Edwin A. Abbott escribió en 1884 una pequeña novela titulada “Flatland. A Romance in many Dimensions”, (en castellano: “Planilandia: Una Novela de muchas Dimensiones”), en la que muestra una increíble intuición sobre el comportamiento de las personas como miembros de una cultura.
Planilandia trata sobre la vida de un cuadrado que habita en un mundo plano (una realidad bidimensional con longitud y anchura, pero sin altura), en el que convive con otros cuadrados, triángulos, círculos, hexágonos… Los moradores de Planilandia pueden moverse libremente en su superficie, pero no pueden ascender ni descender por ella. Evidentemente, ellos ignoran esta limitación, incapaces de imaginar una tercera dimensión.
Un día, nuestro protagonista tiene un sueño sorprendente. En dicho sueño, se encuentra en un mundo unidimensional, cuyos habitantes son puntos y rayas, capaces de moverse hacia delante y hacia atrás pero siempre sobre la misma línea. Cuando Cuadrado descubre que para los habitantes de Linelandia es inconcebible la idea de moverse a la derecha o a la izquierda (además de hacia delante o hacia atrás) intenta explicarle a la raya más larga de Linelandia (su monarca) la realidad de Planilandia. Por supuesto, tanto el monarca como el resto de habitantes de Linelandia le toman por loco y se arrojan sobre nuestro héroe con intención de lincharle. En ese instante el sonido de una campana despierta a nuestro héroe del sueño.
Nuestro querido cuadrado dedica la mañana a enseñar a su nieto, un hexágono, los fundamentos de la aritmética y su aplicación a la geometría. En ese momento se produce la siguiente situación:
El pequeño hexágono reflexionó durante un largo momento y después dijo: “También me has enseñado a elevar números a una tercera potencia. Supongo que 33 debe tener algún sentido geométrico; ¿cuál es?”. “Nada, absolutamente nada”, repliqué yo, “al menos en la geometría, porque la geometría sólo tiene dos dimensiones”. Y luego enseñé al muchacho cómo un punto que se desplaza tres pulgadas genera una línea de tres pulgadas, lo que se puede expresar con el número 3; y si una línea de tres pulgadas se desplaza paralelamente a sí misma tres pulgadas, genera un cuadrado de tres pulgadas, lo que se expresa aritméticamente por 32.
Pero mi nieto volvió a su anterior objeción, pues me interrumpió exclamando: “Pero si un punto, al desplazarse tres pulgadas, genera una línea de tres pulgadas, que se representa por el número 3, y si una recta, al desplazarse tres pulgadas paralelamente a sí misma, genera un cuadrado de tres pulgadas por lado, lo que se expresa por 32, entonces un cuadrado de tres pulgadas por lado que se mueve de alguna manera (que no acierto a comprender) paralelamente a sí mismo, generará algo (aunque no puedo imaginarme qué) y este resultado podrá expresarse por 33”.
“Vete a la cama”, le dije, algo molesto por su interrupción. “Tendrías más sentido común si no dijeras cosas tan insensatas”.
Durante la tarde Cuadrado piensa sobre las palabras de su nieto y exclama: “Este chico es un alcornoque. Lo aseguro, 33 no puede tener ninguna correspondencia en geometría”. En ese momento escucha una voz que le dice: “El chico no tiene nada de alcornoque y es evidente que 33 tiene una correspondencia geométrica”. Era la voz de un extraño visitante que se define como un círculo de círculos (una esfera) y que afirmaba venir de Espaciolancia, un mundo en tres dimensiones. Cuadrado no comprende nada, ya que ve a su visitante como un círculo; eso sí, dotado de extrañas e inexplicables cualidades: aumenta y disminuye, se reduce a veces a un punto y hasta desaparece del todo. La esfera le explica que todo eso no tiene nada de sorprendente, ya que es un número infinito de círculos, cuyo diámetro aumenta desde un punto a trece pulgadas; y por lo tanto, cuando se desplaza por Planilandia, al principio es invisible, luego aparece como un punto (apenas toca la superficie), y finalmente se transforma en un círculo de diámetro en constante aumento, para después ir disminuyendo de diámetro hasta volver a desaparecer por completo. Este hecho explica que la esfera pudiera entrar en la casa de Cuadrado, a pesar de que éste había cerrado a conciencia las puertas (la esfera entraba por arriba). Pero claro, nuestro querido cuadrado no es capaz de comprende el concepto “arriba” y se niega a creer lo que la esfera le cuenta. Al final, la esfera decide llevarse a Cuadrado a Espaciolandia. Una vez allí, nuestro amigo vive un momento místico; y asombrado por la increíble experiencia de penetrar en una nueva realidad, le pregunta a la esfera sobre la posibilidad de explorar los misteriosos mundos de cuatro, cinco y seis dimensiones. Pero desgraciadamente la esfera le dice que esos mundos no existen, y finalmente decide devolverle a su Planilandia (por pesado…).
El cuadrado, de nuevo en Planilandia, se siente en la obligación de contarle a los demás su descubrimiento, pero nadie le entiende (de hecho, le toman por loco). En cualquier caso, es encarcelado (en un sitio que recuerda a un psiquiátrico) y una vez al año el Círculo Supremo le visita para averiguar si mejora su salud mental, pero Cuadrado nunca es capaz de resistir la tentación de convencerle de la existencia de la tercera dimensión. Ante esto, el Círculo Supremo menea la cabeza y desaparece hasta el año siguiente…
Como es evidente, toda organización empresarial (como cualquier grupo humano) vive en su propio mundo cultural, creando su Planilandia particular. Las culturas organizativas están formadas por un sistema de significados (creencias, valores, normas, prejuicios…) y una serie de comportamientos compartidos por los integrantes de la organización. De hecho, Kottak afirma que las culturas rigen el comportamiento de las personas y proporcionan un sistema establecido de significados y de símbolos que utilizan para definir su mundo, expresar sus sentimientos, hacer juicios y guiar sus percepciones a lo largo del tiempo. Por lo tanto, las culturas son un esquema interpretativo, un medio para percibir, pensar, comportarse o incluso sentir.
Al igual que en Planilandia, el problema del cambio organizativo es que muchas organizaciones a pesar de tener los ojos abiertos, no siempre ven… Muchas empresas no son capaces de analizar de forma medianamente objetiva ni su entorno ni su interior, y cometen múltiples errores a la hora de percibir e interpretar la realidad. Este hecho, está provocado por una serie de factores culturales que protegen a los individuos ante cualquier evidencia contraria a sus creencias. Lo cierto es que muchas culturas organizativas están cargadas de prejuicios que inhiben la percepción, el análisis y la reflexión en las personas. Esto hace que este tipo de empresas se blinden ante todo aquello que desafíe sus creencias compartidas, dejen de hacerse preguntas y sean incapaces de aprender, y en definitiva, de cambiar e innovar.
Y que importante es hacerse preguntas y desafiar el status quo; capacidad que sin duda desarrollamos de niños pero que perdemos de adultos. Todavía recuerdo el momento en el que una de mis sobrinas (que en aquel momento no tendría más de siete años) se me acercó un día de verano después de comer y me dijo: “Tío, estoy pensando y tengo una pregunta”, evidentemente la animé a que me la hiciera; y va la niña y me suelta: “¿Qué fue antes el mundo o Dios?”. Evidentemente no tenía respuesta alguna y creo que balbuceé algo sobre una causa primera y tal (intentando recordar a Aristóteles). En ese momento apareció su madre y dijo: “deja de molestar al tío con tus preguntas idiotas”. Puhh… ¡Vaya con las preguntas idiotas!, (una niña de siete años haciendo preguntas sobre metafísica…).
Dejemos que los que logran salir mentalmente de Planilandia (inconformistas creativos) y hacerse preguntas, nos saquen de la zona de confort, generen nuevas ideas y las lideren. Dejemos también que los que acaban de entrar en Planilandia (los nuevos) nos digan lo que ven y nos orienten sobre el futuro. Lo cierto es que los becarios que acabamos de contratar pueden ser mucho más listos que nosotros. Sus mentes, de nativos digitales, están infinitamente más adaptadas al entorno actual que cualquiera de las nuestras.
En general, animemos a la gente a replantearse las cosas, a hacerse preguntas y a intentar responderlas. Recordemos que una organización que no se cuestiona así misma es una organización muerta…
Reconozcamos que no lo sabemos todo y que como bien dice este viejo proverbio chino: «El trabajo del pensamiento se parece a la perforación de un pozo: el agua es turbia al principio, mas luego se clarifica”. Pero si ya hemos dejado de hacernos preguntas hace mucho tiempo, cegados por la prepotencia y el orgullo del que lo sabe todo, y se han marchitado tanto nuestra ingenuidad como nuestra creatividad, deberíamos recordar al gran Immanuel Kant: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca”. No dejemos nunca de hacernos preguntas, ni de escuchar las preguntas que se plantean los demás.