“Soy un tío realmente majo; creedme, y estoy muy orgulloso de ello”. Así se define el presidente electo de EE.UU. Donald Trump en su libro “Great again: how to fix our crippled América”.
En una decisión que bien puede calificarse de histórica, el 8 de noviembre de 2016 los votantes estadounidenses han otorgado una mayoría de distritos electorales a este candidato republicano, que competía con Hillary Clinton, ex secretaria de estado, ex senadora, ex primera dama y candidata por el partido demócrata.
Los mercados de acciones, bonos y divisas de todo el mundo están sufriendo bajadas de cierta importancia. Entre los pocos valores que están registrando incrementos en sus precios, destacan los denominados valores refugio, como por ejemplo el oro. Dicho comportamiento muestra una reacción típica frente a situaciones de fuerte incertidumbre; pero ¿por qué esa incertidumbre? ¿Quién es Donald Trump y cuáles son sus intenciones?
Este empresario de éxito tiene a gala considerarse un “outsider” frente a los políticos tradicionales. Trataremos a continuación de exponer sus tesis sobre la situación de su país, su credo y sus planes.
“Donald Trump construye edificios. Donald Trump construye espléndidos campos de golf. Donald Trump hace inversiones que crean puestos de trabajo. Donald Trump crea puestos de trabajo para inmigrantes legales y para todos los americanos”. Con estas credenciales multimillonarias extraídas del libro antes citado y hablando en tercera persona de sí mismo, el magnate mediático que condujo su “reality show” televisivo “The Apprentice” durante diez temporadas, ha asaltado con éxito el puesto de trabajo más codiciado del mundo: el de ocupante del despacho oval de la Casa Blanca en la Avenida de Pensilvania en Washington D.C.
Qué pretende hacer Donald Trump en lo referente a política de inmigración, política exterior y defensa, educación, energía y medio ambiente, sanidad y bienestar social, economía y comercio exterior, impuestos, infraestructuras y derechos sociales constituye un conjunto de incógnitas de primer nivel. Las estrategias para abordar todas estas cuestiones, de momento sólo han sido parcialmente enunciadas durante la larga y no muy agradable campaña electoral ya finalizada. En el libro, sin embargo, aporta algunas pinceladas interesantes, no siempre nítidas ni muy elaboradas, al respecto de todos estos temas.
“América tiene que empezar a ganar otra vez. Nadie quiere a un perdedor y nadie quiere ser acosado. Así estamos nosotros hoy. Somos la mayor superpotencia de la Tierra y todo el mundo nos está comiendo nuestro almuerzo. Eso no es ganar”. Tal declaración de intenciones, tan franca como simple, vertebra sus planes posteriores. Advierto ahora al lector que no me planteo hacer un análisis sobre la forma de pensar del personaje. Dejo tan sugestiva tarea a mis compañeros de la Facultad de Psicología de nuestra Universidad, mucho más preparados que yo para la misma, y cuyos resultados como profesionales de la mente humana, les provocarán no sé si espanto o regocijo.
En el ámbito de la política interior, Trump aboga sin tapujos por bloquear la entrada de inmigrantes ilegales y expulsar a los que se encuentran en el país, incluyendo a los “bebés ancla” esto es, los recién nacidos en los EE.UU. hijos de inmigrantes ilegales y que por haber sido dados a luz en suelo norteamericano dificultan mucho la expulsión de sus padres. Trump afirma que 351.000 delincuentes que se hallan en prisiones en el país son inmigrantes ilegales; y dicha cifra no estaría incluyendo el delito de cruzar sin permiso la frontera. La propuesta estrella en este apartado es su muy conocido propósito de construir un muro a lo largo de toda la frontera con México. “Buenos muros hacen buenos vecinos” es su lema al respecto. La financiación de este muro correría a cargo de dicho país sobre la base del establecimiento de “tasas de frontera”, de incrementos en las tasas por concesión de visas y de la exigencia de un confuso “remmitance payment” que cargaría los salarios ilegales. Dicha política de mano dura en cuanto a restricción para la concesión de la ciudadanía y a posibles expulsiones del país incluiría asimismo a los musulmanes. La vigilancia en fronteras se vería reforzada con un incremento significativo en el número de policías dedicados a esa labor.
Con respecto a la política exterior y la defensa, Trump afirma genéricamente que “hay que luchar por la paz”. En su libro se defiende de quienes le atacan acusándole de inexperiencia afirmando que la actual política exterior de la Administración estadounidense “es un lío terrible” y que “nunca ha habido un período más peligroso que el actual”.
Su punto de partida para atajar la situación se sustancia en el siguiente aforismo: “Cuando estás cavando un hoyo más y más profundo, deja de cavarlo”, para añadir a continuación que su aproximación a la política exterior tiene un cimiento sólido: “Estados Unidos tiene que operar desde la fuerza”. Para ello, según Trump, el ejército americano tiene que seguir siendo “de lejos, el más fuerte del mundo. Tenemos que demostrar nuestra disposición para usar nuestro poderío económico, y así recompensar a los países que trabajan con nosotros y castigar a los que no lo hacen”.
Trump propone revisar los tratados internacionales firmados por el presidente Obama. Es muy crítico con los acuerdos de Irán y Cuba y con el papel jugado en Siria (donde, según su opinión, la inteligencia de Vladimir Putin ha dejado en evidencia la torpeza de, entre otros, Hillary Clinton). Asimismo, aboga por revisar la relación, enormemente onerosa según sus palabras, con aliados como Arabia Saudí, Alemania, Japón y Corea del Sur. De acuerdo con Trump, todos estos países son ricos y Estados Unidos no obtiene nada a cambio por la ayuda prestada para su defensa. Trump quiere que el papel de “policía de Occidente” desplegado por Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial sea financiado por los países que resultan beneficiados por el mismo. Ello implicaría también una revisión del rol jugado por ese país en la OTAN.
Por último en este apartado, Trump ofrece un punto de vista extremadamente crítico sobre el trato dado por las diferentes Administraciones a los veteranos de guerra. El departamento de Asuntos de los Veteranos es, de acuerdo con el presidente electo “probablemente la agencia gestionada del modo más incompetente en el gobierno de los Estados Unidos”. “Si las personas que gestionan esa agencia hubiesen sido empleados míos, los hubiera despedido hace tiempo”. Para el magnate, “el problema es que hay muchos políticos involucrados en estas operaciones; y es asombroso que en muchos casos los inmigrantes ilegales sean mejor tratados que los veteranos de guerra”. “Las malas prácticas y la corrupción descarada en dicha agencia son mucho peores de lo imaginado”. Su propuesta para solucionar esta situación es poner a cargo de esta agencia a personas “que sepan gestionar grandes operaciones”, esto es, “a los mejores gestores; y proporcionales el poder, el dinero y las herramientas para hacer bien su trabajo”. El millonario finaliza señalando que la tarea de la agencia, para ser completa, debería incorporar un plan de ayuda a los veteranos a reintegrarse al mercado de trabajo.
Sobre la cuestión de la educación, Trump comienza confesando que “su padre no se graduó en la Universidad porque estaba demasiado ocupado construyendo edificios, pero entendió y apreció el valor de una buena educación, la cual proporcionó a sus hijos”. Trump recuerda con agrado su educación secundaria, recibida en una escuela militar, que le dio conocimientos y forjó su carácter. Posteriormente se graduó en Finanzas en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania. Tras dicha introducción de carácter biográfico, Trump arremete contra el sistema educativo americano, diciendo que el mismo está fracasando y que resulta embarazoso que los Estados Unidos se encuentren en el puesto 26 de la clasificación mundial de calidad educativa. Nuevamente señala que gran parte del problema de hallarse en esa situación se debe a los políticos. Considera que el departamento federal de educación ha dictado la política educativa durante demasiado tiempo. Aboga porque dicha competencia recaiga enteramente en el ámbito de los estados, no en el de la Administración Central y ofrece una propuesta que podríamos calificar de llamativa: “El departamento federal de educación debe ser eliminado. La educación tiene que ser gestionada en el nivel local.”. Critica en este mismo ítem el gran poder le los sindicatos de maestros, “cuyo principal objetivo es proteger sus puestos de trabajo, no la educación de los alumnos”. Asimismo defiende que los buenos maestros estén mejor pagados, “puesto que su trabajo tiene un fuerte impacto en cómo crecerán los estudiantes”. Aboga igualmente porque a los maestros se les pague según sus méritos, no según su antigüedad. Por último reflexiona sobre la necesidad de abordar el elevado endeudamiento contraído por los estudiantes universitarios en Estados Unidos para hacer frente a las tasas.
Con relación a energía y medio ambiente su posición es negacionista: “Los autodenominados expertos nos dijeron que la intervención humana es la responsable del calentamiento global. Luego, cuando las temperaturas cayeron, los científicos comenzaron a hablar del ´cambio climático´. Ahora los expertos no pueden determinar si el clima está volviéndose muy cálido o muy frío y hablan de ´condiciones extremas del clima´. Nos dicen que hemos cambiado los patrones naturales del clima quemando combustibles fósiles y mandándolos a la atmósfera”. Esta reflexión se ve acompañada por dos enunciaciones: “¿Cómo es posible que el presidente Obama diga que el cambio climático es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos cuando ISIS está decapitando a inocentes misioneros cristianos?”; y “los tornados más grandes sufridos por este país ocurrieron en 1860 y en 1870; así que los ´cambios violentos en el clima´ no son nada nuevo”. Por ello, propone eliminar toda la financiación a energías renovables, eliminar los límites de emisiones, revocar la regulación en vigor de la Agencia de Protección Medioambiental y emprender una política de perforación masiva en el suelo norteamericano de modo que Estados Unidos reduzca su dependencia de los países productores de petróleo. “Así, se reducirá el coste energético y se crearán puestos de trabajo”, afirma. Desde el punto de vista geopolítico, asevera que “la reducción de la dependencia será positiva dada la inestabilidad creciente en Oriente Próximo, cuyos países se encuentran entre los principales productores de petróleo”.
Como anécdota para ilustrar este tema, relata la pugna exitosa que tuvo con el gobierno de Escocia, cuando junto a su centro turístico, el “Trump International Golf Link Scotland” de Aberdeen, aquella Administración planeo instalar un parque eólico de once turbinas de viento. Para Trump resultaba intolerable ver afeado el paisaje que puede disfrutarse desde su campo de golf.
Los subsidios en I+D a las energías renovables, cuyo importe acumulado habría ascendido a 2.000 millones de dólares, no tienen razón de ser para Trump, dado que no han producido como resultado ninguna fuente de energía alternativa rentable. Asimismo considera que es “inopinadamente caro” cortar las emisiones de CO2.
No obstante todo lo anterior, dice no oponerse a energías alternativas, siempre que las mismas resulten económicamente viables.
En lo referente a sanidad y bienestar social, con el capítulo titulado “La sanidad nos está poniendo enfermos”, aboga por la inmediata abolición del “Obamacare” que tacha de “complejo y lleno de concesiones al lobby de las compañías de seguros”, para añadir que “elimina el derecho de elección de médicos e incrementa los costes de la atención sanitaria entre un 30 y un 50 por ciento”. Denuncia que debido a su aplicación, los médicos se han visto envueltos en una maraña burocrática que reduce enormemente el tiempo para el ejercicio de su profesión.
Acerca de qué solución propone como alternativa, la respuesta no es excesivamente concreta: “Mi aproximación para resolver este problema (proveer seguros de salud para la mayoría de los americanos a un coste que nos podamos permitir) es similar a como resuelvo los problemas más difíciles en los negocios: contrataría a las personas más entendidas en la materia en el mundo, los encerraría en una habitación y no abriría la puerta hasta que hubiesen logrado una solución”. No obstante la liviandad de tal aseveración, su pensamiento posterior está trufado de optimismo hacia el futuro: “Si seguimos mi lógica, nuestro sistema de seguridad social y nuestra economía volverán a estar bien muy pronto”.
Al hablar de economía, Trump parte de un presupuesto que, según él, lo habilita para gestionar exitosamente las finanzas de los Estados Unidos: “Soy rico. Quiero decir que soy realmente rico. He ganado más dinero del que nunca soñé que ganaría”.
Al respecto del plan económico de Donald Trump, es necesario abordar cuatro campos específicos: el mercado de trabajo, el comercio exterior, la política económica, y el desarrollo de infraestructuras.
Trump afirma que las estadísticas sobre el desempleo en Estados Unidos no son ciertas y que el crecimiento económico que registra el país tras la Gran Recesión es muy pobre. La languidez de dicho crecimiento y la baja calidad de los puestos de trabajo se han visto, en su opinión, agravados por dos hechos: muchas compañías han abandonado el país para establecerse en el exterior, especialmente en China; y muchos inmigrantes ilegales están trabajando en la economía sumergida, aumentando así el sufrimiento de los trabajadores norteamericanos, empujados al desempleo o a aceptar trabajos precarios con salarios bajos). En este campo, es también muy crítico con las políticas económicas de Barack Obama.
El presidente saliente, instrumentó estímulos fiscales de corte keynesiano durante sus dos mandatos, con el fin de salvar sectores industriales como el del automóvil, y a la vez promovió políticas monetarias expansivas, basadas en la compra por parte de la Reserva Federal de las sucesivas emisiones de títulos emitidos por el Tesoro norteamericano. Además, la Reserva Federal instrumentó una decidida política de tipos de interés muy bajos, la cual permanece en vigor pese al intento dubitativo de incrementar los tipos de interés en septiembre de 2015, y que no se vio sostenida por el clima económico internacional, condicionado por las anémicas tasas de crecimiento europeas y japonesas y por la fuerte reducción de las tasas de crecimiento de la economía China, afligida también por una gran volatilidad bursátil y por la explosión de burbujas inmobiliarias.
A pesar del éxito razonable de las medidas implementadas por esta última Administración, las decisiones de desarrollo estratégico tomadas por multitud de multinacionales americanas de internacionalización de actividades vía “outsourcing” (deslocalización de actividades por desintegración vertical aprovechando las ventajas comparativas de menores salarios en los países de destino) y vía “offshoring” (deslocalización completa de las empresas, no sólo de algunas actividades) ha dado como lugar durante las dos últimas décadas a un proceso de desindustrialización no coyuntural en los Estados Unidos.
Para revertir esta situación Trump defiende una reindustrialización que “devuelva a América los puestos de trabajo que se fueron”. Ello se haría mediante incentivos fiscales para dichas empresas, estableciendo una tasa única de impuesto de sociedades para las corporaciones que retornen al país de un 10% de sus beneficios. Más adelante volveremos sobre su política fiscal.
La reindustrialización propuesta iría acompañada de renegociaciones de los tratados comerciales existentes. Éste es sin duda uno de los puntos más controvertidos de entre los esbozados por el presidente electo. El nuevo rumbo propuesto, adquiriría, pues, tintes decididamente proteccionistas, amenazando con establecer aranceles a las importaciones provenientes de China, señalado como “enemigo económico” por su competencia desleal.
La “cuestión China” es uno de los puntos más delicados a los que tendrá que hacer frente la nueva Administración. China es productora, exportadora y financiadora de los Estados Unidos. Las empresas chinas fabrican multitud de bienes de consumo exportados a América; con la particularidad de que muchas de las empresas norteamericanas han ubicado allí algunas o todas sus actividades. Ello explica, por ejemplo, las contradictorias posturas existentes en los Estados Unidos frente al “dumping” cambiario promovido desde Pekín, basado en el mantenimiento de tipos artificialmente bajos del reminbi frente al dólar. Las primeras interesadas en que no se produjese una apreciación de dicha moneda han sido las propias compañías norteamericanas establecidas en China, que verían incrementados sus costes de producirse tal evento. Esas mismas empresas tampoco desearían el establecimiento de mayores aranceles en los Estados Unidos cuando exportan a su país desde sus fábricas en China.
Existe un consenso entre los analistas sobre que la adopción de políticas proteccionistas podría tener efectos indeseados en el comercio internacional y afectar al crecimiento económico mundial en el medio plazo.
Por último con respecto a China, en el terreno financiero, es importante indicar que el gigante asiático, a través de entidades públicas y privadas es tenedor de títulos de deuda emitidos por el Tesoro norteamericano por un importe de 1,27 billones de dólares (nótese como referencia que el PIB estadounidense es 16,25 billones de dólares).
No es muy descabellado aventurar que las tensiones políticas y económicas (esperemos que no las militares) entre China y la Administración Trump se verán acentuadas en este mandato. La receta que el presidente electo propone, sobre la base de su exitosa experiencia empresarial, es la firmeza en la negociación, actitud clave como punto de partida planteado en numerosas ocasiones a lo largo de su libro. Al respecto, y para entender lo que se va a encontrar Donald Trump, cabe recordar una anécdota de Hillary Clinton cuando era secretaria de estado. Con ocasión de un viaje a China, un asesor le indicó que tenía que ser dura y firme con los chinos en lo relativo a derechos humanos. La señora Clinton, dicen que respondió: “Explíqueme Vd. cómo le puede poner condiciones a quien es su banquero”.
Al ocuparse de las políticas fiscal y monetaria, Trump arremete nuevamente contra la Administración del presidente Obama.
En el ámbito monetario, cuestiona que las actividades de la Reserva Federal sean independientes y beneficien al país, y durante la campaña electoral ha emitido amenazas veladas contra aquélla.
El ámbito fiscal, Trump, tras culpabilizar a los políticos de plegarse a los dictados de los lobbies financieros, ha esbozado una simplificación de la estructura impositiva americana, tanto a las familias como a las empresas. En lo referente a las familias, promueve que los individuos que tengan una renta bruta anual inferior a los 25.000 dólares no paguen impuestos, así como las unidades familiares cuya renta no sea superior a los 50.000 dólares. Propone cuatro tramos impositivos para las personas físicas: 0%, 10%, 20% y 25%; y un solo tipo para las empresas, no superior al 15%. Gracias a estas medidas, Trump pronostica que cerca de 75 millones de hogares americanos no tendrán que pagar el impuesto de la renta.
La instrumentación de dicha política es muy posible que comprometiese el equilibrio presupuestario, al menos en el corto plazo, pues las reducciones impositivas serían inmediatas, mientras que la vuelta de las empresas a territorio americano, de producirse, tendría un período de implementación indudablemente mayor, y la generación de ingresos asociada quizás se ralentizase en términos comparativos.
Por último, es también relevante recordar que Donald Trump se ha negado repetidamente durante la campaña electoral a revelar su información fiscal. De acuerdo con el periódico “The New York Times”, el que pronto jurará el cargo como nuevo presidente, no pagó impuestos durante más de veinte años, usando créditos fiscales provenientes de pérdidas muy elevadas en una época concreta de su gestión.
Para presentar en su libro el ambicioso plan de infraestructuras sobre el que quiere que pivote su mandato, Donald Trump es contundente al asignarle un título: “Nuestras infraestructuras se están desmoronando”. En las páginas que lo componen, desgrana descorazonadores ejemplos del estado de carreteras, aeropuertos, puertos, infraestructuras eléctricas y vías férreas del país; manifestando envidia por las obras similares existentes en otros lugares del mundo, especialmente en Asia. Señala como dato muy negativo que las estadísticas del “World Economic Forum” sitúen a los Estados Unidos en el puesto 12 en infraestructuras, por detrás de países “como España, Holanda y los Emiratos Árabes Unidos”. Continua diciendo que Europa y China invierten el 9% de su PIB en proyectos de infraestructura y que Estados Unidos, sólo un 2,4% del suyo.
Se pone después él mismo como ejemplo de alguien que sabe construir infraestructuras (dichas alabanzas a sí mismo pueblan numerosas páginas en el libro) y compromete su prestigio como aval (frente a la incompetencia de los políticos) para garantizar que su plan de modernización de las infraestructuras del país será un éxito que contribuirá a hacer América grande de nuevo. Por cierto, preguntado por el proyecto de poner a un hombre en Marte, Trump reflexiona: “Es algo maravilloso, pero yo quiero volver a construir las infraestructuras en la Tierra primero, ¿de acuerdo?”. Quizás la NASA y Elon Musk alberguen cierto desasosiego al conocer tales declaraciones.
El magnate aduce que la agencia Moody´s calculó hace algunos años que cada dólar invertido en infraestructuras genera un retorno a la economía de 1,44 dólares. Además, este plan, según su promotor, crearía muchos puestos de trabajo, tantos como 13 millones.
Sin duda, las limitaciones presupuestarias ofrecerán un terreno abonado a iniciativas público privadas de construcción, financiación y explotación de estas infraestructuras. Las enormes cifras requeridas exigirán la constitución de sociedades vehículo para realizar los proyectos, lo que conllevará por el lado financiero, la organización de sindicatos de bancos con el fin de asumir los altos riesgos derivados del elevadísimo período de maduración de este tipo de obras. Todo ello, es buena noticia para las compañías constructoras internacionales. No ha pasado desapercibido que algunas de ellas hayan subido hoy en la bolsa.
El gran interrogante planteado por los economistas con las políticas expansivas de desarrollo industrial y de inversiones que pretende implementar Donald Trump reside en saber cómo se financiarán las mismas. Estados Unidos mantiene desde hace décadas un doble déficit, comercial y público, que no ha dejado de crecer. Como consecuencia de éste último, la deuda pública norteamericana superó en 2015 el 105% del PIB.
El ambicioso plan de infraestructuras, combinado con las reducciones fiscales genera serias dudas sobre la viabilidad del balance resultante: ¿Hasta qué nivel pueden seguir creciendo los déficits comercial y exterior sin que se vea seriamente perjudicada la capacidad crediticia del país? ¿Será semejante demanda de fondos compatible con políticas de tipos de interés muy bajos? ¿Qué coste debería asumir el Gobierno Federal en sus presupuestos en términos de gastos financieros si se incrementaran los tipos con semejantes niveles de deuda? ¿Cuánto se verán afectados los fondos para los programas de gasto público corriente (sanidad, educación, etc.) actualmente vigentes si re reduce la recaudación fiscal y la creación de infraestructuras demanda fondos de una manera recurrente?
No hay un consenso entre los economistas sobre el coste de esta política de Trump ni sobre cómo se implementará.
Con relación a los derechos sociales y su política de justicia, a diferencia de otros ámbitos donde no esconde sus discrepancias con el partido republicano, aquí se alinea inequívocamente con el ala más conservadora de éste: se define como pro-vida, es partidario de elegir para el Tribunal Supremo cuando llegue la ocasión a jueces abiertamente conservadores y es un defensor a ultranza de la segunda enmienda de la Constitución Americana, que confiere a los ciudadanos a llevar armas para su defensa. Entre las distintas organizaciones simpatizantes del ya presidente electo, se encuentra en un lugar destacado la Asociación Nacional del Rifle.
No es posible ocultar al abordar este asunto sus pasados comportamientos y declaraciones, machistas y sexistas, ni su controvertida visión sobre el papel de la mujer y de algunas minorías. Tales actitudes generan enorme preocupación en muchas capas de la sociedad.
¿Por qué ha ganado Donald Trump las elecciones? Durante el día de hoy he escuchado y leído numerosas opiniones de expertos, observadores, periodistas y políticos. Las mismas han oscilado entre el estupor, la perplejidad, el miedo y el pesimismo. Ha habido, incluso, algún comentarista en nuestro solar patrio que ha aducido la estrambótica razón de que la culpa la han tenido las redes sociales. Tal simpleza se descalifica por sí sola.
¿Por qué, pues, un personaje como el que nos ocupa se ha hecho con la victoria contra todo pronóstico? Me aventuraré a dar una razón: la Gran Recesión (2008-2014) ha provocado unos efectos devastadores sobre los ciudadanos. Hasta los esfuerzos de la Administración Obama y sus efectos positivos (muy grandes si se comparan con la dubitativa y desesperanzadora gestión de la crisis por parte de la Unión Europea) han empalidecido frente al desempleo, la precarización de amplias capas de las clases medias y bajas y el enorme crecimiento de la desigualdad. La globalización, tanto la económica (en los mercados y en la producción), la financiera, la política y la social se ha manifestado especialmente en los movimientos de bienes y servicios y de activos financieros, pero su evolución no ha ido acompasada con soluciones para mejorar la vida de las personas. La apertura comercial, la liberalización de los movimientos de capitales, la implantación de sistemas políticos democráticos y la mayor dedicación de recursos públicos a la educación, efectos indudablemente positivos, han presentado un lado sombrío en forma de multipolaridad en las relaciones internacionales y fragmentación política, en tensiones geopolíticas y conflicto territoriales derivados de la lucha por el control de los recursos naturales, en la falta de soluciones a cambios demográficos con los movimientos migratorios que conllevan, los problemas sanitarios y otros procesos complejos como el ciberterrorismo, las rupturas sociales y los cambios de poder en zonas estratégicas.
Entre las motivaciones poderosas que gobiernan nuestro comportamiento, se hallan, como ejemplos negativos: el deseo de poder y el miedo. Sin duda este último, alimentado por los efectos de la crisis y una insuficiente educación en el respeto hacia el diferente, ha sido un catalizador de la voluntad. Que quien se ha hecho acreedor a recibir la confianza de sus ciudadanos haya apelado a ese sentimiento no es algo edificante a la hora de imaginarnos cómo serán los cuatro años que el mundo tiene por delante. Sí es cierto que las declaraciones conciliadoras de vencedores y vencidos en ese país, son un gran ejemplo como siempre para quienes vivimos a este lado del Atlántico.
A mi juico es necesario realizar una reflexión antes de terminar sobre papel jugado por los medios de comunicación en todo este proceso. Cuando comencé a leer el libro de Trump, me llamó la atención que su segundo capítulo estuviese dedicado a lanzar invectivas contra dichos medios. Aún más por el hecho de que el ya presidente electo se movió confortablemente y con soltura durante muchas temporadas en los capítulos de su show, atemorizando a los amedrentados aspirantes a empresarios. Los medios más relevantes (prensa escrita, TV, radio y on-line) se han posicionado abierta e inequívocamente a favor de Hillary Clinton, atacando duramente al candidato republicano. También me ha llamado la atención la fe del mismo en sus posibilidades de éxito además del odio y del desprecio que le provocaban dichos medios. No me posiciono personalmente en un punto equidistante: no me gusta Trump; aunque esta opinión sea poco relevante para los lectores. Lo que me disgusta y me preocupa enormemente es la dimensión ética de la función periodística. Creo que un medio de comunicación debe tener como primer objetivo el de informar y después, formar opinión. Llegados a este punto y así las cosas, lanzo mi reflexión más pesimista de toda esta aportación al blog (y llevo unas cuantas): mientras los medios no recuperen en su misión dicha dimensión ética, carecerán de cualquier credibilidad. La mayoría de ellos, a día de hoy, sólo desean manipularnos. Espero con interés malsano saber cuánto tiempo tardarán muchos de esos medios en virar obsecuentemente hacia el ganador y empezar a loar su quehacer.
Por último, aunque sea una cuestión tangencial, no me resisto a ponderar la calidad literaria de este ensayo escrito por el ya presidente. Confieso que hasta hoy no lo he colocado en el estante de “no ficción”. Su estilo y vocabulario son discretos. Me ha llamado mucho la atención que en la parte final, donde otros autores realizan una síntesis de sus propuestas, el magnate se dedicase a enumerar, una por una, todas sus propiedades, edificios construidos, complejos turísticos y campos de golf, así como los aviones que tiene. Sobre lo que no albergo dudas es de que, a partir de hoy, y parafraseando al difunto Paco Umbral, Donald Trump ha venido a hablar de su libro. Por favor, léanlo. Así sus actos no les pillarán de sorpresa.
Si entre las instituciones que cometan el pecado de obsecuencia antes comentado se encontrase la Academia Sueca (aficionada a premiar a presidentes americanos por cosas por las que no han hecho muchos méritos) y decidiere incluir a Donald John Trump en la terna de candidatos al Premio Nobel de Literatura, entenderé y aceptaré con mansedumbre que se lo vuelvan a dar a un cantante.
Licenciado en CC. Económicas y Empresariales. Profesor en el CEF.- Centro de Estudios Financieros y en la Universidad a Distancia de Madrid, UDIMA.