemente, ya en pleno siglo XXI, encontraremos los mismos enfoques y prácticamente los mismos nombres, cronologías, etc.
Y para ilustrar esto, permitidme que exponga un caso real…
Todos tenemos una idea, más o menos profunda, de lo que fue la Celtiberia; un grupo cultural que se desarrolla en la Meseta, que posee un presunto ascendiente céltico, que mantuvo un perfil eminentemente guerrero, etc. etc. De todo esto se desprende una visión estática y monolítica de unas comunidades que fueron de todo menos eso, estáticas y monolíticas durante sus más de seis siglos de desarrollo.
Y prueba de ello es que las últimas investigaciones han mostrado la existencia en la Celtiberia de grupos que no fueron celtibéricos.
¿QUÉ HACE UN POBLADO IBÉRICO COMO TÚ EN UNA CELTIBERIA COMO ESTA?
Las imágenes que estáis viendo pertenecen a un poblado «ibérico» hallado en el corazón de la Celtiberia y cuyas excavaciones dirijo. Obviamente, su presencia en el interior peninsular desdice por completo el presunto estatismo al que se aludía líneas arriba. Demuestra ante todo que las sociedades que desde principios del siglo XX venimos catalogando automáticamente como celtibéricas no sólo estuvieron totalmente abiertas y conectadas a corrientes culturales externas, sino que muy probablemente se nutrieron también de componentes demográficos alóctonos.
Y ahora viene lo difícil, que no es otra cosa que transmitir esto -una verdadera fractura del paradigma histórico-cultural dominante en nuestro país- a nuestros alumnos. Es algo complicado, puesto que hay que reconfigurar en gran medida el material sobre el que trabajamos para no conducir a los discentes hacia un caos conceptual. Pero en mi opinión, ahí reside precisamente uno de los mayores alicientes de nuestro trabajo: transmitir un conocimiento lo más objetivo y actualizado posible.
A día de hoy todos los profesores del Grado de Historia mantenemos una actividad investigadora plenamente integrada en los circuitos tanto nacionales como internacionales, lo que nos permite estar al tanto de la información más reciente sobre nuestras respectivas áreas de conocimiento. Por ello, y al menos por lo que respecta al área de Prehistoria, me parece vital hacer ese esfuerzo de renovación para que nuestro Departamento sea conocido en un futuro no lejano por impartir unos contenidos novedosos e intelectualmente críticos que, en definitiva, son la base del Conocimiento Universal.