Este domingo he visitado en el Museo Reina Sofía una retrospectiva del artista italiano Alighiero Boetti (1940-1994) que podrá verse hasta el 5 de febrero de 2012 en el Edificio Sabatini del museo madrileño. La exposición, organizada de manera conjunta con la Tate Modern de Londres y el MOMA de Nueva York, permite adentrarse en el mundo creativo de este artista, vinculado al arte povera en sus inicios, pero que pronto abandonó el interés circunscrito a los materiales, que “al final eran más importantes- sostuvo- que todo lo demás”. A partir de 1969 Boetti se convirtió en un artista conceptual, con vocación experimental y de trabajo colaborativo, más centrado en la bidimensionalidad.
La exposición reúne más de un centenar de piezas del artista, de todas las épocas de su trayectoria artística. Especialmente interesante me ha parecido la curiosidad que siente Boetti por los procedimientos cartográficos de representación del espacio; por los calendarios, por lo relojes y, en general, por el paso del tiempo, una preocupación propia del historiador. Boetti se interesó también por el arte postal y se envió telegramas a sí mismo, a modo de juego, para documentar un momento y una fecha determinada. Schiller ya había reflexionado sobre la relación entre el arte y el juego. Sin embargo fue Herbert Marcuse quien popularizó el vínculo entre ambos en los años setenta.
Boetti es un artista difícil de clasificar, que usó una gran variedad de técnicas y herramientas . Su concepción del arte como juego le permitió cuestionar la idea misma del creador, algo que se percibe muy bien en la maravillosa serie de mapas del mundo que ideó Boetti pero que tejieron artesanas afganas a las que dio libertad de elección de los colores, por ejemplo, siendo el resultado un producto de la colaboración. El carácter imprevisible de la obra final fue lo que fascinó a Alighiero Boetti y atrapa, también, al espectador de esta exposición.