El pasado sábado, 18 de enero, Toledo se vistió de gala para anunciar al mundo, al toque de un concierto de campanas, la inauguración del Año de El Greco, que conmemora el 400 aniversario de su muerte en 2014.

File:El Greco 003.jpg                                                        Vista y plano de Toledo, con el retrato de su unigénito.

Doménico Theotocópuli no hacía caridades con sus obras. Nacido en Creta en 1541, firmaba en griego y como tal se cotizaba, a lo que sumaba un valor añadido: su formación italiana, en Venecia en el Renacimiento de Tintoretto y Tiziano y en el Manierismo romano de Miguel Ángel, a quien por cierto estimaba como escultor y arquitecto, no tanto como pintor. Extravagante y misterioso, ¿misticismo, astigmatismo, locura? Nada de ello: simplemente, consideraba bellas las figuras alargadas. Así se granjeó el prestigio entre las élites toledanas, fundamentalmente, catedralicias y monacales, los primeros creadores de esa grecomanía que hoy está tan de moda.

El Greco se «hizo valer» en Toledo. No regaló sus obras, fue un pintor caro que, en algunos momentos, pudo aceptar renegociar las cuestiones económicas, no así su particular interpretación iconográfica y de diseño de la composición, en clara reivindicación de la libertad de expresión artística. La ecuación dio resultado una vez más: profesionalidad+exhaustividad=éxito. Siempre se valora lo que cuesta esfuerzo, trabajo o dinero, hoy y en el Siglo de Oro, eso es intemporal.

Hasta el párroco de Santo Tomé pidió una segunda tasación para El entierro del conde de Orgaz, aquél en el que el señor (que no conde) de la villa toledana es recibido por San Agustín y San Esteban en tránsito hacia la patria definitiva. La dormición de la Virgen, tema tan bizantino, inspiraría sin duda a este insigne pintor que recorrió todo el Mediterráneo haciendo dialogar tradición pictórica medieval y nuevos aires renacentistas, ortodoxia y catolicismo en la Europa de la Contrarreforma, pero con un capitalismo ya incipiente.

Con la muerte, entraría en letargo su memoria hasta ser proscrita por el Clasicismo y por la Academia, teniendo en Madrazo a uno de sus más fuertes enemigos. El redescubrimiento de El Greco es un tema que analizo en profundidad en uno de mis últimos libros: El despertar de Toledo en la Edad de Plata de la cultura española. Sería redescubierto a principios del siglo XX por Cossío y la Institución Libre de Enseñanza, por la Generación del 98 que personificó en sus lienzos el alma castellana y, entre otros, también por el segundo marqués de la Vega-Inclán que en 1911 consiguió que abriera sus puertas la Casa-Museo de El Greco en la Judería toledana. Por vez primera en un centenario, Toledo recordó al cretense en 1914.

Un siglo después, es incuestionable la fama de este griego que se encontró con el desaire de Felipe II y con una España en la que el pintor era considerado más artesano que artista. Ha tenido que perderse mucho patrimonio, algo parecido a la relación de la Acrópolis con el British Museum… Quizás sea el peaje para apreciar lo que tenemos, aprendamos nosotros antes de que sea demasiado tarde: carpe diem.

Laura Lara Martínez