En los últimos años, y tras el proceso de modernización acometido en las universidades europeas motivado por la Declaración de Bolonia en 1999, se pretende que la universidad ostente un papel como motor del crecimiento económico, encontrándose al servicio de la sociedad. Así, se habla de una universidad de garantía en el cumplimiento de sus tres funciones principales, todas ellas interrelacionadas y dependientes: formación superior (docencia), creación de conocimiento (investigación) e innovación.
Por otra parte, en el contexto de crisis en el que nos encontramos, con un grave problema de fuentes de ingresos, los estudios sobre la labor que debe desarrollar la universidad han proliferado considerablemente. Así, aconsejo la lectura del estudio Universidad, universitarios y productividad en España publicado por la fundación BBVA. Sin perjuicio de apostar por la especialización de las universidades para aumentar su competitividad internacional, entre otros aspectos, considera que la modesta contribución de los universitarios españoles a la productividad se debe, en gran medida, a las características de nuestro mercado laboral -aumento del número de jovenes desempleados y su duración en paro- que dificulta que nuestros jovenes adquieran la experiencia necesaria para alcanzar unas cuotas de productividad cercanas a las de otros países europeos.
Doctora en Economía y Administración de Empresas. Profesora de Contabilidad en UDIMA, Universidad a Distancia de Madrid.