En este año 2014, la mayoría de medios de comunicación e instituciones que se interesan por el pasado, se han acordado de conmemorar hasta el infinito la I Guerra Mundial. Sin duda, 100 años de la “Gran Guerra”, digna de tal nombre no por lo grandiosa sino por su dimensión, merecían una mirada retrospectiva. Sin embargo, apenas nadie se ha acordado de que 800 años antes, el 27 de julio del año 1214, tuvo lugar una batalla, también grande en dimensiones y significación política en la arena internacional, que arrasaba los campos europeos.
Alrededor de 25.500 hombres por el lado anglo-alemán y 22.000 por el lado inglés lucharon en las tierras alrededor de la pequeña localidad de Bouvines, al norte de París cerca del paso de Calais. Felipe II Augusto, miembro de la familia Capeta que reinaba en Francia desde el año 987, se enfrentó a una coalición formada por Juan sin Tierra, rey de Inglaterra, Otón IV, emperador de Alemania, y los condes de Flandes y Boulogne.
Sí, una guerra “europea”, no en el sentido de que aquellos hombres tuvieran alguna conciencia de pertenecer a lo que nosotros llamamos Europa, sino en el sentido de que las grandes monarquías feudales de Europa occidental y sus aliados estaban representadas en el campo de batalla en una red que suponía una escala de interacción política que no se había conocido en siglos anteriores.
Otón de Brunwich, el emperador germano, se había aliado al bando inglés porque Felipe II Augusto, y el papado, no le apoyaban a él para obtener la corona del Reino de Sicilia, sino a Federico Hohenstaufen, el heredero de Barbarroja. La alegría les iba a durar poco: lo que tardó Federico en coronarse emperador también de Alemania, tras la muerte de Otón, y amenazar a los Estados Pontificios por el norte y por el sur.
Para Felipe II de Francia, la ocasión era crucial. Desde el siglo XII, toda la franja atlántica del continente era frontera entre la Francia Capeta y la Inglaterra Plantagenet. Esto se había debido al matrimonio de Leonor duquesa de Aquitania con Enrique II Plantagenet en 1152. No os confundís: los Plantagenet eran también de origen francés. Efectivamente, familia originaria del condado de Anjou, los descendientes del conde Godofredo, casado con Matilde, hija del rey de Inglaterra, llegaron a ser también duques de Normandía y reyes de Inglaterra.
Esto prueba que la formación mas expansiva del continente europeo desde el siglo XI fue Francia. Sus casas nobiliarias se pasaron casi 200 años conquistando tierras y a otros pueblos en un movimiento centrípeto constante que explica incluso las Cruzadas en el oriente Mediterráneo. A mediados del siglo XII, pues, una familia de altos nobles franceses, coronados reyes de Inglaterra, se enfrentaban a quien era su señor ligio, el rey de Francia, Luis VI. Segundo rasgo de las peculiaridades de una época en la que los reyes franceses no tenían más recursos que sus vasallos nobles, los condes de Champagne, los duques del Poitou o los de Normandía.
Al llegar al trono, Luis VII intentó compensar el poder de estos vasallos casándose con la heredera de Aquitania, y así rodeando a los condes de Anjou, Normandía y Maine, por el este y por el sur. Pero, azares del destino o/y opciones de las estrategias políticas: Leonor de Aquitania se divorció de Luis y se casó con su principal enemigo: Enrique II de Inglaterra, llevándose su dote, el ducado entero de Aquitania, a Inglaterra. Un tercer apunte: las vicisitudes de matrimonios y herederos en la Edad Media, un período de instituciones informales y de lazos de parentesco y liderazgo personal, eran cuestión de muy alta política y en ellas las mujeres eran piezas claves. El heredero de Ricardo Corazón de León, John Landlack o Juan sin Tierra, como le conocemos, había recibido una de las monarquías mas centralizadas e institucionalizadas de occidente, pero él concretamente se coronó en una posición de debilidad, porque le disputaba el trono su sobrino, Arturo, duque de Bretaña, el cuarto hijo de su hermano mayor. Otro vasallo, otro familiar, otro gran enemigo. ¿Quién se mostró presto a apoyar a Arturo? Felipe II Augusto
Una característica general de la nobleza del siglo XII de todos los territorios es que era capaz ya de aliarse a niveles quasi-nacionales: los grandes nobles ingleses coqueteaban con el papado y con el rey francés, los principales enemigos de su señor; la alta nobleza francesa con el rey inglés y con el emperador alemán. La política internacional de las monarquías feudales era ya un asunto complejo, que cada vez iba anudando más territorios e intereses en una escala creciente.
La batalla de Bouvines de 1214 significó una primera conflagración de todos los poderes de Europa occidental y el cambio del equilibrio a favor de la Casa Capeta frente a Inglaterra. El cambio de tercio se dio en una combinación compleja de estrategia político-diplomática, lucha en el terreno ideológico y movilización de recursos. Desde entonces, los franceses nunca perdieron preeminencia en el occidente europeo: conquistaron el Midi francés y descabezaron a la sociedad occitana, pretendieron el Reino de Sicilia frente a Aragón y, para el siglo XIV, acabaron alojando el Pontificado en Avignon. Aproximadamente, 2.000 muertos y 9.000 prisioneros vuelven a poner en primera página la barbarie humana, si bien nada comparable con el horror que conseguirían las armas de fuego de época Moderna y contemporánea para matar masivamente seres humanos y animales. Nada comparable con “la Gran Guerra”. Francia se anexionó de golpe: Normandía, Bretaña, Maine, Anjou y Touraine. Solo quedaba en manos inglesas, Aquitania, el escenario donde se dio en el siglo XIV, la larga y cruenta Guerra de los 100 años. La batalla consolidó también el poder de los nobles ingleses, pues los barones obligaron a Juan sin Tierra a firmar la Carta Magna, al año siguiente, donde se blindaban los privilegios de ese estamento.
Desde el siglo XXI, se pueden mirar aspectos muy diversos de la batalla de Bouvines. La historia de ese continente que se llamó Europa se compactaba, se hacía más pequeña, pues las alianzas conectaban progresivamente a más poderes. La guerra se desplazaba con la misma crueldad del corazón de cada reino, entre castellanos, vizcondes y otros nobles, a sus nuevas “fronteras” contra otros monarcas. Bouvines radiografía los diversos y contradictorios motivos que suelen llevar a una guerra, mostrando que no hay épocas más simples o primitivas que otras en términos de intereses y dinámicas. Los pueblos que mueren en los campos de batalla, campesinos, siervos, artesanos, mujeres, niños, y los animales y cosechas que se pierden suelen hacerlo por unos intereses cambiantes, ajenos y espurios, que, sin embargo, en cierta manera consiguieron formar parte de discursos, humillaciones y reivindicaciones colectivas que se sintieron como propios, que permearon un momento, que enfervorizaron o dieron sentido, a la indignación y la ira de ciertos sectores de las comunidades, demostrando, de nuevo, la dificultad de dar cuenta de los acontecimientos pasados.
Doctora en Filosofía. Profesora de Historia Contemporánea.
Udima, Universidad a Distancia de Madrid