Esta mañana al salir de casa camino de la Universidad me encontré al portero y le saludé. Iniciamos una breve pero fructífera conversación en la que se lamentaba de lo aburrido de su trabajo. De joven, no había podido estudiar y ahora, decía, se encontraba con un trabajo tedioso y anodino. En cambio, el mío de profesor y abogado le parecía estupendo, lleno de posibilidades de superación y con profusión de nuevos retos a los que hacer frente.
Por mi mente pasaron multitud de razones para animarlo: que no hay trabajo más valioso que otro si todos se hacen con perfección y para servir a los demás; o qué haríamos los vecinos si nadie se ocupara de las zonas comunes; que en mi trabajo también hay momentos duros… En vez de eso, tuve una idea genial y le dije:
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- Pues mira hombre, vas a tener suerte, hoy puedes hacer de abogado.
- Pero, ¿qué me dice usted?, me contestó.
- Que sí, ya verás como es muy sencillo.
Fulgencio, que así se llama mi portero, comenzó a ponerse serio al ver que no era broma lo que le decía y justo ese fue el momento que aproveché para pronunciar la frase mágica que nunca falla:
– ¿No será, Fulgencio, que te falta valor?
Dicho y hecho. Dejó la escoba, se quitó el mono, se puso su traje de los domingos y demás días de fiesta y se vino conmigo al Juzgado de lo Contencioso-Administrativo, cuyo número omito, de los de Madrid, sito en el número 19 de la Gran Vía.
Llegados allí y habiendo pasado “por debajo del arco del portalico” para verificar que no portábamos armas u otros objetos dañinos para las personas, nos dirigimos a la segunda planta, Sala de togas, en donde una amable joven nos proporcionó una, más o menos, a la medida de Fulgencio. Así ataviado, bajamos a la primera planta en donde se encontraba la Sala de vistas. Una vez frente a la puerta, constatamos que a las 11:00 comenzaría la nuestra y, sin perder su semblante serio pero animoso, mi amigo me pregunto:
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- Bueno D. Luis Felipe. Y ahora, ¿qué hay que hacer?
- Muy sencillo, le contesté. Toma mi portafolios -hasta entonces lo había llevado yo- y cuando nos llamen entraremos los dos y una abogada que está ahí al lado que es la letrada de la Comunidad de Madrid. Yo me sentaré en los bancos que están previstos para el público en el centro de la Sala y tú en la mesa de la izquierda cercana a donde estará sentada su Señoría. Si quieres, “entre vista y vista” echamos un “vistazo”.
Efectivamente, aprovechando que unos compañeros salían de la vista nos metimos dentro he hicimos de público. En 20 minutos, o menos, se despacharon 3 vistas, con los mismos letrados y los mismos argumentos. Se ve que no habían acumulado los procedimientos.
Salimos. A Fulgencio se le notaba aliviado y casi contento. Además, se movía con tal naturalidad, luciendo la toga, que parecía la llevara de toda la vida.
En estas, salió la oficial a anunciar nuestra vista, entramos, saludamos y nos sentamos, cada uno en su sitio. La escena duró entre cuatro y cinco minutos desde que su Señoría dijo:
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- ¿Se ratifica la parte demandante?
- A lo que con mucha seriedad y aplomo contestó Fulgencio: Me ratifico, Señoría.
- Para contestar a la demanda tiene la palabra la Letrada de la Comunidad.
- Con la venia Señoría. Se trata de un caso ….
La letrada reprodujo con mucha claridad los argumentos del acto administrativo contra el que yo había presentado la demanda -hacía casi tres años-, lo que le llevó unos dos minutos. A continuación el Magistrado-Juez dijo:
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- ¿La parte actora desea proponer prueba?
- La del expediente, contesto serio Fulgencio.
- La del expediente, respondió la Letrada.
- ¿Conclusiones?, preguntó el Juez.
- ¡A definitivas!, concluyó Fulgencio.
- ¡A definitivas!, finalizo la Letrada.
- ¡Queda visto para sentencia!, dijo su Señoría.
Salimos, felicité a Fulgencio por su actuación, dejamos la toga y una propina a la joven sonriente que nos atendió y fuimos a tomar un café.
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- Oiga, D. Luis Felipe. ¿Y para esto ha estudiado usted tanto?
- He estudiado y estudio, le dije yo. Para esto y para alguna cosa más…
Como se podrá imaginar el lector, no existe el tal Fulgencio, pero sí todo lo demás. Sirva esta inventada anécdota para mostrar algo que podría haber pasado y, sobre todo, para mostrar el sin sentido de la regulación del proceso contencioso-administrativo abreviado en el que, se quiera o no, hay que celebrar vista, lo que redunda en un magnífico retraso en la solución de los asuntos. Sería muy conveniente que el legislador modificara la actual regulación para que la vista no fuera obligatoria ya que, “visto lo visto”, este sistema, en una gran parte de casos, no sirve para nada.
Ahora bien, si se suprime la obligatoriedad de la vista y queda al arbitrio de las partes o del Juez, habría que pensar en un escrito de contestación a la demanda por parte del letrado de la Administración y entonces nos encontramos con que así se regula el procedimiento contencioso-administrativo ordinario.
Entonces, cualquier Fulgencio de los que andan por nuestras calles, cargado de sentido común, preguntaría:
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- ¿Y para que sirve la vista en el Contencioso?
- Para mucho, Fulgencio, para mucho. Pero más sirve el sentido común de Jueces y letrados e ir a la solución de los problemas: dotar de más medios personales y materiales a la Justicia, en vez de importar juicios verbales ajenos al procedimiento Contencioso-Administrativo.