El verano, todos lo sabemos, es tiempo para viajar. Y aunque ahora la facilidad de las comunicaciones permite desplazamientos frecuentes y rápidos, que pueden hacerse en cualquier época del año, no cabe duda de que el verano sigue siendo por excelencia la época de los viajes. Sobre todo de los viajes más pausados, con más tiempo para mirar. Y de los viajes menos utilitarios. España, a pesar del calor; Europa; América; Asia… Afortunadamente sigue habiendo agencias de viajes que nos muestran que el mundo, además de ese lugar horrendo que vemos a diario en las noticias, es también un lugar lleno de maravillas; o cuando menos de cosas interesantes y curiosas. ¡Qué empobrecimiento el de quienes no viajan! O peor aún ¡el de quienes no sienten la necesidad de viajar! Por no hablar de quienes viajan sin ver…
Pero el verano es también una magnífica ocasión para viajar en el tiempo. No hacia el futuro, me temo; pero sí hacia el pasado. ¿Qué es si no visitar un museo o leer un clásico? Leer los diálogos de Platón, las Confesiones de san Agustín o la Divina Comedia de Dante no es solo un placer literario y un enriquecimiento intelectual, que nos puede proporcionar satisfacciones estéticas y quizá respuestas a ciertas preguntas vitales; es también una manera de viajar a otros mundos, de viajar en el tiempo.
Ciertamente se pueden leer los clásicos como actuales; es su virtud, la que los hace clásicos: siempre tienen algo que decir, siempre nos cuestionan, siempre nos enriquecen. Pero se pueden y deben leer también sin traerlos a al actualidad, viajando nosotros hacia ellos, desplazándonos con la imaginación a su mundo, en clave histórica. Entonces nos parecen extraños, a veces incomprensibles; pero son entonces ellos mismos, reales. Y nos obligan a vivir por unas horas, por unos días acaso, en la Grecia clásica, rodeados de dioses y filósofos; a sentirnos imbuidos por la atmósfera del cristianismo naciente, al mismo tiempo decadente y preñada de promesas; a pasearnos por la asombrosa arquitectura del universo medieval.
Las novelas históricas (incluso las buenas) son sucedáneos: son como las postales que se envían, o solían enviarse, en verano. Los mismos libros de historia (cuando son buenos) no pasan de ser guías útiles para el viajero. Pero los que de verdad hacen la experiencia son los que se dejan llevar y se sumergen en el pasado de mano de sus protagonistas. No dejes que otros te lo cuenten.