El coronavirus es un peligro. Aparte de su nombre, que pareciera atentar contra el precepto constitucional sobre la forma de gobierno que nos hemos dado los españoles, me produce inquietud su evolución, que no respeta idiomas ni banderas. Así las cosas, observo intranquilo las apariciones diarias de un señor con gafas de pasta y cara de preocupación diciéndonos que mantengamos la calma y ofreciendo después el minuto de juego y resultados sobre fallecidos, infectados y aislados en todo mundo, que no para de crecer.

Para animarnos, los medios de comunicación nos dicen que por causa de la gripe la espichan todos los años miles de personas en nuestro país y que esto no es para tanto. Así debería ser, si no fuera por varios detalles sin importancia: no se sabe cuál es el origen o cómo se transmite, pero sí que es muy contagioso y no hay remedio que lo ataje.

Un amigo optimista me dice que, con todos los avances que hay, pronto descubrirán una vacuna; no obstante, albergo dudas al respecto. Si bien todos tenemos nuestras casas inundadas de gigas y aparatejos que nos permiten estar “always on”, en los diez mil años que llevamos fuera de las cavernas aún no hemos sido capaces de dar con un remedio eficaz contra la calvicie. El Cholo Simeone y un servidor somos ejemplos fehacientes de lo que hablo.

Por todo ello, tras una sesuda reflexión y con el fin de sobrevivir lo más posible, se me han ocurrido dos vías de protección: la mala educación y la literatura.

Con respecto a la primera, dejaré de ahora en delante de dar los buenos días a los chinos, japoneses, iraníes, alemanes e italianos con los que me encuentre por los pasillos; y si me veo obligado a compartir ascensor con ellos, lo haré llevando mascarilla, bufanda, guantes y el verdugo que me ponía mi madre en la cabeza cuando era pequeño (prenda bastante desagradable, por cierto, debido a que picaba mucho en las orejas). No penséis que trabajo en la ONU; es que vivo en Usera.

Con respecto a la segunda, y a falta de otras certezas, me permito aconsejaros tres libros: el primero, La peste, la obra maestra de Albert Camus, el gigante que describió cómo héroes y miserables se enfrentaron a la temible plaga, y cómo la condición humana, frente a la adversidad, es capaz de lo mejor y de lo peor (igual que Courtois en la portería del Madrid).

El segundo es El Decamerón de Boccaccio. El mismo narra cien historias de amor, de erotismo y de tragedia y se ubica en la Florencia del siglo XIV asediada por la peste, donde diez jóvenes de posibles se refugiaron en una villa a las afueras de la ciudad. Esta opción es deseable si se dispone hoy en día de un buen chalet y de un nutrido grupo de amigos con ganas de fiesta y aficiones literarias. De no reunir todos esos requisitos, es posible acceder a una versión más modesta, consistente en sentarse en el sofá y ver series de Netflix como si  no hubiera un mañana.

El tercer libro es Zombi. Guía de supervivencia de Max Brooks. Me lo han regalado recientemente y lo he empezado a leer en su calidad de obra de ficción. No obstante, y con el devenir de los acontecimientos, lo he pasado a considerar como un libro de autoayuda, y voy a seguir a rajatabla algunos de los consejos que ofrece. No me refiero a agenciarme un hacha e ir descuartizando a muertos vivientes por la calle, sino a proteger mi casa frente a posibles ataques de infectados. En concreto, tengo entre ceja y ceja a un vecino que me mira con ojos aviesos y que tiene por mascota a un pangolín.

En fin, apreciados lectores, comprendo que, a estas alturas, alguno de vosotros piense que la razón ha abandonado mi sesera sin mirar atrás. No obstante, y sin resignar las dos vías de protección arriba comentadas, os haré una tercera propuesta: en el caso de que intuyáis que, durante los meses próximos vais a pasar una buena temporada sin salir, y de que tengáis inquietudes y ganas de aprender, os recomiendo que os apuntéis a los cursos y másteres a distancia del CEF.- Centro de Estudios Financieros, y a los grados y másteres de la UDIMA. Sus contenidos son de gran interés; su metodología, rigurosa; y sus profesores, muy competentes.