Ya son más de 10 años de política monetaria expansiva en Europa. Los tipos del BCE en el año 2008 estaban en el 3,75% y, desde entonces, no han dejado de bajar hasta el 0% actual, fijado en los primeros meses de 2016. Son tres años de dinero gratuito. Paralelamente, las compras de bonos y las facilidades de préstamo no han parado de inyectar liquidez al sistema. Medidas no convencionales que después de una década empiezan a ser una herramienta más del banco central, más bien de tipo convencional. El primer programa de compra de bonos garantizados se lanzó en mayo de 2009, por 60.000 millones de euros. Le siguieron compras de otros activos públicos y privados y, dentro de este gran paquete de medidas, los programas LTRO (operaciones de financiación a largo plazo) desde 2011 y, posteriormente, los TLTRO (operaciones de financiación condicionada a largo plazo) desde finales de 2014. La última TLTRO, la de 2016, debía devolverse a partir del año que viene. Toda esta bomba monetaria tiene un volumen de una quinta parte del balance del BCE. Hay que manejarla con cuidado.

A Draghi le dicen que Europa sigue sin crecer y que las previsiones para 2019, que eran de casi del 2% hace unos meses, son ahora cada vez más cercanas al 1%. Y como hay que echar una mano, y el banco europeo empieza a parecerse cada vez más a la Reserva Federal, el gobernador italiano pica espuelas animado por la relajación que siempre da el tomar medidas a favor de corriente (a la gente le gusta que le faciliten los préstamos) y que sus consecuencias negativas en todo caso las pagará el siguiente gobernador, ya que él termina mandato en unos meses. De esta forma, se ha anunciado una nueva TLTRO por 250.000 millones de euros para después del verano.

Bien es cierto que la temprana devolución de los bancos de los anteriores préstamos «obligaba» al BCE a buscar un aterrizaje más suave, ya que se podía dar un descenso de M3 de un 15%, excesivo según sus cálculos. De esta forma, la reducción será solo del 5%, más paulatina. Luego está el asunto ya comentado del crecimiento. Por último, hay un viento de cola fundamental para el banco europeo: la inflación lleva 7 años en el límite deseado del 2%. Y parece que va a seguir así dado el raquítico aumento del PIB esperado para los próximos trimestres. Draghi finaliza su mandato con un cómodo triple mortal, que no es el primero que hace, con una red de seguridad en forma de dato consistente de IPC armonizado.

Desde Martín de Azpilcueta, el navarro que formalizó por primera vez la Teoría cuantitativa del dinero y que, junto a Francisco Vitoria, Juan de Mariana y otra media docena de autores españoles del Siglo de oro español (que no solo fue Velázquez y Cervantes) son los auténticos padres de la Economía (aprovechemos el Brexit para empezar a decir verdades), aceptamos la relación directa entre crecimiento monetario e inflación. Quizá estos años obliguen a introducir matices. El que sí que debe estar mirando con verdadero deleite a Draghi desde el cielo es Sir Walter Bagehot. El impulsor definitivo de la banca central como prestamista de última instancia ha visto a la Reserva Federal, el BCE y otros bancos centrales convertidos en auténticos mercados de liquidez al por mayor. La aportación al PIB europeo de la macro-inyección y sus consecuencias inflacionarias serán parte del debate económico en unos meses.